Con cuánta alegría leemos siempre el esquema narrativo de la creación en el libro del Génesis, un relato que no quiere ser científico o histórico, sino unas páginas que presentan una intención religiosa muy interesante: el Génesis nos está diciendo que todo procede de Dios y que todo lo ha pensado para bien de la raza humana (Gn 1,20-2,4). Por una parte el autor sagrado nos presenta a Dios, el Creador, que nos comunica su ser y su vida. El Dios de la Creación todo lo bendice y lo llena de su amor. Esta primera creación la completará con la nueva y definitiva creación en Cristo, en la que nos comunicará de modo más pleno todavía la participación en su vida divina, aunque muchos, aún de su tiempo, no lo hayan entendido (Mc 7,1-13). Por otra parte, contemplamos la belleza y bondad intrínseca de todo lo creado. Desde los espacios separados por millones de años luz hasta los más simpáticos colores de una flor o una mariposa.
Yo creo que es en estos relatos en donde los auténticos ecologistas pueden encontrar la mejor motivación de su empeño por la defensa de la naturaleza. También aquí podríamos reafirmar nuestra postura positiva hacia el cosmos, como obra de Dios para nosotros, sobre todo en el domingo, día de un reencuentro continuado también con la naturaleza, que Dios pensó para descanso, alimento y solaz nuestro. El Papa Francisco, en su carta Encíclica «Laudato Sí», nos ha invitado a hacernos responsables del cuidado de nuestra casa común y uno de sus argumentos apunta precisamente a recuperar la sabiduría de vida contenida en los relatos ancestrales de los pueblos y culturas, entre ellos, los relatos de la creación, en este libro bíblico del Génesis. El texto que hoy tenemos del primer libro de la Biblia, fue escrito por comunidades judías hacia el siglo V a.C. y asumido luego por la tradición cristiana. En él se afirma también que Dios creó la pareja humana: «Creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó». Ahí se afirma la dignidad y la igualdad del hombre y la mujer. Los ha hecho reyes de la creación, creados nada menos que a imagen del ser y de la vida del mismo Dios: «A imagen tuya creaste al hombre y le encomendaste el universo entero, para que, sirviéndote sólo a ti, su Creador, dominara todo lo creado» (plegaria eucarística IV).
El salmo responsorial de hoy, que es el número 8, lo podemos cantar muy a gusto, porque resume nuestros sentimientos de admiración y gratitud por esta obra de la creación: «¡Qué admirable, Señor, es tu poder!... Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos... ¿Qué es el hombre, para que de él te acuerdes?... le diste el mando sobre las obras de tus manos...». El salmista reconoce que Dios, su Creador, se ocupa de él de una manera muy especial: el hombre no es como las demás criaturas que son incapaces de elevarse hasta él, de conocerlo, de amarlo, de atribuirle todas las grandezas que contemplan sus ojos: el hombre es el gran sacerdote de la creación, el único capaz de hacer subir hasta Dios una alabanza inteligente y reconocida por sus beneficios y de hacerlo no sólo en nombre propio, sino en el de toda la obra de la creación. Esto se realiza en plenitud en Cristo, quien recapitula en sí mismo a toda la humanidad y a toda la creación, reordenándola hacia su Creador. La aplicación cristológica de este bellísimo salmo aparece varias veces en el Nuevo testamento: Mt 21,16; Hb 2,6-8; 1 Cor 15,27 y Ef 1,22. Es en Jesucristo donde podemos celebrar el establecimiento de una nueva creación. Recemos contentos hoy, de la mano de María este hermoso salmo, agradeciendo el regalo de la Creación. ¡Bendecido martes con un recuerdo especial desde la Basílica de Guadalupe esta tarde!
Padre Alfredo.
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