El padre Jardón, como se le conoce, nació el 21 de enero de 1887 en en pintoresco Tenancingo, un poblado del Estado de México. Fue hijo de Jacinto Jardón y de Paula Herrera, quienes tuvieron 14 hijos. Su padre era jornalero y su madre una mujer de hogar, sin estudios pero con gran experiencia en la ciencia de la vida ordinaria. A los tres días de nacido recibió el sacramento del Bautismo en la Parroquia de San Francisco en Tenancingo. Además de Raymundo se le puso el nombre de Fructuoso, como señalando ya su vida fecunda.
Desde muy pequeño, Raymundo trabajó en un taller de rebozos para ayudar a su familia y, con apoyo del párroco de su pueblo, ingresó al Colegio Pio Gregoriano de Tenancingo, donde de inmediato destacó por su aplicación y aprovechamiento.
El señor Obispo Don Francisco Plancarte y Navarrete, quien había sido nombrado Obispo de Cuernavaca, llegó por aquellos años a Tenancingo haciendo una pesca de vocaciones y lo llevó con él a su Seminario. Poco después lo hizo su familiar y cuando ese Prelado fue trasladado a Monterrey lo llevó consigo.
Fue ordenado sacerdote en la Catedral de Saltillo y celebró su primera misa —Cantamisa— en Cuernavaca para regresar a Monterrey a empezar a ejercer su ministerio en la Catedral. Su apostolado sacerdotal fue una bendición para esa comunidad, ya que tenía corazón para todos. No hubo categorías sociales para él, pues en todos veía el rostro de Cristo.
El secreto de su audacia, para ayudar y estar cercano a todos, fue siempre su confianza en la Divina Providencia, manifestado en su amor ilimitado a Dios; un amor tierno, ardiente y apasionado que se dejaba ver. Los que lo conocieron recuerdan cómo su voz, sin necesidad de micrófono, sacudía las paredes de la Catedral y con ello vibraban su alma y su cuerpo como un volcán que ardía explotando el fuego de su corazón.
Como prolongación de ese amor a Dios había en su fisonomía espiritual, además del amor a Dios y a María Santísima, otro amor esencial: su amor a las almas, su amor a los niños, a sus papeleritos y boleritos, a sus muchachos Congregantes, a los pobres, a los olvidados, a los descartados por la sociedad; en fin, a todas aquellas personas necesitadas, especialmente a las viudas pobres.
El padre Jardón fue sacerdote hasta la médula de los huesos. Un hombre de intensa acción sostenida por una profunda oración, de recia fe. Un hombre en constante lucha contra el pecado; un hombre pastoral apasionado por la predicación, el confesionario, la catequesis y la visita a los enfermos. Un hombre sin ambiciones que quiso ser sacerdote para salvar almas, un hombre evangélico que se inclinó por las almas, entendiendo este término referido a la persona integral . Todos los días practicó la caridad derramando bienes sobre todos sin distinción. Ejemplo de su generosidad y amor al prójimo fueron todos y cada uno de los actos de su vida, las cosas sencillas que cada día puede hacer un santo sacerdote. Para él, lo más natural era desprenderse de lo que tenía para aliviar necesidades ajenas. Cuanto caía en sus manos lo daba más adelante.
Durante la persecución religiosa en México, fue desterrado en dos ocasiones. Amante apasionado de la Virgen de Guadalupe, avivó el amor de sus feligreses hacia la Patrona de México llamándola «mi morenita» y muchas veces en sus sermones, al referirse a Ella, la emoción le entrecortaba la voz. Fue él el Iniciador de las peregrinaciones al antiguo Santuario de Guadalupe en Monterrey y llevó solemnemente en el año 1922, la imagen que se venera todavía en el altar mayor de la nueva Basílica de Guadalupe en Monterrey.
El día en que Dios lo recogió fue muy significativo: el 6 de enero, de 1934, fiesta de la Epifanía, cuando el pueblo cristiano celebra a los Santos Reyes. La noticia se propagó con inusitada rapidez por todo Monterrey, no únicamente entre los feligreses y entre los católicos, sino en toda la ciudad, provocando lágrimas y lamentos. Creyentes e incrédulos se hicieron presentes en las honras fúnebres y en el entierro, cuyo cortejo cubrió más de veinte cuadras.
Conociendo la fama de santidad del fallecido sacerdote Raymundo Jardón, el 15 de agosto de 1987 el Excmo. Sr. don Adolfo Suárez Rivera, Arzobispo de Monterrey de feliz memoria, constituyó el Tribunal de la Causa de Canonización del padre Jardón. El 27 de febrero de 1991 la Congregación para las Causas de los Santos autorizó la introducción de la Causa del Siervo de Dios, Raymundo Jardón Herrera y el 21 de enero de 2017, el papa Francisco firmó un decreto en el qué se declara «Venerable» al Siervo de Dios Raymundo Jardón Herrera, así la Congregación para las Causas de los Santos aprobó la práctica de las virtudes en grado heroico del padre Jardón. Hoy se espera la realización de un milagro por su intercesión para esperar el día de su beatificación.
Padre Alfredo.
Padre Alfredo.
ORACIÓN:
¡Oh Dios omnipotente!, que elegiste a tu siervo Raymundo Jardón para el ministerio sacerdotal y enriqueciste su sacerdocio con una caridad y una pobreza admirables, con un encendido amor a Jesucristo en su Eucaristía y a la Santísima Virgen de Guadalupe y con un extraordinario servicio a sus semejantes, particularmente a los pobres, concédenos por su intercesión la gracia que te pedimos (pídase).
Confiadamente te suplicamos que por su vida ejemplar y para bien de tu Santa Iglesia sea elevado a los altares.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
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