El salmo conocido como «El Salmo 23», que en la liturgia es el 22, es uno de los que más ha movido el corazón de muchos para acercarse a Dios. El gran escritor de espiritualidad Henry Nouwen en su libro «Caminos del Corazón» apunta: «Cuando, por ejemplo, hemos permanecido durante veinte minutos sentados en la presencia de Dios muy temprano por la mañana, con las palabras “El Señor es mi pastor”, ellas pueden por sí mismas construir un nido pequeño en nuestro corazón y quedarse ahí durante el resto de nuestra jornada ajetreada». Julien Green, el escritor americano de lengua francesa dice: «Estas frases tan sencillas se grabaron sin dificultad en mi memoria. Veía al pastor, veía el valle en la sombra de la muerte, veía la mesa preparada. Era el Evangelio en pequeño. Cuántas veces en la hora de la angustia me acordé del bastón confortante que evita el peligro. Todos los días recitaba este pequeño poema profético del que no se agotaron nunca las riquezas». La figura del pastor es, para el salmista y muchos e su tiempo, el compañero fiel para quien las horas de su rebaño son sus propias horas, los mismos riesgos, la misma sed y el mismo hambre, las mismas horas de sol y de oscuridad, los mismos prados y la misma vida.
Este salmo, que hoy aparece en la liturgia de la palabra, está sostenido por esta figura del pastor (vv. 1-4) y por otra muy peculiar: la del «huésped» (vv. 5-6) enlazadas estas dos figuras con la pequeña y profunda frase: «tú estás conmigo» (v. 4). San Gregorio de Nisa, comentando este salmo dice: «A través de este salmo, Cristo enseña a la Iglesia que es necesario que tú te conviertas en oveja del buen pastor, guiada por la buena catequesis hacia los pastos de las enseñanzas... después de haberte consolado con el bastón del Espíritu, él prepara la mesa sacramental. Después él nos unge con el aceite del Espíritu. Y dándonos el vino eucarístico que hace alegrar el corazón del hombre, causa en el alma una sobria embriaguez». El buen pastor, tiene tiempo para sus ovejas, para el pequeño y para el gran rebaño (Mc 6,30-34). Él nos enseña a tener tiempo para todos, a compartir la vida a pesar de que, como todos, andará escaso de tiempo y con mil cosas que hacer.
Hoy el Evangelio nos habla de la finura de Jesús que nos enseña con su ejemplo lo que el salmista nos dice: tratar a cada persona que sale a nuestro encuentro como el pastor, que dedica su vida a las ovejas; como el anfitrión, que prepara un banquete para sus invitados. Jesús asume el compromiso de pastor y nos instruye para que cooperemos a dar cambios cualitativos que redunden en el bien común. Dios siente compasión de su pueblo cansado por el abuso las ansias de poder, lo efímero del tener y el hedonismo del placer. Él es el Pastor que siente compasión por la falta de conciencia en medio de su pueblo. Por eso en Jesús el Padre manifiesta su amor y su compasión a aquella multitud para recibir la vida que provenía de su palabra y de su forma de vivir. Nuestro mundo, como aquella gente del tiempo del salmista y del Señor Jesús, vive situaciones de muerte y de desolación y no tiene quién lo acompañe y le enseñe con misericordia. Necesitamos ser orientados y necesitamos escuchar la Palabra de Dios, palabra que genere «vida abundante» como en María, en los santos, en los hombres de Dios. Hoy es sábado, podemos dirigirnos de manera especial a la Madre del Buen Pastor y como ella, guardar en el corazón estas y muchas otras enseñanzas del Buen Pastor que se compadece de nuestros males, los remueve, los condena, quiere nuestra vida y nuestra felicidad, nos llama a la fraternidad, a la justicia y a la paz entre nosotros para «vivir en la casa del Señor por años sin término». ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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