El salmo 103/104 es uno de los más conmovedores de la Biblia. Es hermoso ver en este escrito sagrado a los seres vivos de la creación que, dependientes de su Hacedor, lo esperan todo de él: «Todos los vivientes aguardan a que les des de comer a su tiempo; les das el alimento y lo recogen, abres tu mano y se sacian de bienes». ¡Qué contraste tan impresionante con la realidad que vivimos en el globalizado mundo de hoy! Este domingo pasado, luego de terminar por la noche la tarea pastoral del día con las Misas y la reunión con los jóvenes profesionistas, cuando ya está todo cerrado y apagado, subí a cenar y prendí la televisión en uno de los canales de noticias, ya que ese es el día de la semana y la hora de quietud en que veo un poco de noticias o alguna otra cosa interesante gracias al silencio que por lo general reina a esa hora. Me topé con una noticia impactante: Un grupo de 52 osos polares invadieron un archipiélago ruso forzados por el cambio climático para buscar alimento.
En el poblado de Belushya Guva, en la provincia de Novaya Zelma, la gente amaneció asustada porque el montón de osos comenzó a entrar a viviendas y edificios públicos a buscar comida atemorizando a poco más de 3,000 habitantes que no pudieron incluso ni salir de casa, debido a la agresividad natural de los animales hambrientos. Si el alimento es escaso en los osos, estos buscan la manera de obtenerlo, como sucede en Monterrey en la zona de Cumbres, en donde estos simpáticos y feroces animalitos invaden las calles buscando, sobre todo, comida para sus crías, asegurando la supervivencia de la especie. Si entre ellos el alimento es escaso, las mamás van a elegir alimentar al cachorro con las mejores posibilidades de sobrevivir y abandonan a la otra cría, que debe buscar su comida como pueda. Esto se pudo ver en los enormes osos polares, donde la escasez de alimentos, debido al calentamiento global que ha hecho que se pierda el hábitat del hielo marino cree la necesidad de caminar largas distancias. Esto pasa con los osos, pero, ¿qué sucede con los humanos? La FAO afirma que cada día muere un promedio de 25,000 personas de hambre en el mundo, porque alrededor de 821 millones sobre la faz de la tierra no tienen suficiente comida, eso es casi 1 de cada 9. Entre ellos están 160 millones de niños entre los 0 y los 5 años.
El Papa Francisco estará, el día de mañana, en Roma, en la 42° sesión del Consejo de la Gobernación del Fondo Internacional para el desarrollo Agrícola (FIDA) en medio de un panorama mundial en donde la noticia del hambre ya no llama la atención. Se nos está paralizando el corazón y así, mientras el calentamiento del planeta aumenta, se enfría cada vez más la solidaridad. El salmista, que sabe que la obra de Dios está puesta en las manos del hombre, dice también hoy en oración al Señor: «Si retiras tu aliento, toda criatura muere y vuelve al polvo». Y nosotros sabemos que el aliento de Dios se hacer realidad en el corazón generoso del ser humano que, identificado con Cristo, se sabe hijo amado de Dios. El salmista, confiado en el Señor exclama: «Envías tu espíritu que da vida, y renuevas el aspecto de la tierra». Todos los seres humanos tenemos una responsabilidad ante la tierra, de la cual Dios es su dueño, pero quien la entrega a las personas. En estos relatos antiguos, como este salmo y los del libro del Génesis como el de la liturgia de hoy (Gn 2,4-9.15-17) marcados por la vida, la historia y los signos, está latente una convicción actual: todos los elementos de la creación están relacionados y el auténtico cuidado de la casa común, de la vida, de las relaciones con la naturaleza, son de gran valor para el hombre y mujer que han sido creados por Dios. Pidámosle a la Santísima Virgen que, con su intercesión, como en la bodas de Caná que vio que faltaba el vino, siga moviendo el corazón de su Hijo para que viendo el agua que nosotros ponemos, con nuestro trabajo, haga que el alimento alcance para todos. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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