La Sagrada Escritura nos enseña que «Dios es bueno». La bondad del Creador se extiende a todas y cada una de las criaturas, pero este bien no llega en igual grado a todas. En general es así: “Tu justicia es como los montes de Dios; tus juicios son como profundo abismo. «Jamás dejó de dar testimonio de sí mismo haciendo el bien —dice el libro de los Hechos—, dándoles lluvias del cielo y estaciones fructíferas, llenando sus corazones de sustento y de alegría» (Hch 14,17). La bondad de Dios es evidente en toda su creación y obras. El libro del Génesis, en su primer capítulo nos dice: «Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera...» (Gn 1,31) Su bondad está disponible para nosotros sin importar nuestra condición social en la vida, y aunque no seamos dignos de ella. San Mateo, en el capítulo 5 dice: «...Que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos» (Mt 5,45) Y leemos en el salmo 145,9 que «Bueno es el Señor para con todos, y su misericordia está sobre todas sus obras». Cuando el hombre abre su corazón a Dios, en la fe y en la oración; cuando siente que sus soledades interiores quedan inundadas por la presencia del Señor; cuando percibe que su indigencia queda contrarrestada por la bondad de Dios; cuando el hombre experimenta vivamente que ese Señor, que llena y da solidez, además de todopoderoso, es también todo bondad; que Dios es «su» Dios, el Señor es «su» Padre; y que su Padre lo ama, lo envuelve, lo compenetra y lo acompaña, entonces se siente seguro.
Este es el tema del salmo 26 [27] que el salmista nos deja hoy para meditar: El Señor es bueno, su bondad es inmensa y cuando uno se pone bajo el cuidado de su bondad, a nada ni a nadie hay que temer, porque «el Señor es la defensa de mi vida». El salmista nos invita a contemplar la bondad del Señor, se siente de tal manera arropado por esa bondad divina, de tal manera cohesionado interiormente, de tal manera partícipe de la omnipotencia divina, y por lo mismo, invencible, que no siente miedo alguno, no le afectan los insultos ni le alcanzan los dardos, nada lo hiere, nada lo lastima; se siente libre, libre de los males y la adversidad. Gracias a la bondad de Dios, el mal puede ser vencido y esa bondad, para todo discípulo–misionero de Cristo, queda manifestada en el mismo Señor. Con su bondad, Jesús libera a toda la persona del mal, a veces le cura de su enfermedad, otras de su posesión maligna, otras de su muerte, y sobre todo, de su pecado llenando de luz su vida (Lc 4,31-37), por eso lo que el autor del salmo responsorial de hoy dice, nos viene muy bien: «Lo único que pido, lo único que busco es vivir en la casa del Señor toda mi vida, para disfrutar las bondades del Señor y estar continuamente en su presencia».
Hoy el mundo vive con la mente sumergida en ideologías que no permiten descubrir la bondad de Dios. El peligro de la violencia crece en una espiral incontenible. El salmista, con estas bellas expresiones del salmo 26 [27], nos exhorta a que no caigamos fascinados por el monstruo de las falsas bondades mundanas, sino que profundicemos en la bondad del Señor y vivamos en su presencia. Nuestra meta, como creyentes, como hombres y mujeres de fe, debe ser mostrarle la bondad de Dios a los que nos rodean todos los días. El Papa Emérito, Benedicto XVI, el 14 de agosto de 2008, en las Vísperas de la asunción de María a los cielos afirmaba que «la Virgen María a través de su peregrinación de fe y caridad sobre la tierra, revela en su persona el verdadero rostro de la Iglesia, esposa y sierva del Señor y que a través de la fe, se puede ver a María misma como la Madre de Dios en quien se refleja la bondad de Dios». Pidámosle a ella, en este día y siempre, que nos acompañe y junto a ella, sintamos muy nuestras las palabras del salmista: «La bondad del Señor espero ver en esta misma vida. Ármate de valor y fortaleza y en el Señor confía». ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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