El salmo 115/116 es uno de los más hermosos de la Biblia y hoy la liturgia de la palabra nos ofrece algunos de sus versículos finales (12-13.14-15.18-19) con los cuales el salmista hace una preciosa acción de gracias en alabanza al Señor. El autor del salmo afirma que Dios es poderoso y no se le escapa nada, vela por nosotros en todo y se pregunta cómo le pagaremos al Señor todo el bien que nos hace. El filósofo francés Voltaire (1639-1699) decía que amaba con predilección un versículo de la Escritura y era el 12 de este salmo: «¿Cómo le pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? El salmista siente una gratitud inmensa, y quiere expresarla. Primero dice que levantará el cáliz de salvación seguramente evocando la copa de ofrenda de gratitud de la que habla el libro de los Números (Num 15,10) y que a nosotros nos hace ir a Cristo y el Cáliz de su Sangre para agradecer al Padre entregándole lo mejor que él mismo nos dado, su Hijo Jesús.
En Cristo el Padre nos ha dado la paz, el gozo, el reposo, la confianza, la victoria, la comunión con él. Así, una manera de mostrar gratitud a Dios es apropiarnos de esa «copa de la salvación» en cada Eucaristía. El escritor sagrado no olvida los votos que ha hecho a Dios, como tampoco nosotros debemos de olvidar nuestro compromiso bautismal, cumpliendo esas promesas bautismales «al Señor ante todo su pueblo, en medio de su templo santo». A la Eucaristía nos acercamos siempre llenos de gratitud en calidad de «hijos adoptivos» que cumplen sus promesas. ¿Cómo pagarle al Señor que nos haya abierto los ojos a la fe? Hoy el Evangelio nos habla de la curación de un ciego (Mc 8,22-26) que seguramente ha de haber quedado más que agradecido. Tan agradecido como Noé cuando terminó el diluvio, escena que nos cuenta la primera lectura de hoy (Gn 8,6-13.20-22). Así, toda la liturgia de hoy es una invitación a la gratitud. Porque en el fondo importa más el ser agradecidos con Dios que todo lo que el hombre pueda hacer o decir de sí mismo y por su cuenta, porque todo nos viene de Dios.
En cada Eucaristía expresamos nuestra gratitud al Padre Celestial por, con y en el sacrificio expiatorio de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. Nos reunimos en oración de alabanza y acción de gracias por lo que el Padre nos ha dado. La gratitud, cada vez que celebramos la Santa Misa, nos brinda la paz que nos ayuda a sobreponernos al dolor de la adversidad y del fracaso; la gratitud en la Misa expresa el aprecio por lo que tenemos y que sabemos venido de Dios, sin considerar lo que tuvimos en el pasado ni lo que deseamos para el futuro. En los cuatro relatos de institución de la Eucaristía, aparece nuestro Señor dando gracias. Lo cual nos indica que, según la mente y el corazón del Señor, la oblación del sacrificio eucarístico va estrechamente unida a la acción de gracias «hasta el punto de ser ella la mismísima excelentísima expresión del agradecimiento que debemos expresar a Dios por los beneficios recibidos». Si se llega a perder, en un bautizado, esa actitud de agradecimiento, se pierde la alegría de vivir, el sentido del paso por esta tierra, la grandeza del fin último al que como hijos adoptivos estamos llamados y se cae inexorablemente en distintas formas de tristeza y depresión de esas que abundan en el mundo malagradecido de muchos. Pidámosle a la Santísima Virgen, siempre agradecida por los favores de Dios que nos ayude a ser siempre agradecidos. ¡Bendecido miércoles y gracias por darse tiempo para leer!
Padre Alfredo.
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