Ayer que subí al moderno Boeing 737 Max que me trajo de regreso a mi Selva de Cemento, luego de pasar un día en la Sultana del Norte, ya acomodaditos todos, nos dijeron que, debido al trafico aéreo en el aeropuerto de CDMX —información a la que estoy más que acostumbrado a escuchar— nos anunció «Ramiro» —me aprendí su nombre por la retahíla de avisos que lanzó en menos de media hora— que permaneceríamos en el avión 30 minutos sin despegar. Abrí la revista que ofrecen a cada pasajero y me topé con un anuncio de una inmobiliaria que, aprovechando el mes del amor y la amistad, presentaba la imagen de un rompecabezas que formaba un corazón y le faltaba una pieza. Sobre el mismo, había una corta frase que decía: «Así se ve la pareja perfecta». Uno abre la página por el centro del corazón y aparece esa «pareja perfecta»: una bella mujer —bueno no tan bella la verdad— comiendo frente a un gigante teléfono celular del cual parece estar profundamente enamorada. Aparece rodeada de corazoncitos pequeños y frases que rezan: «conviértete en representante inmobiliario X»... «se tu propio jefe»... «tú decides cuanto ganar»... «trabaja a tu ritmo»... «porque un “te amo” jamás superará un “ya depositaron”.
¡Qué impresionante la forma en que la sociedad de consumo entiende el amor! Me apasiona la vida como un reto para amar, pero no de esta manera y creo que amar, es la única forma de ganar la vida... amar a Dios y a los hermanos, pero cuando parece que el auténtico amor desciende hasta la tercera división en el juego de la vida, me quedo impresionado por visiones del amor como ésta. Por eso me duele volver a pensar en ese anuncio y otros que aparecen por aquí y por allá en este mes y que profanan lo que es el amor y el amar, haciendo creer que la realización del amor y del amar está en el dios dinero y no en el Dios que adoramos y a quien el salmista de hoy nos remite (Sal 26/27 vv 1.3.5.8b.9abc). Yo, como él, no estoy dispuesto a cambiar la visión de Dios y de su amor, ni la visión del hombre y del suyo por más que digan que los tiempos cambian. Estoy más bien ansioso de seguir descubriendo al Señor como luz que alumbra el corazón para enseñarle el verdadero amor y la auténtica manera de amar. El domingo pasado celebré, en una de las misas, 68 años de casados de una pareja de ancianos y allí sí, en ese anuncio espectacular en vivo, entendí lo que es el amor. Cuando ellos me dijeron: «Nos queremos y Dios nos ama como somos». Dos seres maravillosos que se atrevieron a creer en el amor humano desde el amor de Dios.
Me temo, al volver a pensar en el anuncio publicitario de la revista del avión, que el amor, aunque es muy proclamado por aquí y por allá, el verdadero... ¡no está de moda nunca! Y lo malo es que muchos, a lo largo de la historia, se han convencido que eso que ven por aquí y por allá como amor, es algo auténtico que realiza, da la felicidad y llena de luz la vida. Así está el caso de Herodes en el Evangelio de hoy (Mc 6,14-29) que de amor no entiende nada. Conoce al Bautista, sabe que es un hombre bueno, le respeta, pero no ama a Dios ni al prójimo, le incomoda la veracidad de Juan, su franqueza, su denuncia. Herodes abusa de su poder, actúa injustamente a sabiendas y comete, en esta ocasión, un crimen en el que se mezclan los peores vicios del ser humano: el egoísmo, el miedo al que dirán, la lujuria, la prepotencia... el desamor. En cambio Juan fue un hombre que supo lo que es el amor y el amar: «No soy digno ni de desatarle las sandalias» Juan vive un estilo de amor que a Herodes y a muchos les cuesta demasiado aprender. Que María Santísima nos ayude a no dejarnos llevar por esos diosecillos de ayer y de hoy y que nos ayude a dirigir lo que somos y hacemos hacia el verdadero amor a Dios y a los hermanos. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario