lunes, 9 de septiembre de 2019

«La roca firme»... Un pequeño pensamiento para hoy


Consciente de su humana debilidad, el autor del salmo 61 [62] sabe que no puede poner ni la confianza, ni la esperanza, en alguien que, como humano, es igual que Él. Su confianza está puesta en el Señor, Él es su esperanza al mismo tiempo que es su refugio, sólo Dios es apoyo firme, por eso, en una sencilla oración, se exhorta a sí mismo a la calma, invita a su propia alma a estar sosegada y serena en Dios, refugio y salvación seguros. Enriquecido y feliz por esta experiencia de fe que vive, por este descubrimiento de Dios como fuente de paz interior en medio de las pruebas de la vida que nunca faltan, el salmista hace una invitación a otros a que le confíen sus preocupaciones y sus personas al Señor. Este salmo nos ofrece una oración de un calibre tremendo a la vez que nos invita a situarnos en silencio ante el Señor. En las pruebas de la vida, que todos tenemos, solamente si ponemos nuestra esperanza y nuestra confianza en Dios, acallando nuestra desesperación, nuestras ansias y nuestra angustia, es como saldremos adelante. «Cada uno de nosotros —escribe Benedicto XVI—, cuando se queda en silencio, no sólo necesita sentir los latidos de su corazón, sino también, más en profundidad, el pulso de una presencia fiable, perceptible con los sentidos de la fe, y sin embargo mucho más real: la presencia de Cristo, corazón del mundo» (Benedicto XVI 1 de junio de 2008). 

«Él es mi roca firme y mi refugio» dice el salmista invitándonos a dirigir nuestra mirada a la acción providente y misericordiosa del Señor. Así lo hizo Cristo hasta el último momento de su existencia terrena invitándonos a imitarle: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Siguiendo el ejemplo de Cristo y en estrecha unión con Él, debemos aprender ese abandono y confianza en el Padre en todo momento. Actuando de esta manera, podemos hacer nuestro este salmo para celebrar los frutos maravillosos de esta confianza filial en Dios y para exhortar a nuestros compañeros de ruta en casa, en el grupo, en la parroquia, a vivir en esta confianza. San Juan Pablo II, en una de sus catequesis, invitaba a todo el pueblo de Dios a fijarse en el símbolo de estabilidad y seguridad que utiliza el salmista: la «roca», es decir, el salmista encuentra en Dios su fortaleza y su baluarte de protección. ¿En dónde está puesta mi confianza? ¿En dónde busco esa fortaleza y ese baluarte de protección? 

La beata madre María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, en una de sus cartas, dirigidas a su familia misionera escribe: «La confianza en Dios todo lo puede. Un misionero debe de vivir penetrado de confianza en Él; y confiar, precisamente, cuando todo parece perdido. Es una gloria inmensa la que damos entonces a Dios. No le privemos nunca de esta dicha» (Carta colectiva del 14 de marzo de 1963, f. 525). Y el salmista dice, dirigiéndose también a una comunidad: «Confía siempre en Él, pueblo mío, y desahoga tu corazón en su presencia, porque sólo en Dios está nuestro refugio». Volviendo a San Juan Pablo II, en aquella misma catequesis del 10 de noviembre de 2004 afirmaba: «Si fuéramos más conscientes de nuestra caducidad y de nuestros límites como criaturas, no escogeríamos el camino de la confianza en los ídolos, ni organizaríamos nuestra vida según una jerarquía de pseudo-valores frágiles e inconsistentes. Optaríamos más bien por la otra confianza, la que se centra en el Señor, manantial de eternidad y de paz. Sólo Él «tiene el poder»; sólo Él es manantial de gracia; sólo Él es plenamente justo, pues paga «a cada uno según sus obras» (Cf. Sal 61,12-13)». ¡Cuántas veces recurriría María a este salmo desde el silencio de su corazón! Ella, a través de su sí nos enseña en quién ha puesto su confianza y por qué quiere que Dios, con su poder y gloria, llegue a todos los hombres. A ella pidámosle que nos ayude a centrar nuestra vida y nuestro corazón en la «Roca» firme, que es el Señor. ¡Bendecido lunes, iniciando una nueva semana laboral y académica! 

Padre Alfredo.

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