sábado, 23 de febrero de 2019

«De generación en generación»... Un pequeño pensamiento para hoy


«Cada generación, a la que sigue anunciará tus obras y proezas. Se hablará de tus hechos portentosos, del glorioso esplendor de tu grandeza» dice hoy el salmista (Sal 144,2-3.4-5.10-11) y eso me hace, enlazando esta frase con el Evangelio, a volar en espíritu al Monte de la Transfiguración, hermosísimo lugar en el que hace un año presidí la celebración de la Eucaristía pidiendo, entre otras tantas intenciones, especialmente por la salud de mi sobrinito José Adrián, a quien no olvido ni un solo día acompañándolo en su proceso de recuperar y mantener la salud física pero sobre todo, la salud espiritual. Al leer los trocitos del salmo responsorial que hoy nos deja la liturgia, me viene el agradecer que una generación tras otra nos haya seguido transmitiendo la fe y la devoción a estos santos lugares en los que Nuestro Señor nos dejó su Buena Nueva para que permanezcamos en continua acción de gracias gozando cada día del regalo de su presencia.

El salmista nos invita a recordar generación tras generación la grandeza de Dios que se manifiesta en grandes obras y hechos maravillosos como puede ser el de la transfiguración, un hecho que ha quedado grabado generación tras generación y que gracias a eso uno, al estar en ese Monte Santo, evoca el momento y experimenta realmente la presencia de Dios que nos escucha y alienta, que nos acompaña y a la vez nos lanza a bajar del monte a la realidad de la vida diaria llevando la cruz de cada día. Recordar y celebrar estos hechos portentosos es una manera de alabar al Señor. Esto es lo que hacía el pueblo de Israel en sus grandes fiestas. El salmista, por así decir, amontona hoy expresiones que ensalzan a Dios: «Un día tras otro bendeciré tu nombre»... «muy digno de alabanza es el Señor»... «su grandeza incalculable»... «Cada generación, a la que sigue anunciará tus obras y proezas»... «Se hablará de tus hechos portentosos, del glorioso esplendor de tu grandeza»... «Que te alaben, Señor, todas tus obras». La fe heroica de los antiguos patriarcas de Israel (Hb 11,1-7) es un buen camino para acrecentar nuestro agradecimiento al Señor por sus obras portentosas. Comprendemos y admiramos ahora aquella fe con ojos cristianos, a la luz de los milagros que cada día vamos viendo y viviendo.

Las grandes proezas del Señor, sus maravillas, quedan siempre grabadas en el corazón. ¿Quién puede olvidar esos momentos en los que, gracias a la fe, hemos experimentado esa grandeza del Señor que nos lleva a alabarlo? San Pedro recordará muchos años después en su segunda carta la grandeza de aquellos momentos de la transfiguración (2 Pe 1,16ss): «Si les hemos dado a conocer la venida poderosa de nuestro Señor Jesucristo, no ha sido siguiendo cuentos fantasiosos, sino porque fuimos testigos de vista de su majestad. Cuando recibió de Dios Padre honor y gloria, y de aquella magnifica gloria salió la poderosa voz: “¡Éste es mi Hijo amadísimo en quien tengo todas mis delicias!” Y fuimos nosotros quienes oímos esta voz cuando estábamos con él en la montaña santa». ¿Qué recuerdos guardamos nosotros de las obras maravillosas del Señor en nuestras vidas? ¿Por qué generación tras generación en nuestras familias se ha conservado la fe? Hoy es sábado, y como cada semana, es un día para contemplar a María y las maravillas que Dios hizo en su vida, las cuales recordamos de generación en generación. Hoy siento que tengo un mal hilvanado escrito que me ha costado trabajo sintetizar para expresar lo que quiero decir, pero, como cada día, lo comparto de todo corazón confiando en que algo dejará el Señor en el corazón de cada uno, sobre todo la gratitud y alabanza como Pedro, como juan, como Santiago, como María, como los patriarcas... por lo portentos y maravillas del Señor. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

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