¡Febrero, mes del amor! Se lee en infinidad de panorámicos desde casi inmediatamente que terminó la Navidad y las ventas de roscas de reyes se cambiaron por corazones de todos colores y sabores, comestibles, inflables y admirables... la palabra amor se ha vendido tanto que hoy parece ser muy barata. Desde China, de donde proviene la mayoría de los objetos hasta México, pasando por todos los continentes, este mes se tiñe de corazones rojos, con rosas, con tarjetas, con besos y chocolates. Para los comerciantes el tema del amor y de la amistad se convierte en la fórmula mágica para vender de todo ¿Todo esto es el amor? El salmista nos recuerda hoy (Salmo 102,1-2.13-14.17-18a —103 en la Biblia—) que hay un amor mucho más grande que este que se comercializa, el amor de Dios, que es eterno. La palabra amor tiene una de las raíces más importantes en el ágape de la iglesia primitiva según lo había heredado del Antiguo Testamento en expresiones como ésta del salmista: «Ágape».
Hace unos días, el domingo pasado, escuchábamos a Pablo usando en 1 Corintios 13 esta palabra «ágape», un amor que trasciende, un lazo que hay entre el ser humano y la divinidad, un lazo que lo hace volver una y otra vez a su Señor y Creador para alabarle, bendecirle y darle gracias. Dios es «ágape». Por «ágape» Jesús murió por los pecadores, por «ágape» se ha encontrado con cada uno de nosotros en la sencillez de la vida diaria (Mc 6,1-6) y se ha quedado en nuestro corazón. Hay un relato que explica muy bien cómo es este amor y lo comparto con gusto hoy: «Mañana en la mañana abriré tu corazón, —le explicó el cirujano a un niño—. Y el niño interrumpió: ¿encontrará allí a Jesús? El médico se quedó mirándolo y continuó: Cortaré una pared de tu corazón para ver el daño completo. —Pero cuando abra mi corazón, ¿encontrará a Jesús ahí? —volvió a interrumpir el niño. El cirujano se volvió hacia los padres del niño, quienes estaban sentados tranquilamente y dijo: cuando haya visto el daño que hay allí, veremos lo que sigue, ya con tu corazón abierto. Pero, ¿usted encontrará a Jesús en mi corazón?, mi padre dice que vive allí. El cirujano pensó que era suficiente y le explicó: Te diré qué encontraré en tu corazón: músculos dañados y debilidad en las paredes y vasos. Una vez que te haya abierto y visto tu corazón, me daré cuenta si te podemos ayudar o no. Pero, ¿encontrará a Jesús ahí también? Es su hogar, el vive allí, siempre está conmigo. El médico no toleró más los insistentes comentarios y se fue.
En seguida se sentó en su oficina y procedió a ver: Aorta dañada, vena pulmonar deteriorada, degeneración muscular cardiaca masiva. Sin posibilidades de trasplante, difícilmente curable. Terapia: analgésicos y reposo absoluto. Pronóstico: muerte dentro del primer año y preguntó a Dios: ¿Por qué?, ¿por qué le hiciste esto a él? De pronto Dios le contesto: El niño, mi oveja, es parte de mi rebaño y conmigo estará toda la eternidad. Aquí, en el cielo, cuando lo llame, ya no tendrá ningún dolor, será confortado de una manera inimaginable para tí o para cualquiera. El cirujano comenzó a llorar terriblemente, pero no entendía las razones. Y replicó: Tú creaste a este muchacho y también su corazón, ¿para qué?, ¿para que muera dentro de unos meses? El Señor le respondió: Morirá cuando llegue el tiempo que mi Padre disponga. Su tarea en la tierra la habrá cumplido. Hace unos años envié a una oveja mía con dones de doctor para que ayudara a sus hermanos, pero con tanta ciencia se olvidó de su Creador. Así que envié a mi otra ovejita, el niño enfermo, no para perderlo, sino para que regresara a mí aquella oveja perdida hace tanto tiempo. El médico lloró y lloró inconsolablemente. Días después, luego de practicar la cirugía, el doctor se sentó a un lado de la cama del niño, mientras que sus padres lo hicieron frente al médico. El niño despertó y murmurando rápidamente preguntó: —¿Abrió mi corazón? Sí, —dijo el cirujano—. ¿Que encontró? —preguntó el niño. Tenías razón, —dijo el cirujano— encontré allí a Jesús. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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