lunes, 4 de febrero de 2019

«Confianza»... Un pequeño pensamiento para hoy


El salmo responsorial que la liturgia de hoy nos presenta es el 30/31, en los versículos del 19 al 23. Este es un salmo que en esta sección contiene un cántico de acción de gracias y alabanza. Tal vez —afirman los estudiosos— es un salmo que se utilizaba en el Templo en actos de adoración, en los cuales las personas se allegaban a Dios para implorar su apoyo y fortaleza en momentos difíciles como de enfermedad o persecución y luego alabarle al sentir que eran escuchados y liberados. Es, en sí, pudiéramos decir: una declaración intensa de confianza en la cual el salmista se presenta ante Dios con un gran sentido de seguridad, pues actúa como si ya el Señor le hubiese concedido los beneficios que solicita ante la crisis y la angustia que le aflige. Este sentido de confianza es imprescindible para entender el salmo. Las personas de fe, como el autor de este bello escrito, son los que confían en la presencia salvadora y oportuna de Dios que siempre nos escucha y nunca nos abandona.

La fe, que es algo sobrenatural, se vive dentro de la experiencia humana y se caracteriza por el don que uno hace de sí mismo para el futuro, el riesgo que uno corre de abandonar su seguridad y darse de lleno a la novedad seguro de ser escuchado y acompañado por el Señor. La primera lectura de hoy habla también de la fe. La Carta a los Hebreos (Hb 11,32-40) nos narra cómo los hebreos habían carecido de fe mientras echaban de menos los alimentos de Egipto, en vez de confiar en el futuro en momentos en que, a decir verdad, solo podían esperar la muerte. Abraham, por el contrario, tuvo fe, pues abandonó su patria convencido de que al final de su recorrido le aguardaba un reino mejor que el que había dejado. El escritor sagrado nos hace ver que los primeros cristianos han podido carecer de fe mientras recordaban con nostalgia Jerusalén y trataban de volver al judaísmo en lugar de confiar plenamente en el nuevo movimiento iniciado por Jesucristo. Cristo, sin embargo, había elevado la fe a la perfección con su muerte, convencido de que merecía la pena correr este riesgo para dar comienzo a una vida nueva.

En una época de constantes cambios, como la que nos ha tocado vivir, la fe no puede quedarse estancada en una simple adhesión a cierto número de verdades; debe consistir, más bien, en la entrega de sí mismo ante el futuro con la plena confianza en el Señor que todo lo puede, como nos muestra hoy el evangelista en el complicado caso al que se enfrenta Jesús ante el hombre endemoniado (Mc 5,1-20). Ante todo esto, surgen dos preguntas: ¿Estoy convencido de que la fe es algo más que un simple asentimiento intelectual a unas verdades? ¿A qué actos concretos me lleva mi vida de fe? La actitud del salmista y los ejemplos que nos presenta la Carta a los Hebreos, son actos extremadamente humanos que proceden ciertamente de Dios pero que han sido asumidos por gente de carne y hueso en unas situaciones precisas, como las que vivimos nosotros cada día. Tendremos que rezar en verdad el salmo de hoy para arriesgarnos más: «Bendito sea el Señor, que en mis horas de angustia ha prodigado las pruebas de su amor», y esperar confiadamente, como María y como los santos, el premio de Dios que no faltará: «Que amen al Señor todos sus fieles, pues protege a los leales». ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

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