lunes, 16 de septiembre de 2019

«Soy ciudadano del infinito y puro mexicano a la vez»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy es 16 de septiembre y como dice una canción, no puedo dejar de afirmar que —aunque como misionero soy ciudadano del infinito— «soy puro mexicano, nacido en esta tierra, en este hermoso suelo, que es mi linda nación...» y no dejo de pedir por mi «México, lindo y querido» reconociendo que no es posible entender el proceso de independencia de este hermoso país sin el cristianismo y no es posible seguir viviendo en libertad sin Dios en mi corazón. El 6 de septiembre de 1809, se comenzaron a reunir los canónigos del cabildo de Valladolid. Ahí se inició el desarrollo de la parte intelectual de la gran obra de la independencia. Podría decirse que el obispo de Michoacán (La antigua Valladolid, hoy Morelia), Manuel Abad y Queipo (Asturias 1751-Toledo 1824), fue el principal motor intelectual de aquellas reuniones preparatorias, a pesar de que, al levantarse en armas Hidalgo, haya sido posteriormente Abad y Queipo uno de sus más tenaces opositores hasta llegar a excomulgarlo. En aquel entonces la ciudad de Valladolid de Michoacán ostentaba el título de capital política de la intendencia homónima desde 1786, y era, además, sede del obispo y cabildo eclesiástico de uno de los más prósperos obispados del reino de la Nueva España. La guerra de Independencia surgió de esa manera cruenta ante los frustrados intentos pacíficos que buscaban la autonomía política del reino desde hacía dos años antes. De aquellos corazones —unos venidos de la Madre Patria y otros nacidos en la Nueva España— ansiosos de libertad no solo para ellos, sino para toda la nación, surge el inicio de una nueva nación, una nación libre y soberana, un México para que, con errores y defectos, con carencias o no, con intrigas y lealtades, con aciertos y fracasos, con todo por hacer y todo por decir, busca la reconstrucción de un país que de tiempo en tiempo es devastado y se vuelve a levantar. 

La Iglesia en México —no podemos negarlo— participó activamente en todos esos hechos de manera protagónica, ya que los más grandes iniciadores y actores de la lucha de Independencia fueron miembros del clero y en aquel entonces el pueblo era mayoritariamente católico, sin el ingrediente religioso, seguramente no se hubiera producido la independencia o habría tomado otro rumbo. Hoy el rumbo de nuestra patria y de nuestras vidas, no debe salirse del cause que Dios quiere que sigamos, que es el de permanecer libres, pero libres para amar, libres para darse, libres para soñar en un mundo siempre mejor, a pesar de que, al mexicano de hoy —y en general a los hombres de todas las naciones— le coquetean algunas ideas que le cautivan y ponen en juego su libertad. Por otra parte y sabiendo que esta reflexión será larguísima, sé que este festejo de la nación mexicana no tiene que ver con el acomodo de los salmos en la liturgia de la palabra de cada día ni con el Evangelio elegido para hoy, pero no deja de ser para mí significativo que el salmo a meditar sea el 27 [28] que entre otras cosas dice: «... él me socorrió y mi corazón se alegra y le canta agradecido. El Señor es la fuerza de su pueblo». Es desde nuestra fe de creyentes, que entendemos que no solo los hechos de la Independencia de México, sino todos los acontecimientos de nuestra historia, forman parte de nuestra historia de salvación. Dios da los acontecimientos su dimensión última. 

En una sociedad como la nuestra, más paganizada que nunca, en la que los contravalores del reino —idolatría del dinero, ansia de poder, engreimiento de la ciencia— se presentan como el ideal del hombre feliz y eficiente, pero que en realidad esclavizan, hay que repensar la libertad, porque la historia se repite y dentro de esta sociedad tenemos que seguir escuchando el mensaje de Jesús que nos invita a alcanzar la auténtica liberación. Por lo menos a mí este salmo y el Evangelio de hoy (Lc 7, 1-10) me dan muy buenas pistas para pensar en que la auténtica libertad no se puede alcanzar sin la fuerza que viene de lo alto, que orienta y ayuda a clarificar nuestras decisiones. La fe del centurión pagano —que aprecia y respeta las tradiciones judías—, es puesta en evidencia en contraposición a la poca fe de Israel. Esto despierta la admiración de Jesús ante aquel hombre que busca que su criado sea liberado de la opresión de la enfermedad. La fe, nos enseña Jesús al atender a su súplica, no se limita a un pueblo, a una cultura, a una raza. La humanidad y la humildad de aquel centurión van en la búsqueda de la libertad. Y como lo más significativo de todo el relato, es la insistencia del centurión que revela la profundidad de su fe, me enseña que la búsqueda de la auténtica libertad, para quien cree en Dios, no se puede quedar en un día de fiesta, sino que debe introducirse en la intimidad de la fe y desde allí lograr que el mundo encuentre la salvación —simbolizada hoy en la curación del enfermo—. La Virgen de Guadalupe, que jugó un papel determinante en aquella lucha por la libertad, interceda por nosotros y nos ayude a alcanzar la verdadera libertad, esa que solamente viene de Dios. ¡Bendecido lunes y viva México! 

Padre Alfredo.

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