martes, 10 de septiembre de 2019

«El Señor es bueno»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy empiezo mi reflexión con una antigua fábula de un autor desconocido: Un martillo, un tornillo y un trozo de lija decidieron organizar una reunión para discutir algunos problemas que habían surgido entre ellos. Las tres herramientas, eran amigas, pero solían tener peleas a menudo y era urgente acabar con las disputas. A pesar de su buena disposición pronto surgió un problema: chocaban tanto que ni siquiera eran capaces de acordar quién tendría el honor de dirigir el debate. En un inicio el tornillo y la lija pensaron que el mejor candidato era el martillo, pero en un santiamén cambiaron de opinión. El tornillo explicó sus motivos y dijo: —Mira, pensándolo bien, martillo, no debes ser tú el que dirija la asamblea ¡Eres demasiado ruidoso, siempre golpeándolo todo! Lo siento, pero no serás el elegido—. El martillo se exasperó muchísimo porque se sentía perfectamente capacitado para el puesto de moderador y lleno de rabia contestó: —Pues si yo no puedo, tú tampoco tornillo, eres un inepto y sólo sirves para girar y girar sobre ti mismo como un tonto—. Al tornillo le pareció fatal lo que dijo el martillo, se sintió tan furioso que, por unos segundos, el metal de su cuerpo se calentó y se volvió de color rojo. A la lija le pareció una situación muy cómica y le dio un ataque de risa que, desde luego, no sentó nada bien a los otros dos. El tornillo, muy irritado, le increpó: —¿Y tú de qué te ríes lija? Ni en sueños pienses que tú serás la presidenta. Eres muy áspera y acercarse a ti es muy desagradable porque raspas. No te mereces un cargo tan importante y me niego a darte el voto—. El martillo estuvo de acuerdo y sin que sirviera de precedente, le dio la razón: —¡yo también me niego!—. La cosa se estaba poniendo muy pero que muy fea y estaban a punto de pelear. Por suerte, algo inesperado sucedió: en ese momento crucial… ¡entró el carpintero! 

Al notar su presencia, las tres herramientas enmudecieron y se quedaron quietas como estacas. Desde sus puestos observaron cómo, ajeno a la discusión, colocaba sobre el suelo varios trozos de madera de pino y se ponía a fabricar una hermosa mesa. Como es natural, el carpintero necesitó utilizar diferentes utensilios para realizar el trabajo: el martillo para golpear los clavos, el tornillo para hacer agujeros, y el trozo de lija para dejarla lustrosa la mesa que quedó fantástica, y al caer la noche, el carpintero se fue a dormir. En cuanto reinó el silencio en la carpintería, las tres herramientas se juntaron para charlar, pero esta vez con tranquilidad y una actitud mucho más positiva. El martillo fue el primero en alzar la voz: —Amigos, estoy avergonzado por lo que sucedió esta mañana. Nos hemos dicho cosas horribles que no son ciertas—. El tornillo también se sentía mal y le dio la razón. —Es cierto, hemos discutido echándonos en cara nuestros defectos cuando en realidad todos tenemos virtudes que merecen la pena—. La lija también estuvo de acuerdo y exclamó: —los tres valemos mucho y los tres somos imprescindibles en esta carpintería ¡Miren qué mesa tan hermosa hemos construido entre todos gracias al carpintero!—. Tras esta reflexión, se dieron un fuerte abrazo de amistad. Formaban un gran equipo y jamás volvieron a tener problemas entre ellos. 

¿Por qué hoy esta fábula? Es que el salmo 144 [145] me trae, al leerlo, esa imagen de Dios que, como el carpintero de la fábula, toma de cada uno de nosotros lo que somos y lo que hacemos y no nos mete en competencia, sino en colaboración. La inmensa bondad del Señor, su gloriosa majestad, su poder, su grandeza hace que quiera disponer de cada una de nuestras cualidades, de cada uno de nuestros dones para construir, con nuestra colaboración, su obra. El Señor nos llama como llamó a los Apóstoles (Lc 6,12-19), según nos narra el Evangelio de hoy y nos llamó para colaborar en su obra a pesar de nuestras diferencias tan notorias. «Bueno es el Señor para con todos y su amor se extiende a todas sus creaturas», dice el salmista y por eso canta la grandeza del Señor que «es bueno con todos». Con Cristo, y bajo la mirada siempre bondadosa de María, podemos leer y meditar este salmo para dar gracias al Señor por su bondad. ¡Bendecido martes! 

Padre Alfredo.

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