sábado, 14 de septiembre de 2019

«Desde lo más profundo del corazón»... Un pequeño pensamiento para hoy

No hay duda de que Jesús oró con los salmos, y especialmente cantó los salmos del Hallel, ese conjunto de salmos que se canta como parte de la liturgia judía durante determinadas festividades y que empieza con el salmo 112 [113] y termina con el 117 [118]. Según la Misná (La tradición oral judía), el Hallel se cantaba en el templo y en las sinagogas durante el tiempo de la Pascua y las fiestas del Pentecostés, de las cabañas y de la dedicación. Durante la celebración de la Pascua, se recitaba en las casas la primera parte de este Hallel (el Salmo 112 [113], según la escuela de Sammay, o los Salmos 112 y 113 [113 y 114] según la escuela de Hillel) después que se había llenado la segunda copa de vino y explicado el significado de la Pascua. Se concluía el Hallel con la cuarta copa de vino. Los evangelios nos atestiguan que Cristo cantó el Hallel. Hablando de la Última Cena dice el evangelista: «Y cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos» (cf. Mt 26,30; Mc 14,26). Jesús celebró y presidió la pascua con sus discípulos según el rito judío. 

El ejemplo de Jesús —afirma en uno de sus escritos monseñor Juan Esquerda Bifet el famoso misionólogo—, al usar los salmos para orar o para exponer su mensaje (Heb 10,5-7; Mt 22,43-45; 26,30; Mc 14,22-24), es una invitación a toda la comunidad eclesial para trasformar todo acontecimiento histórico en alabanza, adoración, gratitud, petición, a la luz de la Pascua. «Los salmos son un resumen de la espiritualidad del Antiguo Testamento. Estos himnos del texto sagrado resumen retazos de vida y de historia salvífica. El hombre asume los acontecimientos de su caminar personal y comunitario (alegría, dolor, triunfo, exilio, muerte...), a la luz de la historia de salvación, para convertirlos en diálogo con Dios (culto, oración) y en compromiso histórico. La dinámica de los salmos se mueve dentro de la esperanza mesiánica, en el contexto de un Dios que ama al hombre y le salva del fatalismo histórico y de las fuerzas de la naturaleza» (Juan Esquerda Bifet, “Caminar en el amor”, p. 38). El estudio profundo del ambiente judío es esencial para comprender rectamente la persona de Jesús. Jesús nació de madre judía, de la casa de David y del pueblo de Israel y su manera de orar con los salmos, abraza a su propio pueblo y al mundo entero. 

¿Cómo no reconocer en los Evangelios, aunque elevados a un plano superior, la palabra evocadora de los profetas, las figuras literarias de los salmistas y los métodos de enseñanza familiares a los rabinos judíos contemporáneos de Jesús? El Evangelio que Jesús predicó en Palestina tiene fuertes raíces judías, muchas de las cuales están en la costumbre judía de orar con los salmos, por eso en cada Celebración Eucarística hay siempre un salmo o un fragmento de estos bellos poemas en el salmo responsorial. El salmo de hoy constituye como «el punto de unión entre el cántico de Ana (1 Sam 2,1-10) y el Magníficat de la Virgen (Lc 1,46-55)». exalta «el nombre del Señor», que, como es bien sabido, en el lenguaje bíblico indica a la persona misma de Dios, su presencia viva y operante en la historia humana. Tres veces, con insistencia apasionada, resuena «el nombre del Señor» en el centro de la oración del salmista. Todo el ser y todo el tiempo el nombre del Señor —«desde que sale el sol hasta su ocaso», dice el salmista (v. 3)— está implicado en todo. Dios quiera que siempre exaltemos su nombre y con ello su amor, su bondad, su misericordia de tal forma que caminemos siempre en su presencia y no nos pase como a esos de los que habla Jesús hoy en el Evangelio que piensan que con decir «Señor, Señor» y no hacen lo que él dice ya están salvados (Lc 6, 43-49). Procuremos que nuestra fe no se nos quede en puras exterioridades, sino que lo que hagamos externamente sea consecuencia de tener a Dios en el corazón, como los salmistas, porque «la boca habla de lo que está lleno el corazón». Hoy que es sábado vale la pena pensar un poco en el corazón más fiel al Señor, el corazón de María y pedirle a ella que nuestra alabanza a Dios no sea solo de palabra, sino que brote de nuestro interior. ¡Bendecido sábado! 

Padre Alfredo.

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