Hoy la liturgia de la Palabra nos coloca como salmo responsorial el último de los salmos, el 150 y quizá para alguno que otro surja una pregunta que yo me hice hace muchos años cuando era seminarista: ¿Por qué son 150 salmos exactamente y no 149 0 151? Los números, y sobre todo la simetría numérica, eran para el hombre antiguo algo muy significativo; así que no es de extrañar que, una vez comenzado el proceso de colección de los salmos los compiladores hayan llegado a concebir la idea de que debían ser 150. ¿Pero qué representa el número 150? nada en particular, pero suena armonioso y los judíos cuidaban mucho eso. Por ese motivo, muy probablemente, se haya llegado a acomodar la colección de la manera en que se hizo en las diferentes versiones. Todo este tiempo litúrgico del ciclo C de la liturgia dominical, he estado haciendo mi oración diaria precisamente partiendo del salmo responsorial de cada día y he compartido con ustedes mi reflexión de cada uno de ellos; así lo haré Dios mediante hasta antes de las Vísperas del primer domingo de Adviento de este año. Cuando vamos al Misal y luego queremos leer el salmo que se cita como responsorial, lo encontramos en la Biblia con el número cambiado: un número más. La diferencia de numeración —ya lo he dicho varias veces— se suscita entre la versión griega del Antiguo Testamento (llamada «Septuaginta» o de los LXX) y el texto hebreo llamado «Texto masorético».
A nosotros, como Iglesia Católica, nos llegó la numeración griega a través de la versión latina llamada la «Vulgata». Como todos los textos litúrgicos provienen de la organización del texto en la Vulgata, en la liturgia se usa la numeración septuaginta —vulgata—, mientras que en todo lo demás, se usa la numeración hebrea. En los dos casos hay 150 salmos, pero hay uniones y divisiones de textos en medio, de modo que no resultan numeraciones homogéneas, pero siempre hay 150 salmos porque la segunda parte del 146 se llama 147, y como el hebreo no divide ese salmo, desde el 148 las dos numeraciones se igualan, y siguen igual hasta el 150, por eso para el salmo de hoy no hay doble numeración. El salterio termina con este salmo 150, un salmo que nos invita a una apremiante alabanza: «Que todo ser viviente alabe al Señor». Puesto que todo viene de Dios, todos los cristianos lo alabamos. Dios está en el corazón del mundo, dándole el ser a todo viviente y realizando su empresa suprema en la constante construcción de la Iglesia, pueblo de Dios que camina hacia su encuentro definitivo con Aquel a quien le rinde alabanza: «¡Todo fue creado por él y para él! ¡A él la gloria y la alabanza!» (Rm 11,36).
Alabamos plenamente al Señor cuando vamos entendiendo que esa alabanza no es algo que se queda atorado en la teoría o en el hermoso acomodo de un poema, sino que se concretiza en la vida y en la relación que tenemos con los demás en este mundo, los de cerca y los de lejos, los que sentimos cerca y los que no piensan como nosotros. Hoy Jesús, en el Evangelio nos ayuda a entender como es esta alabanza que rendimos a Dios (Lc 6,27-38). Alabamos a Dios no solo cuando hacemos cosas agradables para nosotros o para los que nos caen bien, sino también cuando amamos a los enemigos... alabamos a Dios dándonos a los que nos agradecen, pero también cuando hacemos el bien a los que os odian... alabamos a Dios bendiciendo con cariño a los nuestros, pero también cuando bendecimos a los que os maldicen y oramos por los que nos injurian... alabamos a Dios cuando estamos contentos con los compartimos en fraternidad pero también cuando presentamos la otra mejilla al que nos pega... alabamos a Dios cuando damos un regalo a quien queremos mucho pero también cuando amamos al que nos quita la capa y le dejamos también la túnica... Hoy el salmista y Jesús el Señor nos invitan a concretizar la alabanza a Dios para que no se quede en palabras o frases bonitas, sino en acciones que, cambiando los harapos de nuestro egoísmo por el magnífico vestido de la generosidad, le entregan todo, lo fácil y lo difícil, lo bonito y lo no tanto, como un regalo para darle gloria. Que la Virgen María nos ayude este día y siempre a alabar al Señor así, de esta manera, que es la que a él le agrada. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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