domingo, 29 de junio de 2025

«Junto al Papa León XIV»...

Hace 40 años, exactamente el 29 de junio de 2025, viví aquí en la Basílica de San Pedro en el Vaticano, esta celebración de la Solemnidad de los Apóstoles Pedro y Pablo. En aquel año era yo un joven novicio que terminaba formación en la Universidad Lateranense y se preparaba para volver a México y seguir estudiando en el Seminario de Monterrey. Esta vez, he vivido esta hermosa celebración presidida por Su Santidad el Papa León XIV. Gracias a la magia del Internet pude dar con la homilía de aquella ocasión en la que el santo, al igual que ahora hizo el Papa León, destacó la importancia de estos dos apóstoles como columnas de la Iglesia y modelos de fe y testimonio cristiano. En aquella vez San Juan Pablo hizo hincapié en su celo misionero y en cómo su vida y martirio en Roma los convirtieron en testigos de Cristo hasta los confines del mundo conocido, resaltando la confesión de fe de Pedro («Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo») y la transformación de Pablo, de perseguidor a predicador. 

Esta vez, el Papa León, enfatizó, además, la diferencia entre estos grandes pilares de la Iglesia, invitándonos a contemplar las dos figuras apostólicas, diferentes en sus carismas y a veces contrapuestas, pero capaces de vivir «una fecunda armonía en la diversidad». El Santo Padre expresó: «Su fraternidad en el Espíritu no borra la diversidad de sus orígenes: Simón era un pescador de Galilea, Saulo en cambio un riguroso intelectual perteneciente al partido de los fariseos; el primero deja todo inmediatamente para seguir al Señor; el segundo persigue a los cristianos hasta que es transformado por Cristo Resucitado; Pedro predica sobre todo a los judíos; Pablo es impulsado a llevar la Buena Noticia a los gentiles. El Papa subrayó que, la apertura al cambio de estos dos grandes hombres, se convierte hoy en un estímulo para nuevas formas de evangelización».

Hoy, con esta Santa Misa, termina mi participación en este maravilloso Jubileo de los Sacerdotes en este Año Santo. Haber vivido, junto al Vicario de Cristo este Jubileo de los Sacerdotes, gracias a la oportunidad de mis superiores y a quienes hicieron posible mi traslado, ha sido un regalo maravilloso para renovar mi compromiso con esta hermosa vocación. El trabajo del jueves pasado por la tarde, junto al Papa, fue un valioso espacio de reflexión, de invitación a seguir trabajando en la tarea de mi propia conversión y renovación espiritual para experimentar una mayor cercanía a Dios y un renovado sentido de la misión que el Señor, inmerecidamente, me ha confiado. Que María, Madre de todos los sacerdotes, ante la contemplación de mi miseria, me alcance de Jesús el Buen Pastor, la gracia de la perseverancia y la fidelidad. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 28 de junio de 2025

«Los corazones de Jesús y de María»... Un pequeño pensamiento para hoy


Los Corazones de Jesús y de María son dos corazones unidos desde el momento de la Encarnación del Hijo de Dios. La Iglesia nos enseña que el modo más seguro de llegar a Jesús es por medio de María santísima. Por eso el papa Pío XII estableció esta fiesta para toda la Iglesia desde el 4 de mayo de 1944. Este Corazón inmaculado es un corazón sin mancha, lleno de Dios, abierto totalmente a obedecerle y escucharle. Un corazón lleno de obediencia, de ternura, de disponibilidad, de espíritu de servicio, de fortaleza, de humildad, de sencillez, de agradecimiento y de toda una estela inacabable de virtudes aunque muchas veces no entienda las disposiciones de Dios, como sucede en el Evangelio de hoy (Lc 2,41-51) que nos dice que María, las cosas que no entendía y que sabía que venían de Dios, las guardaba en su corazón.

El día de hoy, celebrando en mi corazón sacerdotal esta fiesta, he pensado en algo que la sierva de Dios Lucía de Jesús Rosa dos Santos, una de las videntes de Fátima. Sor Lucía nos recuerda: «La obra de nuestra redención comenzó en el momento en que la Palabra descendió del Cielo y asumió un cuerpo humano en el vientre de María. Desde ese momento y durante los siguientes nueve meses, la Sangre de Cristo fue la sangre de María, tomada del Inmaculado Corazón de la Madre; el Corazón de Cristo latió al unísono con el Corazón de María». Luego, Jesús mismo, cuando se apareció a Sor Lucía, le dijo: «Quiero que mi Iglesia ponga la devoción al Inmaculado Corazón junto con la devoción a mi Sagrado Corazón».

A la luz de todo esto y por supuesto contemplando a María en el Evangelio entendemos que su Corazón Inmaculado nos muestra que la vida cristiana es vivir con esperanza a la sorpresa de Dios en una relación de acogida a su voluntad llenos de confianza en Él. Desde este hermoso testimonio de María, podremos acoger con sencillez las enseñanzas del Evangelio adorando a Dios con todo el corazón como su Madre santísima. Y, por lo pronto, yo sigo disfrutando de estos maravillosos días en el corazón de la Iglesia, cuyo modelo, para vivir la caridad y la unidad, es precisamente el Corazón Inmaculado de María. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 27 de junio de 2025

«EL Sagrado Corazón de Jesús»... Un pequeño pensamiento para hoy

Estoy muy contento porque hoy pude saludar al Santo Padre muy de cerca. Sin llegar a estrechar su mano, le pude decir que soy mexicano y recibí a cambio su sonrisa y su bendición. Tuve la dicha de concelebrar con él y un sinfín de sacerdotes, obispos y cardenales del mundo entero la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. El Santo Padre ordenó 32 sacerdotes diocesanos y religiosos de diversas partes del mundo, incluidos algunos paisanos de México. El papa León XIV, celebrando en este día la XXIX Jornada Mundial de Oración por la Santificación de los Sacerdotes, nos invitó a configurar cada vez más nuestros corazones sacerdotales con el de Cristo poniendo la Eucaristía en el centro de nuestras vidas, así como meditando la Palabra, ejerciendo la caridad y cuidando al pueblo de Dios acrecentando la unidad.

El papa inició su homilía haciendo referencia a la primera lectura, tomada del libro del profeta Ezequiel (Ez 34,11-16), que nos muestra los sentimientos del corazón del pastor y que de manera especial son los mismos sentimientos que todo sacerdote debe tener y en el que no hay lugar para divisiones ni odios de ningún tipo. Para eso, recalcó el Santo Padre, refiriéndose a la segunda lectura (Rm 5,5-11), hay que recordar que la esperanza de todo sacerdote, así como la de todo cristiano, se basa en la conciencia de que el Señor, nunca nos abandona. Su esperanza no defrauda (Rm 5,5).

Todo pastor, que ama según el Corazón de Jesús mantiene vivo el deseo de que ninguna de las ovejas se pierda. El deseo de Cristo, afirmó el papa León haciendo referencia al Evangelio de hoy (Lc 15,3-7), «es que nadie se pierda, sino que todos, también a través de nosotros, conozcan a Cristo y tengan en él la vida eterna». ¡Qué hermosa manera de celebrar esta fiesta me regaló el Señor este año del jubileo! A la luz de estar concelebrando la Eucaristía con el «Dulce Cristo de la Tierra», como llamaba la beata María Inés al papa, me queda claro que celebrar esta solemnidad del Sagrado Corazón es contemplar el amor infinito, incansable, fiel y misericordioso de Cristo, el Buen Pastor, modelo de mi vida sacerdotal. Que la Virgen interceda y me alcance el gozo de un mi corazón, pobre, pequeño, miserable… lata al unísono del de Cristo. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 26 de junio de 2025

«Señor, Señor»... Un pequeño pensamiento para hoy


Que impresionante la afirmación que hace Jesús cuando dice en el Evangelio de hoy: «No todo el que me diga: “Señor, Señor” entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial» (Mt 7,21-26). Claramente el Señor, en esta afirmación, nos pide responsabilidad en nuestra condición de discípulos-misioneros, al mismo tiempo que sentimos la urgencia de dar buen testimonio de la fe. Edificar la casa sobre roca es una imagen clara que nos invita a valorar nuestro compromiso de fe y nuestra propia vocación, que no puede limitarse solamente a vivir envueltos en palabras bonitas, sino que debe fundamentarse en la autoridad de las obras, de lo que somos y hacemos conforme respondemos a la llamada del Señor e impregnamos nuestra vocación de caridad para alcanzar la verdadera felicidad. 

Hoy, en una tarde de trabajo en donde hemos tenido la dicha de responder al llamado del papa León XIV para tener un espacio de tiempo reflexionando en la importancia de vivir con felicidad nuestra vocación sacerdotal, casi 1,700 sacerdotes de los cinco continentes, representando a todos nuestros hermanos que hemos recibido la dicha de esta vocación, hemos reflexionado junto a él, en la importancia de vivir la respuesta a nuestro llamado con alegría con aquella convicción con la que nos habla el Apóstol de las gentes, procediendo como dice él en la Escritura: «con un corazón limpio, con una conciencia recta y con una fe sincera».

El papa nos ha dicho que recordemos que «no somos perfectos, pero somos amigos de Cristo y eso basta». Sí, no se trata solamente de decir: «Señor, Señor» en solemnes celebraciones litúrgicas revestidas muchas veces de frialdad, sino de vibrar al unísono de Cristo en lo que somos y hacemos.Por eso hemos de ser «sacerdotes felices, porque Cristo nos ha llamado y hecho sus amigos: una gracia que queremos acoger con gratitud y responsabilidad» nos ha dicho el Santo Padre. La gente del tiempo de Cristo, quedaba asombrada de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como sus escribas» (Mt 7,28-29), porque hablaba desde la amistad que tenía establecida con su Padre. Pidan a María que los sacerdotes que estamos viviendo este jubileo, sepamos aprovechar al máximo y para inundar al mundo de la alegría del Evangelio. ¡Bendecido jueves!

Padre Alfredo.

miércoles, 25 de junio de 2025

»Un árbol con buenos frutos»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


“Todo árbol bueno da frutos buenos y el árbol malo da frutos malos“ dice el Evangelio de hoy (Mt 7,15-20). Y hoy, de una manera muy especial, pude experimentar, aquí en Roma, la presencia de estos frutos buenos en dos acontecimientos que viví durante el día. Por la mañana visité, acompañado por la hermana Silvia, a un querido amigo, el cardenal Giuseppe Bertello, a quien conocí hace muchos años cuando era él Nuncio apostólico en México. Hasta la fecha seguimos la amistad luego de que fuera Nuncio apostólico en Italia y gobernador de la Ciudad de Vaticano por un buen tiempo, en el que además, formó parte de los nueve cardenales asesores que tenía el papa Francisco. ¡Siempre es un gozo pensar en tantos frutos buenos que este hombre, lleno de la sabiduría de Dios ha dado a la Iglesia y al mundo! Luego pude ver de lejos un buen rato al papa León XIV saludando a un buen grupo de recién casados al término de la audiencia. ¡Cuántos frutos en tan poquitos días de pontificado que lleva ha recogido ya el Señor, por tanto bien que ha hecho! Después, más tarde, tuve un encuentro con la madre Martha Gabriela Hernández, que es la superiora general de nuestras hermanas Misioneras Clarisas y un fuerte pilar de la Familia Inesiana. ¡Más frutos buenos en esta monjita que recorre el mundo llevando el gozo y la alegría del Evangelio en el carisma, espíritu y espiritualidad de la beata María Inés Teresa! Y, para cerrar con broche de oro, pude rezar ante la tumba de la beata y pedirle muchas cosas, según los encargos que también mucha gente me hace para este santo lugar. ¡Frutos y más frutos!

A la luz de estos testimonios hoy me pregunto: ¿Qué clase de árbol queremos ser? ¿Qué clase de frutos queremos producir? Cuánto fruto damos? ¿Qué tipo de frutos damos a los de cerca y qué tipo a los de lejos? ¿Damos frutos de amabilidad, de entereza, de fidelidad? O damos frutos, al contrario, agrazones: violencias, iras, resentimientos… ¿Tenemos el corazón enfocado y somos un árbol positivo o, al contrario, nos recargamos de frutos negativos? Porque nos queda claro: el árbol sólo puede ser conocido por sus frutos. El árbol puede ser muy hermoso, muy alto, tener bellos colores, grandes hojas… Podríamos decir, proyectos profesionales, títulos nobiliarios, no sé, lo que sea. Pero la realidad no marca eso, sino sus frutos.

Cuando el cuidador del campo es Jesús y dejamos que Él sea el que nos vaya podando, el que nos vaya alimentando con los nutrientes y los fertilizantes necesarios, podremos dar muchos frutos buenos, porque no somos nosotros los que vamos sacando el fruto, sino Jesús. El tipo de frutos y su calidad depende de todos esos cuidados. Y el Señor nos dice: confía en mí para poder tener esos nutrientes, esos fertilizantes, porque si el árbol quisiera solo salir como que espontáneo, silvestre, si puede que tenga buen fruto, pero lo más seguro es que no, en cambio si está bien cuidado, puede dar grandes frutos. Que la Virgen María, la mejor jardinera de todas las mujeres, ayude a su Hijo Jesús en el cuidado de nuestros árboles, para que demos frutos buenos. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 24 de junio de 2025

«DIOS ESCUCHA LA VOZ DE LOS HUMILDES Y DE LOS POBRES»... Un pequeño pensamiento para hoy


La Iglesia celebra hoy, con gran alegría, la solemnidad del nacimiento de San Juan Bautista, cuyo nacimiento vino gracias a la concepción milagrosa de una mujer anciana y estéril, Isabel, que era parienta de María santísima. El día de la Encarnación -25 de marzo- supimos por boca del Arcángel Gabriel que Isabel tenía seis meses de embarazo. Hoy se cumplen los nueve meses y llega el nacimiento de su hijo: Juan, el Bautista. Así lo conocemos por aquello de que bautizaba en el Jordán un bautismo de conversión, pero quizás el apellido que mejor le cuadre no sea tanto ese, sino el de “precursor”, o “el que prepara los caminos del Señor”. 

El nacimiento de este niño se celebró, dadas las circunstancias,  por parte de parientes y vecinos como un gran regalo dado por Dios a ese matrimonio de edad avanzada.. Juan es el fruto que llega en la vejez; un fruto deseado y rezado muchas veces y por mucho tiempo y que finalmente vio la luz de este mundo. Este nacimiento hace ver al pequeño niño recién nacido como testigo claro y al mismo tiempo portador de la  obra y de la gracia del Dios de la misericordia. Tan es así que el  nombre del niño será Juan, es decir,, “Dios es misericordioso“.  Esa fiesta nos hace ver que Dios escucha la voz de los humildes y de los pobres. El Señor pone su corazón a latir al lado de aquellos que se fían de Él. Dios se abaja para levantar. Zacarías es iluminado por el Espíritu Santo y nos proclama un  cántico maravilloso de bendición que encierra en sí el contenido de la vida y de la misión de Juan Bautista y que a diario recitamos en la celebración de Laudes.

Como Juan, nosotros también somos fruto de un Amor siempre misericordioso y estamos aquí por algo. Bien decía el papa Benedicto XVI, “No somos fruto de la casualidad“, somos fruto de una vocación o una llamada de Dios, que nos invita a ser precursores del Señor como lo fue Juan. Hombres y mujeres que señalan la llegada del Mesías y el que lo presentan al mundo de hoy,  invitando a todos a seguirle. Yo, mientras tanto, espero serenamente m vuelo de conexión a Roma, en el impresionante aeropuerto de Ámsterdam pidiéndole a María santísima que me conceda que así como saltó una el Bautista en el seno de Isabel porque la llegó con Jesús, así salte yo también de contento por saberme elegido por Él. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.


lunes, 23 de junio de 2025

«Sacerdotes felices, llenos de esperanza»... Un pequeño pensamiento para hoy

En unas horas, Dios mediante, vuelo a la Ciudad Eterna con motivo del jubileo de los sacerdotes en este año santo. Además de celebrar este jubileo, algunos sacerdotes de diversas partes del mundo tendremos un encuentro con el papa León XIV el jueves 26 por la tarde, para tratar el tema: «Sacerdotes felices». Hoy, precisamente el salmo responsorial de la Misa (Salmo 32) toca el tema de la felicidad: «Feliz la nación cuyo Dios es el Señor», dice el salmista junto al tema de la esperanza, eje de este año jubilar 2025: «En el Señor está nuestra esperanza».

No podemos negar que no solo los sacerdotes, sino todos miembros del Pueblo de Dios, vivimos tiempos difíciles. Parecería que la tristeza, la angustia, la incertidumbre y otras cosas por el estilo, en un mundo que pende de un hilo de una tercera guerra mundial, invaden el corazón de muchos. Los hombres y mujeres de fe sabemos que la alegría y la esperanza van de la mano y, ante las adversidades por las que atravesamos, no podemos perder ninguna de las dos ni mucho menos desasociarlas. La alegría puede surgir de la esperanza, especialmente en momentos difíciles, y la esperanza puede ser una fuente de alegría cuando parece verse todo oscuro. La alegría puede fortalecer la esperanza y viceversa, creando un ciclo positivo. 

Saber que hay algo mejor por venir, un futuro lleno de posibilidades, puede generar alegría en el presente, incluso cuando las circunstancias no son ideales. Por otro lado, la esperanza puede ser una fuente de alegría. Tener esperanza en algo, ya sea un objetivo personal, un futuro mejor o la promesa de algo positivo, puede generar sentimientos de alegría y optimismo. Esta alegría puede a su vez alimentar la esperanza, creando un círculo virtuoso.  Y que mejor que quienes somos sacerdotes y tenemos la tarea de guiar, como el Buen Pastor, el rebaño por él encomendado reflexionemos en esto. No dejen de encomendarnos a todos los que viviremos este jubileo. Colóquenos entre las manos de la Madre de los sacerdotes para que ella nos mantenga ante su Hijo Jesús alegres y llenos de esperanza. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 22 de junio de 2025

«LA CRUZ DE CADA DÍA Y LA BEATA MARÍA INÉS TERESA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO»... Un pequeño pensamiento para hoy

El papa Benedicto XVI, de feliz memoria, comentando la parte final del Evangelio de este domingo (Lc 9,18-24) en la que Jesús dice: «El que quiera conservar para sí mismo su vida, la perderá; pero el que la pierda por mi causa, ese la encontrará» afirma que  esta es la paradoja que debemos tener presente ante todo en la opción por la vida. No es arrogándonos la vida para nosotros como podemos encontrar la vida, sino dándola; no teniéndola o tomándola, sino dándola. Este es el sentido último de la cruz: no tomar para sí, sino dar la vida. (2 de marzo de 2006). Pero sabemos que hay en el ambiente una especie de miedo a la cruz, a la cruz del Señor. Y es que mucha gente llama «cruces» a todas las cosas desagradables que suceden en la vida, y no saben llevarlas con sentido de hijos de Dios, con visión sobrenatural. Este domingo XII del tiempo ordinario coincide con el día que la Iglesia dedica a la memoria litúrgica de la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, la fundadora de la familia misionera a la que pertenezco. Madre Inés decía que «la cruz, debe acompañar al misionero en toda su vida, debe ser la compañera inseparable, la dulce compañera que, ¡oh paradoja! llenará de alegría, de dicha inexplicable, los instantes todos de su existencia». (La Santísima Trinidad Misionera).

Seguir a Jesús, al estilo de madre Inés y de todos los beatos y santos, no es fácil en un mundo que parece siempre, a lo largo de la historia, olvidarse de la existencia de Dios y de su interacción con nosotros. Ser discípulo–misionero de Cristo, ser auténtico cristiano, no siempre es una cosa cómoda. Porque muchas veces nos exige ir «contra corriente» y plantar cara a la mentalidad humana, a veces demasiado humana, o sea, como decía el papa Francisco, «mundana» propia del mundo y de la cultura de nuestro tiempo. Ser un cristiano de verdad respondiendo a la pregunta de Cristo, también presente en el Evangelio de hoy: «¿Quién dicen ustedes que soy yo?», es un compromiso exigente. Y en ocasiones también misterioso. Porque Dios nos desconcierta y sus modos de actuar no son como los de los hombres, ni siempre inteligibles para nuestra razón. Vivir el Evangelio exige mucha fe, porque Dios es misterioso y casi siempre se nos presenta envuelto en el misterio. Y exige también mucha valentía, generosidad y amor porque, para seguir a Jesús hay que ir por la vía de la cruz. Y sólo con mucha fe y con un amor muy grande y generoso, lleno de esperanza, la cruz no será para nosotros un motivo de escándalo, sino un instrumento bendito de salvación y de santificación que nos hará salir de nosotros mismos para llevar a Dios a los demás.

La beata María Inés siempre habló de la cruz dándole el sentido que debe tener: «Espero en Dios que todos mis hijos estén bien, muy contentos en el desempeño de sus ocupaciones cada uno, no teniendo otra mira que agradar a Dios y salvarle almas, observando aquello que nuestro Señor nos indica en su santo evangelio: “Negarse a si mismo, tomar cada día su cruz, y seguirle”». (Carta Colectiva desde San Francisco, California, el 25 de octubre de 1956). La cruz de cada día, nos enseña la beata, con su testimonio de vida, son todos los trabajos, mortificaciones, sacrificios, acciones, obras, quehaceres, servicios, ofrendas, responsabilidades de cada día según los dones recibidos, para cumplir la misión que a cada uno se le ha encomendado, para unirlos en una sola cruz, la de Cristo, para vivir en armonía en un solo cuerpo y un mismo espíritu y lograr que todos le conozcan y le amen para vivir la alegría del Evangelio. Que María santísima y la beata María Inés intercedan por nosotros para que nuestra respuesta sea valiente, generosa, decidida, consecuente. Entonces podremos llamarnos y ser en verdad auténticos discípulos–misioneros de Cristo. O sea, seguidores de un Cristo crucificado y resucitado. ¡Bendecido domingo y felicidades a todos los miembros de la Familia Inesiana!

Padre Alfredo.

sábado, 21 de junio de 2025

Dice la Escritura: «¡Qué hermoso es ver correr sobre los montes al mensajero que trae buenas noticias!» Esta frase, breve y sencilla que está en la carta a los Romanos, escrita por San Pablo. Retrata de una manera maravillosa a  la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, la misionera sin fronteras que no tuvo tiempo de teorizar, sino que, presurosa, como María a quien siempre invocó a su lado, se lanzó en una carrera que tenía, desde el inicio, el objetivo de que el conocimiento y amor de Dios llegara a todas las naciones. El esfuerzo eficaz de esta prisa misionera, ha dado frutos que, esparcidos ahora, en más de 16 naciones de la tierra, llenan de esperanza a miles de almas dando respuesta a lo que Cristo pide en el Evangelio, que demos fruto.

Quisiera, en una breve reflexión, destacar cinco puntos de suma importancia en la beata que bien podemos hacer nuestros imitándola con sencillez y humildad para ser prolongadores de esta carrera que ha de concluir, como ella misma dice: «cuando se clausuren los siglos y comience la eternidad».

Primeramente quisiera destacar su profundo amor a Cristo: La relación de  la madre María Inés con Cristo, se centró principalmente en la contemplación de su presencia eucarística. Las largas hora de adoración, especialmente durante los 16 años que pasó en la clausura, enfervorizaron su entrega total a Él y su búsqueda de la santidad. En una carta colectiva, escrita el 7 de marzo de 1960 anota: «¿Qué de dónde vamos a sacar todas las virtudes que necesitamos? Pues no de otra parte que del Corazón de Jesús. Y para eso se quedó en la Eucaristía, ya que no solamente está allí para recibir nuestras adoraciones y nuestros homenajes, sino también para escuchar nuestras súplicas; ansía que vayamos a él a contarle y pedirle, cuanto necesitamos para nosotros mismos y para los demás. Tiene sus manos llenas de gracias, pero la condición es, que las pidamos. Se siente Jesús cuando no lo hacemos, y por eso dijo a sus apóstoles: “Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid y recibiréis.” ¿Quién será el hambriento que, junto a una mesa espléndidamente servida, e invitado por el dueño a comer lo que guste, no lo haga? Y a las veces, nosotros somos ese hambriento, y sediento, y cabe a las fuentes de agua viva, nos morimos de sed y de hambre, solamente por flojera, por no hacer nuestra oración.»

La segunda cuestión a destacar en su vida, siempre imitable es la obediencia a la Iglesia: Ella fue una mujer que siguió fielmente el magisterio de la Iglesia, utilizando sus enseñanzas como brújula para sus proyectos misioneros. Sabiamente daba, no solo a los consagrados, sino a los laicos que formamos parte de su familia misionera, indicaciones como esta: «La obligación de todo misionero es estar al día en todo lo relacionado al Magisterio de la Iglesia mediante los documentos pontificios… que no se dé el caso hijos, y menos en quienes están en territorio de misiones que salga un documento de Su Santidad —y de cualquier índole que sea— y pasen meses sin que se le conozca y se le estudie». (Carta circular de marzo 10 de 1971). Desde jovencita, cuando formaba parte de la Acción Católica Femenina, manifestaba su amor al Santo Padre en testimonios escritos como este: «Nosotros en cada uno de los trabajos que nos imponemos por esta noble causa, alegramos inmensamente el corazón de nuestro Supremo Padre y Pastor, aunque nuestros trabajos no sean conocidos por él en particular». (A mis queridas compañeras de la Acción Católica).

El tercer punto que quiero destacar es obviamente, algo que todos conocemos, valoramos y hemos heredado: su espíritu misionero, entendido esto como una expresión de amor a Cristo y a la Iglesia. La segunda lectura del Oficio de Lecturas de esta memoria litúrgica, tomada de sus escritos lo prueba cuando ella le dice a Nuestro Señor: «Tú eres quien has puesto dentro de mi ser estas ansias que me devoran; este deseo irresistible de que te amen. Lleva muchos obreros a tu viña. ¡Oh Padre celestial!, llévame a mí; yo quiero ofrendarte todos mis amores, quiero dejarlo todo por Ti, quiero sacrificarme, en el corazón de María, por la salvación de las almas».

En un cuarto punto, sin que estos vayan por orden de importancia, se encuentra la vivencia de las virtudes cristianas en grado heroico: Su fe heroica, su esperanza inquebrantable en la providencia divina y su actitud constante de vivir la caridad con una sonrisa, incluso en momentos de dificultad, la llevaron a ser modelo de vida para todos. Constantemente suplicaba al Señor que nos ayudara para conservar las virtudes que quisiéramos vivir, y así salvarle muchas almas. (Cf. Carta sin fecha a las hermanas de la comunidad de Dublín). Con una gran familiaridad hablaba de la práctica de las virtudes como cosa de todos los días. «Fe, esperanza, sencillez, docilidad, humildad, castidad, pureza de intención, entrega desinteresada a los hermanos, docilidad a las voces del Espíritu que habla a nuestro interior, paz paciencia hacia nosotros mismos y hacia los demás, etcétera, todo lo cual nos lleva a gozar de los frutos del Espíritu Santo» afirmaba. (Cf. carta colectiva desde Roma, junio de 1978.). Su rostro, no solamente en su fotografía oficial sin en todo momento muestra la alegría y santidad con la que vivió, dejándonos de regalo una sonrisa perenne que nos acompaña recordándonos la alegría del Evangelio que hemos de llevar a todos.

Finalmente, en un quinto punto y para terminar esta reflexión, me detengo en su amor a María, especialmente a Santa María de Guadalupe con quien hablaba de tú a tú. EN uno de sus escritos anota: «Un misionero vive enamorado de Dios, es cristocéntrico, pero lo relaciona y ofrece primero a su Madre del cielo, para que lo purifique ella y lo presente a su divino Hijo. No sabe separar a María de su vida diaria, de su apostolado y de su fe». (Cartas).  Recordando su llamado inicial a seguir al Señor más de cerca escribe: «Un instante bastó a la gracia eficaz que María de Guadalupe supo alcanzar de mi Dios y Señor, para que, de terrena, de dada a las criaturas, de vanidosa, de indevota, no anhelara otra cosa mi corazón que pertenecer a Dios por entero, con esa plenitud de posesión que no le niega nada, ni piensa en nadie que no sea él, que a él solo quiere agradar, que por él solo se quiere sacrificar, y que, en el agradecimiento inmenso de su corazón, quisiera atraer todos los corazones para que gozaran de la misma dicha en el abrazo de su Dios». (Experiencias Espirituales, f. 505).

Mucho más habría que decir, siempre todo iluminado por la Palabra de Dios. Que todos estos puntos queden grabados en nuestros corazones para que como ella, fijando nuestra mirada en Dios bajo el amparo de la Dulce Morenita del Tepeyac, dejemos, a nuestro paso, las huellas de Cristo, el misionero del Padre.

Padre Alfredo, M.C.I.U.

(Homilía pronunciada en la Misa de la memoria litúrgica de la Beata María Inés el 21 de junio de 2025, en la parroquia de San José Obrero, en San Nicolás de los Garza, N.L., México).

«Bombardeados por la publicidad»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY

En el mundo moderno, la publicidad está en todas partes. Es algo que tiene un gran impacto en la sociedad y en el comportamiento de las personas. Cuando caminamos por la calle, podemos ver los anuncios en las tiendas o mercados. Cuando estamos viendo las redes sociales o la televisión, aparecen anuncios. Cuando estamos leyendo periódicos, hay anuncios en las diferentes páginas. Quienes vivimos en ciudades cosmopolitas como Monterrey, vivimos, además, «bombardeados» por anuncios panorámicos creados para atrapar nuestra atención y avivar no solamente la pupila, sino la mente, el corazón y el deseo de obtener aquello que se anuncia. Enormes edificios, fachadas, vallas de obras, mobiliario urbano, camiones de transporte público, paradas de autobuses, estaciones de metro y el mismo metro, sirven como soporte de todo tipo de elementos publicitarios: lonas gigantescas, rótulos luminosos, pantallas… que asaltan a un espectador cada vez más aturdido.

Los artículos que nos gustan y que allí se presentan pueden llegar al punto de casi controlarnos; si no somos cuidadosos, aquello que nos ha cautivado en un gran cartel se convierte pronto en realidad entre nuestras manos para luego no saber que hacer con aquello o lamentarnos de haber gastado dinero inútilmente. En el Evangelio de hoy (Mt 6,24-34) Jesús nos invita a no preocuparnos por la comida, la bebida o la ropa, recordándonos que Dios ya sabe lo que necesitamos y él proveerá. Utiliza el ejemplo de las aves del cielo, de las flores del campo e incluso del hombre mas sabio que existió sobre la tierra para decirnos, que, si no cambiamos nuestro enfoque, entonces nuestra confianza en Dios se debilitará. ¡Tal vez sea difícil captar esto para algunos! Pero es que nuestro corazón solamente será pertenencia de Dios cuando ponemos sus prioridades en primer lugar. Por eso dice: «busquen primeramente el reino de Dios y su justicia»... lo demás, vendrá por añadidura.

¿Significa esto que debemos descuidar todo lo que ayuda a mantener nuestra vida bien? Ciertamente no. Pero para el hombre de fe, debe haber una diferencia en nuestra actitud referente a ellas. Si cuidamos de los asuntos de Dios como una prioridad, buscando su salvación, viviendo en dependencia a él y compartiendo las buenas nuevas del reino con otros, entonces Dios va a cuidar de nuestros asuntos como prometió, y, entre otras cosas, sabremos hacer un buen discernimiento ante la publicidad que nos rodea. Por ejemplo, atraídos por un anuncio podremos ver nuestra necesidad como obtener aquello, pero tal vez Dios sabe que lo que realmente necesitamos es un tiempo de pobreza, de pérdida o de soledad y eso, eso no está en ningún panorámico. Cuando esto sucede, estamos en buena compañía. Dios amó tanto a Job como a Elías, sin embargo él permitió que Satanás destruyera a Job —todo bajo su ojo vigilante—, y dejó que la mujer malvada, Jezabel, quebrantara el espíritu de su propio profeta Elías (Job 1-2; 1 Re 18-19). En ambos casos, Dios hizo que después de estas tribulaciones viniera un tiempo de restauración y sustento. Que María nos ayude a buscar el reino sin dejarnos cautivar por la distracción del consumismo que crece y crece más cada día. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 20 de junio de 2025

«Con dinero puedes...» UN pequeño pensamiento para hoy


Los discípulos–misioneros de Cristo tenemos muy en claro que hay cosas, incluso las de máximo valor, que no se pueden comprar con dinero. La fe, el amor, el cariño, la amistad, la alegría plena. Estas son las cosas que realmente necesitamos para tener una vida plena y no se pueden adquirir ni con todo el oro del mundo. Lo que se puede comprar con dinero no es más que una burda copia o mala imitación, son solamente momentos que, ante una inmensa eternidad, se convierten en ráfagas de segundos que pasan sin quedarse. Nada que sirva de verdad. Hay una canción de Humberto Galindo que cantan «Los Cardenales de Nuevo León» y que retrata muy bien esto. Se llama «Con Dinero». Transcribo algunos párrafos esperando que nadie se escandalice: «Con dinero puedes comprar una iglesia pero no la gloria... Con dinero puedes comprar una amante, pero no una novia... Con dinero puedes comprarte pasiones, placer y emociones, pero no cariño. Con dinero puedes comprar un momento, pero no el destino... Con dinero puedes comprar un boleto, pero no el camino».

El dinero, ciertamente, sobre todo en una sociedad consumista y materialista como la de muchos de nosotros, puede dar mucho, pero no puede comprar la verdadera felicidad. Mucha gente hoy podrá decir lo contrario, pero basta mirar a muchas personas que tienen mucho dinero y de todas maneras caen en las drogas, en problemas del alcohol y adición al sexo. Si fueran felices, esas cosas no les saltarían por el camino. Es evidente, entonces, que no son felices; el dinero les da la ilusión de que están contentos. Pero tan pronto como se sumergen un poco en su interior, se dan cuenta de que están vacíos. Sienten ese hueco que nada ni nadie lo puede llenar. Ese algo que están perdiendo es el amor de Dios, porque es la única cosa verdadera que satisface y no se puede comprar con dinero. Dios es quien nos llena con una eterna felicidad, incluso cuando caminamos en el valle de la sombra de la muerte. Esto nos lo recuerda el Evangelio de hoy (Mt 6,19-23). Por su parte, el libro del Eclesiastés alerta: «Quien ama el dinero, de dinero no se sacia. Quien ama las riquezas nunca tiene suficiente. ¡También esto es absurdo!» (5,10).

Lo único que hay duradero y eterno y de un valor incalculable, es la infinitud del misterio de Dios. Nuestra alma, que ha tenido un comienzo, pervivirá por siempre y lo mismo, unidos a Cristo, el cuerpo resucitado y glorificado al final de los tiempos. Siguiendo las huellas del que nos salva por amor es el modo más eficaz de acrecentar los verdaderos tesoros en la vida, las riquezas seguras y duraderas por toda la eternidad. Estos tesoros, estas riquezas, son lo que exige mayor dedicación mientras dura la vida y se van incrementando a medida que nos prodigamos en el amor: en amor para con Dios y amor para con los demás. Hoy el Evangelio nos habla también del ojo sano y del ojo enfermo. Si nuestro ojo está enfermo, entonces todo lo vemos deformado. Por eso es importante limpiar nuestros ojos, quitar las opacidades que causan el consumismo y el materialismo. Solamente con un «ojo sano» nos encontraremos con el verdadero tesoro, con el único tesoro que vale la pena. Que María santísima nos ayude a abrir bien los ojos del alma, los ojos del corazón. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 19 de junio de 2025


Hoy celebramos en México y en algunas otras naciones, la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo recordando, en la presencia de la Eucaristía, la entrega de Jesús por la humanidad, para que esta tuviera vida y la tuviera en abundancia. Jesús quiso hacer de su entrega nuestra propia entrega y de su vida nuestra propia vida, por eso se quedó así, en la Eucaristía. ¿Qué significa entonces en nuestra vida como creyentes el cuerpo de Cristo entregado y la sangre de Cristo derramada? ¿Qué significa esta fiesta para nosotros? ¿A qué nos compromete? Si Él nos amó hasta entregar su vida por nosotros, de la misma manera, nosotros también estamos llamados a entregar nuestra vida por los demás en nuestra propia cotidianidad y allí donde nos encontremos, haciéndonos «pan partido y repartido» como Él.

Estamos llamados, como discípulos–misioneros, a llevar a nuestra vida lo que fue la vida de Jesús mientras pasó por este mundo haciendo el bien (cf. Hch 10,38). La celebración de hoy nos recuerda que estamos llamados a vivir desde la entrega y el servicio, y lo hemos de hacer en nuestro ser y quehacer de cada día, allí donde nos encontramos: con nuestra familia, con nuestros amigos, en la parroquia, en nuestro trabajo, en nuestro entorno, en nuestra ciudad. Comprometidos a hacerlo con los de cerca y también con los de lejos, dirigimos nuestra mirada al Señor que, compadecido de todos, nos alimenta, para que todos comamos y nos saciemos. Eso nos lo recuerda el Evangelio de hoy con el pasaje de la multiplicación de los panes y los peces (Lc 9,11-17).

Después de que todos comieron y quedaron satisfechos, nos dice el evangelista que «de lo que sobró se recogieron doce canastos.» (Lc 9,17) ¡La generosidad de Dios siempre desborda, siempre es más de lo que esperamos! El amor que Cristo nos brinda en la Eucaristía no es para guardarse; la vida de fe es para desbordarse, para compartirse. Este paso nos reta a ser canales vivos de la gracia de Dios para los demás, desbordando amor, paz, esperanza, consuelo y ayuda. Si hemos recibido tanto de Jesús, especialmente en la Eucaristía, que tantas veces hemos celebrado y recibido ¿cómo podemos no compartirlo con un mundo que tanto lo necesita? Hemos de llevar Jesús Eucaristía en nuestra propia vida a cada rincón de nuestro mundo. ¡Cuánto gozaba la beata María Inés esta fiesta! No hay mayor honor que ser instrumento vivo de Dios, sus «canastos desbordantes» de gracia. Vivamos, acompañados de María, esta fiesta con alegría. ¡Bendecido jueves de Corpus!

Padre Alfredo.

miércoles, 18 de junio de 2025

«Repartió a manos llenas»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY

Después de un viaje relámpago a la frontera con los Estados Unidos, debido a una encomienda a solicitud de mi congregación religiosa, me dispongo a compartir la reflexión que hice esta mañana y que por no haber llevado ni iPad ni computadora pude compartir por escrito. Monterrey queda a menos de tres horas de la frontera y a veces surgen asuntos que me encomiendan debido a que conozco algunas ciudades de la frontera americana desde pequeño y me sé ubicar muy bien. Ser parte de una congregación religiosa que es misionera y estar cerca de la frontera de los vecinos del norte trae muchas ventajas para nuestras misiones, especialmente de la de África. Esta mañana, en Laredo, amanecí pensando en mi padrino monseñor Juan José Hinojosa, y es que un día como hoy, pero de hace diez años, fue llamado a la presencia del Señor luego de un tiempo de sufrimiento debido a un extraño accidente: ¡un coche cayó exactamente encima de donde él iba sentado! No cabe duda de que vivimos a la sorpresa de Dios. 

Al toparme con la primera lectura (2 Cor 9,6-11) y ver estas frases: «Cada cual dé lo que su corazón le diga»... «Dios ama al que da con alegría»... «serán ustedes ricos en todo para ser generosos en todo», me venían a la mente diversas escenas de los gratos y edificantes momentos que compartí con mi padrino, sobre todo en mi época de seminarista, cuando lo acompañaba varias veces a la semana a sus grupos de meditación bíblica, distribuidos en diversas zonas de Monterrey. No es que quiera adelantarme al juicio de la Iglesia, pero lo que yo vi siempre en mi padrino —como mucha gente más— fue el Evangelio de la alegría hecho vida en un hombre sencillo, humilde, servicial, generoso, espiritual y puro de corazón. ¡Cómo recuerdo su gozo, junto a monseñor Juan Esquerda —mi otro padrino— al estarme revistiendo con la casulla y la estola el día de mi ordenación sacerdotal!

Quisiera cerrar esta reflexión compartiendo una anécdota relacionada con la frase, también de la primera lectura de hoy que reza: «Repartió a manos llenas a los pobres; su justicia permanece eternamente». Una vez iba con «el padre Juanjo» como le decíamos mucho, a una de las reuniones de uno de los grupos de meditación bíblica. En una de las calles por las circulamos, se veía venir un señor —albañil seguramente— con una carretilla. De repente mi padrino detuvo el carro y me dijo: —abre la guantera, allí hay un dinero, es para este hombre que viene allá porque él está muy necesitado. Ese dinero es para él. Yo le pregunté: —¿Lo conoce padrino? Me contestó: —No, no sé ni quién es, pero está muy necesitado, lo sé; dale el dinero y no le digas nada, solamente dile que Dios se lo manda porque sabe de su necesidad. Avanzamos y entregué al hombre un fajo de billetes enredados y sujetos con una liga. Era una buena cantidad de dinero que el hombre recibió lleno de lágrimas y mirando al cielo, se santiguó y monseñor solamente le sonrió... Así son los hombres de Dios, ricos para ser generosos. Que Dios haya premiado a mi padrino Juanjo con el gozo del cielo encontrando allá a María a quien tanto quiso, y que nosotros sigamos el camino que gente como él que ya no está aquí, nos ha dejado. ¡Bendecida noche de miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 17 de junio de 2025

«LA FÁBULA DEL LEÓN Y EL RATÓN»... Un pequeño pensamiento para hoy


En este espacio que llamo «Un pequeño pensamiento», no por lo corto que pudiera ser, sino por la pequeñez de mi reflexión en medio del océano inmenso de comentarios de la Palabra y los acontecimientos que giran en torno a nuestro Dios, me gusta compartir diversos temas que botan de mi oración, de la contemplación de esta Palabra que es viva y eficaz y de las vivencias diarias. Hoy quiero detenerme en la primera lectura de la Misa (2 Cor 8,1-9) para desmenuzar el tema central de «la generosidad». La lectura ofrece un motivo para que analicemos el nivel de nuestra generosidad, como medida de nuestra humanidad. San Pablo, que veía el crecimiento en muchos aspectos en esa comunidad de Corinto, quiere que también se distingan en la generosidad y que la practiquen no porque él se los está ordenado, sino por convicción.

Hay una fábula muy bonita que dice: «Érase una vez, un ratón que iba caminando muy distraído cuando, sin darse cuenta, se encaramó el lomo de un león que andaba echándose la siesta. El león, que comenzó a notar por unas leves cosquillas, se rascó pero... al pasar la zarpa por su lomo, notó algo extraño: El león sujetó al ratoncillo con sus garras y, viéndose aprisionado, comenzó a llorar desconsolado y a suplicar al león que le perdonara y le dejara marchar. —Señor león, no sabía que estaba sobre usted, tiene que perdonarme iba despistado. Sálveme la vida y quizás, algún día, pueda yo salvar la suya. El león, al escuchar aquella vocecilla no pudo por menos que echarse a reír pero, una ola de generosidad le invadió y, conmovido, le dijo: —¡Te perdono! Y el ratón, se alejó de allí corriendo. Pasaron los días, las semanas y los meses y, un buen día el ratón comenzó a escuchar unos fuertes aullidos. Se acercó con cuidado hasta el lugar de donde procedían y, no lo van a creer, allí estaba el león, atrapado en una red que los hombres habían puesto para cazar al rey de la selva. El ratón, al verle atrapado y acordándose de la benevolencia del león que lo había dejado en libertad, corrió en su ayuda para roer la cuerda hasta deshacer la red que lo aprisionaba. El fiero y temible león, pudo escapar de los cazadores gracias a la ayuda de un pequeño e insignificante ratón».

Algunas personas, en nuestros tiempos, les gusta pensar que pueden amar sin dar olvidando lo que dice 1 Juan 3,17-18: «El que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad». Jesús también dijo mucho al respecto en Mateo 6,21: «Porque donde esté su tesoro, allí estará también su corazón». Lo que damos, la manera en que lo hacemos, y nuestro compromiso para dar, son pruebas válidas de nuestro amor. Creo que al leer estas líneas a los Corintios nos queda bastante claro que la generosidad es la virtud que nos impulsa a dar o compartir con los demás de manera desinteresada, sin esperar nada a cambio. Implica la disposición de ayudar a otros, ya sea a través de acciones, bienes materiales, perdón o tiempo. La generosidad construye la comunidad. Bien decía Santa Teresa de Calcuta: «Dar hasta que duela». Que María, la humilde sierva del Señor nos ayude a ser generosos. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 16 de junio de 2025

«Ojo por ojo, diente por diente»... Un pequeño pensamiento para hoy


Ojo por ojo, diente por diente»... Este es un dicho que aparece tres veces en el Antiguo Testamento (Ex 21,12-36, Lv 24,10-23 y Dt 19,15-21) y una vez en el Nuevo Testamento (Mt 5,38-42). Es cierto que esta la regla, conocida como la «ley del talión», fue una providencia en las leyes dadas a través de Moisés; sin embargo, hay que recordar que fue un estatuto civil y no religioso. Prácticamente podría describirse como la ley de la reciprocidad directa. Aparece también en el Código de Hammurabi, el código de leyes más antiguo que se conoce: data de los años 2285 a 2242 a. C., fecha del reinado de ese gobernante en Babilonia. De tal manera que, por lo visto, pasó a formar parte de la ética del Antiguo Testamento. Esta regla, que atañe a la retribución directa, lejos de ser una disposición salvaje y sanguinaria, como puede aparecer a primera vista, es un principio de misericordia. Su propósito original era en realidad limitar la venganza, ya que la venganza y la enemistad de sangre eran una característica de la sociedad tribal en aquellos tiempos. Si un miembro de una tribu mataba a un miembro de otra tribu, la obligación de todos los miembros masculinos de la segunda tribu era vengarse de los miembros masculinos de la primera, y la venganza buscada no era otra que la muerte.

La ley del talión limitaba deliberadamente el alcance de la venganza. Establece que solo el responsable de la herida debía ser castigado y que su castigo no debía ser mayor que la herida que infligió a la otra parte ofendida. Visto desde una perspectiva histórica, esta ley no es entonces algo salvaje, sino, como digo una ley que atañe a la misericordia. Por eso, no hay que sacar estas palabras de contexto y recordar que no es que toda la ética del Antiguo Testamento se mueva bajo ese principio. En la Biblia encontramos destellos de la más auténtica misericordia que van mucho más allá de esto: «No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19,18); «Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber» (Pr 25,21); «que ofrezca su mejilla al que lo hiere y lo afrenta» (Lm 3,30). La misericordia abunda en el Antiguo Testamento. Jesús eliminó los fundamentos mismos de esa ley, porque la venganza, por muy controlada y restringida que esté, no tiene cabida en la vida de sus discípulos–misioneros, y él se dio cuenta que no es que esa ley se aplicara al pie de la letra. 

Jesús muestra el camino de la verdadera justicia mediante la ley del amor que supera la de la venganza, es decir, ya no se puede vivir aplicando la ley del talión. «Jesús —decía el papa Francisco comentando este pasaje— no pide a sus discípulos sufrir el mal, es más, pide reaccionar, pero no con otro mal, sino con el bien. Solo así se rompe la cadena del mal (…)  De hecho —comenta Francisco— el mal es un “vacío”, (…) un vacío no se puede llenar con otro vacío, sino solo con un “lleno”, es decir con el bien. (Ángelus, 19 de febrero de 2017). Todos creo yo, por lo menos la mayoría, conocemos quién es Gandhi. En sus escritos hay algo que refuerza este mensaje de Cristo con su famosa frase: «ojo por ojo y el entorno acabará ciego». Hay mucho por hacer y mucho por comprender hasta dónde quiere Dios que lleguemos amando, perdonando, brindando una y otra oportunidad. Las palabras y la vida de Jesús siempre serán una invitación a ir más allá. Que María santísima nos asista con su sencillez y su clara visión de la voluntad de Dios. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 15 de junio de 2025

«LA SANTÍSIMA TRINIDAD»... Un pequeño pensamiento para hoy


Santo Tomás de Aquino, el célebre teólogo de la Iglesia, conocido como el «Doctor Angélico» —debido a la sublimidad de su pensamiento y la pureza de su vida— dijo que el cristiano primero contempla y luego transmite a otros lo contemplado. Y este domingo, es un día para contemplar el misterio de la Santísima Trinidad, misterio de fe que revela una verdad única de Dios: Creemos en un solo Dios en tres Personas. No podemos nosotros, con nuestra razón, con nuestro entendimiento, comprender este misterio, pero sí con el corazón, por eso, desde la contemplación de esta realidad divina, es de donde podemos hacer nuestra definición de que Dios es amor. Decir Trinidad es decir amor. Si no existiese la Santísima Trinidad, no existiría el amor verdadero. Hoy sabemos que el mundo y los hombres se han desentendido de Dios, porque no creen en un Dios amor y sin eso han caído en la trampa que les hace pensar que el consumismo y el materialismo les dará todo. Pero, los hombres y mujeres de fe, apoyados en este misterio de Dios Uno y Trino, Dios Amor, experimentamos a un Dios que vive con nosotros, un Dios vivo, un Dios que está implicado en nuestra historia.  

Dios nos comunica que es Padre creador, Hijo comunicador, Espíritu santificador. De allí es de donde brota esta segura convicción de que Dios es Amor. El creyente, entonces, se atreve a acercársele, a contarle sus anhelos, a manifestarle sus necesidades, a arroparse en Él en busca de protección, a participar de su misma vida. Entra en el ámbito de la Trinidad al que ha sido convocado y desde el cual ha sido formado. Encuentra sentido a su vida, a su ansia de amor y a su deseo de comunicación. Todo lo hacemos siempre en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Así lo manifestamos por ejemplo en la celebración de la Santa Misa, iniciamos en el nombre de la Trinidad y terminamos con su bendición. En «Amoris laetitia», el Papa Francisco, de feliz memoria, reflexiona sobre la familia y la Santísima Trinidad. Nos recuerda que «la Trinidad es Padre, Hijo y Espíritu de amor. El Dios Trinidad es comunión de amor, y la familia es su reflejo viviente». Hoy, que al unísono de esta celebración, festejamos en México y no sé dónde más el «Día del Padre», me hago una pregunta: ¿Cómo pueden nuestras familias, con todas sus imperfecciones y desafíos, ser un vivo reflejo de la Trinidad? Y encuentro la respuesta en la vocación de los papás. Si hay alguien que con su ser y quehacer pueda explicar el misterio de Dios amor, es el padre de familia. Por eso la Iglesia, nuestra madre, está comprometida en apoyar con todas sus fuerzas la presencia buena y generosa de los padres en las familias, porque ellos son para las nuevas generaciones custodios y mediadores insustituibles de la fe en la bondad, de la fe en la justicia y de la protección de Dios Uno y Trino.

Quiero cerrar la reflexión de hoy con unos versos del inquieto escritor español José Javier Pérez Benedí, que seguro nos ayudan a reflexionar en la fiesta que hoy celebramos y que, de manera especial, les invito a que hoy se los lean a los padres de familia: «Creemos en un Dios Padre amoroso y compasivo. Cuida de todos nosotros, como el ave de su nido, admiramos su ternura para con todos sus hijos. Con amor le damos “gloria y alabanza por los siglos”. Enviado por el Padre, creemos en Jesucristo: su Hijo amado y, como hombre, fruto de un vientre bendito. Jesús es, para nosotros, Vida, Verdad y Camino, nuestro hermano y compañero, oculto en el pan y el vino. Creemos y veneramos al Espíritu Divino. Nos regala agua de vida en la fuente del Bautismo. Enciende calor de hogar en los corazones fríos. Es, en las horas de angustia, brisa, consuelo y respiro. Gracias, Santa Trinidad, misterio de amor, prodigio de ser Padre, Hijo y Espíritu: Tres «besos» de un Dios Amigo». Celebremos con María Santísima el gozo de esta fiesta. ¡Bendecido domingo y muchas felicidades a todos los papás!

Padre Alfredo.

sábado, 14 de junio de 2025

«Jubileo del deporte y el sueño cumplido de Frank»... Un testimonio

«CAMPEONES, PERO SOBRE TODO ARTESANOS DE ESPERANZA»... Un pequeño pensamiento para hoy


Este fin de semana, Roma se convierte en el escenario de una gran fiesta deportiva con motivo del Jubileo del Deporte, el vigésimo gran evento del Año Santo 2025. Miles de atletas, tanto profesionales como amateurs, junto con entrenadores, dirigentes de asociaciones deportivas y familias enteras, llegarán desde los cinco continentes para participar en esta cita especial. Ya sé que están pensando que me gustaría estar allí, pues conocen mi pasión por el deporte. Aunque debido a varias circunstancias ajenas a mí, ya no comparta fotografías que les alienten a entrenar, sí les dejo muchos pensamientos y frases que les ayuden a entrenar con ganas. La famosa Plaza del Popolo se ha transformado en un animado «Pueblo del Deporte» con la «Fiesta del Deporte», en donde niños, jóvenes y adultos de todas edades y colores, goza de la posibilidad de probar diferentes disciplinas deportivas, ver demostraciones en vivo y conocer más sobre el mundo del deporte. De allí, esta tarde, se realizará un peregrinaje hacia la Puerta Santa en la Basílica de San Pedro, recorriendo algunas calles del centro de Roma: Via del Corso, Via Tomacelli, Ponte Cavour, Piazza dei Tribunali, Piazza Pia y Via della Conciliazione. Mañana a las 10:00 de la mañana el papa León XIV presidirá la Misa solemne en la Basílica de San Pedro.

Yo creo que todo deportista cristiano debe ser teológico, porque cuanto más comprende un atleta la grandeza de Dios, es menos probable que camine buscando su propia gloria, aunque en el caso de los sacerdote, se nos critique o se nos juzgue a veces sin comprender esto. En la Sagrada Escritura observamos que es valioso ponernos a prueba, examinarnos y considerar nuestros caminos, incluyendo nuestro corazón y por supuesto, la forma en que practicamos los deportes (2 Co 13,5; 1 Co 11,28; Sal 119,59). La primera lectura de hoy (2 Co 5,14-21) inicia afirmando: «El amor de Cristo nos apremia»... De entrada, al ver estas palabras y en medio del gozo de este jubileo me pregunté: ¿Cómo haría San Pablo para mantenerse en forma y poder responder al reto de evangelizar? El «Apóstol de las Gentes» se embarcó en cuatro viajes misionales principales, recorriendo unos 14 725 kilómetros en catorce años. Su disposición a recorrer grandes distancias para predicar de Cristo ayudó a establecer el cristianismo en todo el Mediterráneo porque, como expresa: El amor de Cristo le apremiaba. Por el tipo de deporte que practico, desde joven, entreno en un gimnasio —cuando me cambian de misión busco alguno cercano— y hago parte de mi vida de oración a quienes voy conociendo en el mismo. Voy aprendiéndome sus nombres, los invito a la misa dominical e incluso he catequizado y bautizado a algunos adultos que vivían lejos de Dios. A algunas de estas personas las confieso, las acompaño espiritualmente, bendigo sus casas o sus carros... de esta manera el GYM es para mí, un espacio de evangelización privilegiado. 

Como deportista —a pesar de las críticas, malos juicios o malos entendidos que puedas encontrar incluso de parte de los más cercanos a ti—, puedes darle gloria a Dios mostrando una actitud de agradecimiento y gozo. Entrena conscientemente pensando en todo momento que el amor de Cristi te apremia como a San Pablo. Quiero terminar mi reflexión de este día recordando a mi querido papa Francisco, quien en uno de sus discursos, de esos que uno guarda, expresó: «Los lazos entre la Iglesia y el deporte son una bella realidad que se ha ido consolidando en el tiempo, porque la comunidad eclesial ve en el deporte un válido instrumento para el crecimiento integral de la persona humana. La práctica del deporte, en efecto, estimula una sana superación de sí mismos y de los propios egoísmos, entrena el espíritu de sacrificio y, si se enfoca correctamente, favorece la lealtad en las relaciones interpersonales, la amistad y el respeto de las reglas» (Mensaje a los delegados de los comités olímpicos europeos el 23 de noviembre de 2013). Yo no sé si la santísima Virgen María practicó algún deporte, pero la Biblia afirma que «se encaminó presurosa» (Lc 1,39) a visitar a Isabel... sin estar en forma no hubiera podido ir presurosa, ¿qué no? ¡Bendecido sábado recordando a María siempre!

Padre Alfredo.

viernes, 13 de junio de 2025

«La vida nos cambia en un instante»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


La vida es impredecible, definitivamente los seres humanos, que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, estamos un tiempo sobre la tierra antes de ser llamados a la Casa del Padre y pasamos el tiempo entre un constante ir y venir de situaciones que no siempre controlamos y que surgen de la nada. La vida nos cambia en un instante y con ello llega la responsabilidad de reflexionar, sin dilaciones, sobre cómo vivimos nuestra propia existencia y como queremos ser recordados. Ayer amanecí con la noticia de la tragedia del primer accidente mortal de un Dreamliner, el avión fabricado por Boeing hace 15 años y que parecía ser de lo más seguro sobre la faz de la tierra. 242 pasajeros fueron víctima de un siniestro aún inexplicable de la que salió vivo solamente uno de los pasajeros, cuyo nombre me es difícil de escribir y mucho más pronunciar: «Ramesh Viswashkumar», que iba sentado en el asiento 11A. La aeronave impactó casi al despegar en una casa de estudiantes de medicina. Leí que Krishna, un médico que no dio su nombre completo, dijo haber visto «entre 15 y 20 cuerpos quemados» y él mismo, junto a otros colegas, rescataron a unos 15 estudiantes de la residencia 

Parecería que los humanos, en una época en la que hasta ha sido capaz el hombre de crear una Inteligencia Artificial, se tiene control de todo, sin embargo, nuestra vida puede dar giros inesperados y llegar a su fin en el momento menos inesperado. ¿Por qué estas 241 personas murieron? ¿Por qué un solo sobreviviente entre los pasajeros? ¿Por qué Ramesh ocupaba el asiento 11A? ¿Por qué algunos estudiantes que nada tenían que ver con el aeroplano llegaron al final de su recorrido en esta tierra? ¿Por qué...? El sobreviviente expresó: «No tengo ni idea de cómo salí de ese avión». Más de de 265 cuerpos han sido trasladados al hospital civil de la ciudad india de Ahmenabad donde sucedió el accidente. No vamos a vivir para siempre en este mundo pero no sabemos cuándo llegará el momento de partir. Somos, como dice un canto popular: «ciudadanos del infinito». Así que no se trata de cuánto tiempo pasemos en la tierra antes de ser llamados al juicio que nos llevará al encuentro del Padre Misericordioso, sino de qué hacemos con ese tiempo aquí en la tierra. Se trata de elegir ser buenos y dejar unas huellas imborrables en todos aquellos que forman parte de nuestro devenir... las huellas de Cristo. Ayer acompañé a mi amigo Gerardo Salazar en el último día del Triduo de su mamá la señora Ofelia, de 90 años a quien el Señor encontró en gracia, pues comulgó hasta el último día. En la parroquia se están celebrando las misas por Letty Góngora, una de nuestras feligreses que por años dedicó su vida a la catequesis... ¿Estamos viviendo de manera que dejemos las huellas de Cristo?

Hoy, que es día de San Antonio de Padua y que iniciamos la Novena para la fiesta de la Beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento. La lectura (2 Cor 4,6-15) de la Misa de este día conecta perfectamente este acontecimiento con la vida de cada uno de nosotros cuyo andar por este mundo terminará algún día. San Pablo nos recuerda una verdad profunda y consoladora: llevamos el tesoro del Evangelio, el ministerio y la vida nueva en Cristo, en «vasijas de barro». Somos frágiles, limitados, heridos, pero justamente ahí se manifiesta la fuerza de Dios mientras pasamos por el mundo buscando hacer el bien, dando una sonrisa, mostrando esperanza, compartiendo lo que somos y hacemos. Cualquiera de nosotros pudo haber estado en la aeronave o en tierra mientras cayó el avión... La interpretación profunda de todo esto, para quienes somos hombres y mujeres de fe, está en que, aunque llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, también en nosotros se manifiesta su vida. Hoy, pidamos a Dios, como pasajeros del viaje en este mundo acompañados de María su Madre, que purifique nuestras intenciones, que nos enseñe a mirar como Dios mira, y que renueve en nosotros la fidelidad y la esperanza en la vida eterna. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 12 de junio de 2025

«JESUCRISTO, SUMO Y ETERNO SACERDOTE»... Un pequeño pensamiento para hoy


La primera lectura el día de hoy (Is 52,13-53,12) tiene una pregunta que sigue siendo actual y que debe resonar en el corazón de todo discípulo–misionero: «¿Quién habrá de creer lo que hemos anunciado? El mundo en el que vivimos parece alejarse de Dios cada vez más, y esto puede deberse a varios factores que pueden ser la tecnología, la cultura moderna y el materialismo reinante, cosas que distraen del campo espiritual y centran a la persona en su «yo». Pero nosotros, hombres y mujeres de fe, podemos constatar que la fe sigue viva en diferentes formas, sobre todo lo notamos los sacerdotes que, aunque en algunos lugares del mundo somos cada vez menos, vamos experimentando a nuestro alrededor, la presencia de laicos, hombres y mujeres que, llenos de Dios y confiados en él, se convierten, como decía la Beata María Inés, en «nuestro brazo derecho». 

Hoy, que celebramos la fiesta de «Jesucristo, sumo y eterno sacerdote», vemos que, aunque no exista una respuesta única a la pregunta de si el mundo está escuchando a Dios y cree en él o no, es importante destacar, la vivencia del sacerdocio bautismal de todas estas almas de laicos que forman parte de nuestros consejos de pastoral en las parroquias, que son miembros activos de grupos y movimientos eclesiales y a tantas otras personas, sobre todo ancianas, que no dejan de orar por la evangelización. Así, sacerdotes ordenados, consagrados y laicos, formamos un todo, en «sinodalidad», que ayuda al mundo a creer.

A raíz de esto, surge otra pregunta que brota en mi corazón de la escucha del Evangelio (Lc 22,14-20), cuando el Señor expresa en plena consagración del pan y del vino para convertirlos en su Cuerpo y en su Sangre: «repártanlo entre ustedes»: ¿Qué hago yo para que el Señor llegue a todos? Cristo requiere, no solo de los sacerdotes ministeriales, sino de todo miembros de la Iglesia, gente consciente de su misión sacerdotal de responder a Dios, desde la totalidad del ser y desde el corazón que quiere estar por Él, con Él y en Él en la tarea evangelizadora para que muchos le conozcan y crean en él. Cada uno, consciente del llamado bautismal que recibió para ser «profeta, sacerdote y rey», debe decir «Mándame», porque la misión no es algo que se tiene, que uno busca; sino algo que se recibe de Dios y nos confía para colaborar con su proyecto de Sumo y Eterno Sacerdote. Hoy hemos de dirigir nuestra mirada, junto con María, hacia Él y dejarnos conducir respondiendo a una última pregunta: ¿Estoy dispuesto a dejarme enviar hoy y cada día a la misión que Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote me confía? ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico.

Padre Alfredo.

miércoles, 11 de junio de 2025

«La Ley, los mandamientos»... Un pequeño pensamiento para hoy


Dicen que la lógica del amor no se funda en el miedo sino en la libertad y precisamente el Evangelio de este miércoles (Mt 5,17-19) nos ayuda a reflexionar en esto. Jesús, de una manera muy acertada expresa que no ha venido a abolir la ley, sino a darle cumplimiento. Ciertamente él se refiere a lo establecido por la Ley y los Profetas en torno a los diez mandamientos de la Ley de Dios. En concreto sabemos que dar cumplimiento es «llevar a plenitud» una cosa. Eso quiere decir orientar estos mandamientos al núcleo fundamental de la Buena Nueva de Jesucristo que ce centra en una cosa: «El Padre los ama». Y es que así, desde esta perspectiva, es como debemos entender la vivencia de los mandamientos llevándolos a plenitud. Viendo cada uno de los mandamientos, incluso no solo estos sino también los cinco mandamientos de la Iglesia —que poca gente recuerda y pone en práctica— desde esta perspectiva del amor, es como «hasta la más pequeña letra o coma de la ley» tiene sentido.

Para vivir los mandamientos hay que, entonces, profundizar en el amor. Adentrarse en el corazón de Jesús y verlos desde su mirada, desde su perspectiva, desde su misión. La Ley, vista y vivida desde el amor, es como toma su verdadero sentido yendo mucho más allá de verla como un conjunto de normas frías que coartan la libertad del hombre. La Ley se hace camino hacia la verdadera libertad y a la felicidad. Por eso San Mateo nos enseña que quien enseña los mandamientos y los cumple, será grande en el Reino de los Cielos. Así, cada uno de los mandamientos es fuente se sentido, de paz y de alegría en el corazón del creyente que busca encender su corazón con la belleza del Evangelio. En Cristo y desde Cristo, la contemplación y la vivencia de los mandamientos vuelve fecunda la vida y llena al mundo de esperanza.

Esta Ley, estos Mandamientos, no son para vivirlos de una manera aislada, porque no somos islas y vivimos en comunidad. La familia, la parroquia, el grupo, el círculo de amigos… se convierten en el espacio concreto en donde damos cumplimiento a la Ley para alcanzar la plenitud en el amor. Tanto en nuestra vida personales como en nuestra vida comunitaria La Ley —contenida en el Antiguo Testamento—, Jesús de Nazareth y la la vida en el Espíritu Santo no pueden separarse. Los tres forman parte del mismo y único proyecto de Dios y nos comunican la certeza central de la fe: el Dios de Abraham y Sara está presente en medio de las comunidades por la fe de Jesús de Nazaret, que nos mandó su Espíritu para que nos amemos los unos a nosotros, como él nos ha amado. Pidamos al Señor, tomados de la mano de María, la Madre del Amor Hermoso, que llene nuestros corazones de amor para así poder cumplir los mandamientos con alegría no como una carga, sino como un regalo para ser felices y alcanzar el cielo. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 10 de junio de 2025

«Luz el mundo y sal de la tierra»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


Estamos en la reunión provincial de obispos sacerdotes del noreste de México en Ciudad Victoria, Tamaulipas, viviendo una experiencia anual en la que es un gusto encontrarse con hermanos diocesanos y religiosos que nos vemos a veces solamente una vez al año. Luego de clausurar la Pascua, solemnemente celebrada en la cincuentena, el gozo no no queda atrás, pues el jueves próximo celebramos la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote y esto, al saberlo recitado, vivo y presente en la Eucaristía y en nuestro ministerio, tiene una proyección pascual.

Encontrarse con otros hermanos que, como nos recuerda el Evangelio de hoy (Mt 513-16), están llamados como yo a ser “luz del mundo” en el ministerio sacerdotal, produce un inmenso gozo que llena el corazón y la vida misma de cada uno de nosotros que somos peregrinos de esperanza desde cada altar y cada ambón de nuestras parroquias. En medio de la alegría del compartir, volvemos a darnos cuenta de que Dios es quien nos confirma en la unidad sacerdotal para ser luz e iluminar nuestro mundo que parece siempre tentado a ir hacia el camino de las tinieblas. El sacerdote, como luz del mundo, es colocado por el Señor Jesús para transformar la realidad a donde llega sacando todo lo bueno que hay en ella, impidiendo que esta realidad pastoral sea deformada, distorsionada. Y junto a esto, poniendo por ejemplo la sal, el Evangelio hace una consideración y formula una pregunta: Si la sal se vuelve insípida ¿con qué la salarán?

La luz ha de iluminar por su propia naturaleza y las tinieblas se deshacen cuando ella está presente de la misma manera como lo desabrido desparece con la llegada de la sal. El sacerdote, como discípulo-misionero iluminado por la luz de Cristo no puede ni debe ocultar esa luz, pues ha sido iluminado para, a su vez, iluminar; no debe ni tiene porque dejar de dar sabor como la sal. En el final de este pasaje evangélico de hoy, aparece lo que Jesús ha querido resaltar como enseñanza para los discípulos: “Brille así su luz ante los hombres, para que vean sus buenas obras y den gloria a su Padre que está en los cielos”. La existencia del sacerdote, a pesar de haber perdido tanta credibilidad en nuestra época, no puede quedar opacada, sino que debe alumbrar; preservar de la corrupción y mover a volverse a Dios, dador de todo bien. Que María, Madre de la Iglesia y Madre de los sacerdotes, nos ayude a aprovechar estos días para iluminar nuestro corazón saboreando el gozo de nuestra vocación. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 9 de junio de 2025

«María es la Madre de la Iglesia»... Un pequeño pensamiento para hoy


El papa Francisco, de feliz memoria, en el año de 2018, estableció la memoria de «Santa María Virgen, Madre de la Iglesia» el lunes siguiente a la solemnidad de Pentecostés, el día en que nació la Iglesia. Pero este título no es nuevo. Ya San Juan Pablo II, en 1980, había hecho una viva invitación a venerar a la Virgen como Madre de la Iglesia; e incluso antes, San Pablo VI, el 21 de noviembre de 1964, al concluir la Tercera Sesión del Concilio Vaticano II, declaró a la Virgen «Madre de la Iglesia». En 1975, la Santa Sede propuso una Misa votiva en honor de la Madre de la Iglesia, pero esta celebración no tuvo una fecha destinada en el calendario litúrgico. 

Francisco —como le gustaba al papa que le llamaran— en la primera homilía de esta memoria expresó: «María, madre; la Iglesia, madre; nuestra alma, madre. Pensemos en esa riqueza grande de la Iglesia y nuestra; y dejemos que el Espíritu Santo nos fecunde, a nosotros y a la Iglesia, para ser también nosotros madres de los demás, con actitudes de ternura, de mansedumbre, de humildad. Seguros de que ese es el camino de María. Qué curioso es el lenguaje de María en los Evangelios: cuando habla al Hijo es para decirle cosas que necesitan los demás; y cuando les habla a los demás, es para decirles: “hagan lo que Él les diga”». Yo estoy convencido de que, María santísima, como Madre de la Iglesia, a cada uno de nosotros, según la propia vocación específica y de acuerdo al lugar que ocupamos en la Iglesia y en el mundo, nos va a decir lo mismo invitándonos a atender a Jesús: «Hagan lo que Él les diga».

El Catecismo de la Iglesia Católica (párrafos 964-965) nos enseña que el papel de la virgen María en la Iglesia es inseparable de su unión con Cristo y fluye directamente de ella. En estos párrafos se afirma que esta unión de la madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde la concepción virginal de Cristo hasta su muerte, hecho que precisamente nos relata el Evangelio de hoy (Jn 19,25-34) y que hace que esa unión se manifiesta sobre todo en esta hora de la Pasión de Cristo. Contemplemos en este día a la Santísima Virgen muy cercana a nosotros en la Iglesia. Imitemos sus pasos de peregrina de la esperanza y con el fuego vivo de la fiesta de Pentecostés, pidámosle a ella como Madre nuestra, que aumente el amor de cada uno de sus hijos a la Iglesia. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 8 de junio de 2025

«El Espíritu Santo es como el azúcar en la leche o en el café»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


La palabra «Pentecostés» procede del griego «pentēkostēque», que significa «quincuagésimo». Esta fiesta, que se originó en la Iglesia Católica desde el siglo I, conmemora el momento en que Cristo, habiendo resucitado y ascendido al cielo, cumplió su promesa de enviar el Espíritu Santo sobre los apóstoles y María Santísima. Jesús les infunde el Espíritu que procede del Padre y de él mismo y los prepara para una misión en el mundo que llegará hasta nuestros días y terminará, como dice la beata María Inés Teresa, «hasta que se clausuren los siglos y comience la eternidad». Ese día dio inicio oficialmente la obra del Espíritu en la Iglesia, que no es otra cosa que la pequeña comunidad de los que han puesto su fe en Cristo Jesús. Fortalecida por este Espíritu de verdad y de memoria, la Iglesia ha atravesado todos los siglos, todas las crisis de la sociedad y todas sus propias crisis internas.  Pentecostés es la fiesta del Espíritu, la presencia viva de Dios que transforma corazones, la celebración de la «sinodalidad» que une a los diferentes y da vida nueva. Pentecostés es el fuego que rompe el miedo y abre puertas cerradas; es el viento que nos impulsa a salir, a hablar, a amar y a construir unidad en la diversidad.

El papa León, en su homilía de esta fiesta maravillosa, nos ha recordado que «en un mundo quebrantado y sin paz el Espíritu Santo nos educa a caminar juntos» y ha afirmado: «La tierra descasará, la justicia se afirmará, los pobres se alegrarán y la paz volverá si dejamos de movernos como predadores y comenzamos a hacerlo como peregrinos. Ya no cada uno por su cuenta, sino armonizando nuestros pasos con los pasos de los demás». A estas horas no termina aún la Vigilia de Pentecostés en la parroquia. Ha sido un gozo ver desfilar, en medio de la oscuridad de la noche a gente de todos colores y sabores que ha venido a implorar la fuerza que viene de lo alto. Desde ancianos de casi cien años hasta niños pequeños, han desfilado frente a Jesús Eucaristía implorando el Espíritu que nos mantenga en la unidad en medio de la diversidad que caracteriza a nuestra comunidad parroquial que, venciendo todos los desafíos de nuestro mundo actual, camina en sinodalidad como peregrina de esperanza. Entre cantos y alabanzas, silencio, lectura de la Palabra, la Vigilia, que inició después de la misa de las siete de la tarde, terminará en unas horas más, antes de misa de las nueve de la mañana. 

En cada una de las misas de este domingo resonarán con fuerza las palabras de Jesús: «La paz esté con ustedes» (Jn 20,19-23). Estas palabras no constituyen una simple frase de saludo, sino que se manifiestan como un regalo profundo. Es la paz que viene de saber que el Señor está presente, que ha vencido al miedo y a la muerte. Es la paz que el Espíritu Santo siembra en nuestro interior y que nos capacita para perdonar, para reconciliar, para hacer que a las personas se les despierte la paz, la luz, la confianza, la alegría, al sentir que nunca están solas ni abandonadas; para ser testigos de esperanza en un mundo sediento de consuelo y verdad viviendo nuestra condición de discípulos-misioneros marcados por ese reto de la «sinodalidad», que solamente puede echarse a andar si se tiene la fuerza de lo Alto. Bien decía San Ireneo: «Donde está la Iglesia, allí está también el Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu de Dios, allí está también la Iglesia y toda la gracia». Quiero terminar esta reflexión con una anécdota que contó una catequista que, en una de las clases preguntó: «¿—Cómo puede el Espíritu Santo estar presente, si nunca se le ve? Y una niña respondió: —Mi mamá me dice que el Espíritu Santo es como el azúcar, que se le pone a la leche o al café. Se disuelve y desaparece aparentemente, pero está ahí. Y todo lo endulza». Con María, los Apóstoles y nuestra comunidad de discípulos-misioneros vivamos esta fiesta con la que cerramos la Pascua. ¡Bendecido domingo de Pentecostés!

Padre Alfredo. 

sábado, 7 de junio de 2025

«LA BONDAD Y LA MISERICORDIA DEL SEÑOR»... (Tema para retiro espiritual).


«Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida y habitaré en la casa del Señor por años sin término» (Sal 23,6). 

En la Sagrada Escritura, encontramos a los profetas, a los salmistas, a muchos otros elegidos de Dios, a Jesús y sus apóstoles y a la santísima Virgen María alabando, implorando, anunciando y adorando la Divina Misericordia, en cada momento. Leyendo, meditando y estudiando la Biblia, vemos que la misericordia de Dios, ha estado «desde siempre» para nosotros. Hace algunos años celebramos un jubileo extraordinario de la misericordia concluyendo apenas el Año de la Vida Consagrada que, como afirmó el Papa Francisco en la homilía de la Misa de la clausura de aquel festejo de los consagrados el día de la Presentación del Señor: «como un río, confluye ahora en el mar de la misericordia, en este inmenso misterio de amor que estamos experimentando con el Jubileo extraordinario». Ahora estamos celebrando un jubileo ordinario, este de 2005 centrado en la esperanza. Es precisamente la esperanza la que nos lleva a dejarnos abrazar por la misericordia de Dios porque, como dice la Carta a los Romanos «la esperanza, no defrauda» (Rm 5,5).

Queremos tener como fin de nuestro retiro, experimentar la misericordia de Dios para con nosotros llenos de esperanza, que, como bautizados, debemos ser portadores de ese don para llevarlo a toda la humanidad, portadores de esa misericordia que salva y que los salmistas exaltan de una manera maravillosa en la Sagrada Escritura. «La esperanza, —afirma el recién fallecido papa Francisco en la bula Spes non confundit con la declaraba este año santo—, efectivamente nace del amor y se funda en el amor que brota del Corazón de Jesús traspasado en la cruz: «Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más ahora que estamos reconciliados, seremos salvados por su vida» (Rm 5,10). Y su vida se manifiesta en nuestra vida de fe, que empieza con el Bautismo; se desarrolla en la docilidad a la gracia de Dios y, por tanto, está animada por la esperanza, que se renueva siempre y se hace inquebrantable por la acción del Espíritu Santo.

Es hermoso pensar, en este día de retiro, que Dios está siempre dispuesto a mantener ese pacto de amor que inició en el Bautismo con cada uno de nosotros a pesar de nuestras miserias y pecados y que nunca es tarde para reestrenar su amor, porque la esperanza, además de que no defrauda, es, como lo sabemos, lo último que muere. Dios espera que nunca disminuya la confianza de sus hijos y de sus hijas consagrados a Él en el bautismo que nos ha convertido, además, en sus discípulos-misioneros. 

Al iniciar nuestra reflexión, le pedimos al Señor, la esperanza de los afligidos y la esperanza de quienes en él confían. Le pedimos que acepte y acoja nuestra condición de pecadores, que, habiendo sido llamados por él a la vida de la gracia, nos acogemos a su compasión y sobre todo a su misericordia, que es infinita. Le pedimos al Señor, que muestra su poder sobre todo en el perdón y en la misericordia, que derrame en nosotros su gracia, para que, caminando en esperanza al encuentro de sus promesas, como caminó David y los otros autores de los salmos, alcancemos los bienes que nos tiene reservados.  

¿Qué quiere decir «misericordia»? Hay dos dimensiones fundamentales en el concepto de «misericordia». El primero es el que se expresa en la palabra griega «eleos», es decir la «misericordia» como actitud de compasión hacia la miseria del prójimo, un corazón atento a las necesidades de los demás. Un corazón que se conmueve y se abaja. Pero, junto a ésta surge otra acepción, ligada a la palabra judía «rahamim», que tiene su raíz en el «regazo materno», es decir, indica el amor materno de Dios. 

¿Qué es esta misericordia? San Bernardo la explicaba diciendo que Dios no nos ama porque somos buenos o bellos, sino que lo que nos hace buenos y bellos es su amor, el amor materno de Dios. En las dos acepciones surge una idea fundamental que llena de esperanza el corazón humano, es decir, Dios está dispuesto a acogernos y a comenzar de nuevo con cada uno, independientemente de la historia, del pasado, de la experiencia de alejamiento e infidelidad. 

¿Cómo definía el Papa Francisco —hoy de feliz memoria— la Misericordia? En «Misericordiae Vultus», en el n° 2 decía: «Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado». 

Los santos son expertos en la misericordia, en este amor sin límites. San Juan Pablo II relata en su biografía: «A menudo en mi vida he pedido a sor Faustina Kowalska que me haga comprender la misericordia de Dios. Y cuando visité Paray-le-Monial, me impresionaron las palabras que Jesús dijo a santa Margarita María de Alacoque: “Si crees, verás el poder de mi corazón”». Él mismo, en vida y poco antes de morir, recomendó la invocación «Jesús, en ti confío» «Es un sencillo pero profundo acto de confianza y de abandono al amor de Dios —aseguraba el santo— Constituye un punto de fuerza fundamental para el hombre, pues es capaz de transformar la vida». 

La beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, tiene innumerables frases en las que expresa su definición de misericordia. Me basta pensar en estas frases que mucho conocemos: «Soy un pensamiento de Dios, porque desde toda la eternidad pensó en darme el ser; y ya me veía tal cual soy, con mis defectos y mis cualidades, mis promesas y mis inconstancias, mi confianza y mi amor, y con todas mis miserias... Ya sabía que le daría mucho trabajo, y ya había resuelto ejercitar en mí el más hermoso de sus atributos: su misericordia. Ya, desde toda la eternidad, había resuelto escogerme para él, y precisamente en su orden seráfica. ¡Oh, sí! Qué delicioso sentirme un pensamiento de Dios.» (EE 1941, f. 804) 

«En las inevitables pruebas y dificultades de la existencia, como en los momentos de alegría y entusiasmo, confiarse al Señor infunde paz en el ánimo, induce a reconocer el primado de la iniciativa divina y abre el espíritu a la humildad y a la verdad», afirmaba San Juan Pablo II, quien también decía: «En el corazón de Cristo encuentra paz quien está angustiado por las penas de la existencia; encuentra alivio quien se ve afligido por el sufrimiento y la enfermedad; siente alegría quien se ve oprimido por la incertidumbre y la angustia, porque el corazón de Cristo es abismo de consuelo y de amor para quien recurre a El con confianza». 

Por su parte, San Pablo llama a Dios «Padre de las misericordias» (2 Cor 1, 1-7) y eso es algo que podemos ver desde el Antiguo Testamento. En algunos de los salmos, vemos su infinita compasión por los hombres, algunos de los salmistas, entonando esas hermosas alabanzas, manifiestan saberse entrañablemente amados por Él. En muchas frases de los salmos, Dios insiste constantemente en esta verdad: Dios es infinitamente misericordioso y se compadece de los hombres, de modo particular de aquellos que sufren la miseria más profunda, el pecado. En una gran variedad de términos e imágenes —para que los hombres lo aprendamos bien—, la Sagrada Escritura nos enseña que la misericordia de Dios es eterna, es decir, sin límites en el tiempo, como dice el Salmo 100: «Porque es eterna su misericordia»; es inmensa, sin limitación de lugar ni espacio; es universal, pues no se reduce a un pueblo o a una raza, y es tan extensa y amplia como lo son las necesidades del hombre. 

La misericordia supone haber cumplido previamente con la justicia, y va más allá de lo que exige esta virtud. «La misericordia es en realidad el núcleo central del mensaje evangélico, es el nombre mismo de Dios, el rostro con el que Él se ha revelado en la antigua Alianza y plenamente en Jesucristo, encarnación del Amor creador y redentor», afirmaba el papa Benedicto XVI. 

Cada vez que recitamos los salmos, en la recitación de la Liturgia de las Horas, en el salmo responsorial de Misa y especialmente aquellos que hacen mención de la misericordia infinita de Dios, advertimos la necesidad de detenernos, de levantar los ojos al cielo, y acordarnos de que no somos los amos del mundo y de la vida. Tenemos que contemplar el cielo, las montañas, el mar; sentir la fuerza del viento, la voz de las grandes aguas como aquellos hombres que se dejaban inundar por el amor de Dios.

Cómo le gustaba a la beata María Inés Teresa sentirse pequeña —como en realidad somos— en el gran universo que Dios ha creado y sigue creando y vivificando en cada instante rodeándonos de su misericordia, como canta el salmista cuando dice: «al que espera en el Señor, le rodea la misericordia» (Sal 32,10). Tenemos que aprender a clamar a Dios como lo hace el salmista a Dios en el Salmo 5: «Escucha, oh Señor, mis palabras; Considera mi gemir, estate atento a la voz de mi clamor, Rey mío y Dios mío, Porque a ti oraré. Oh Yahvé, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré». Los salmistas son un ejemplo de pecadores que supieron agradar a Dios por medio de su arrepentimiento y su dependencia de Dios. 

Vivimos cada vez más en medio de cosas artificiales hechas por nosotros, y eso cambia lentamente nuestra percepción de la realidad y de nosotros mismos. Sin darnos cuenta, nos olvidamos de dónde estamos y de quiénes somos; perdemos el sentido de nuestra verdadera dimensión: a veces nos sentimos omnipotentes, mientras no lo somos; a veces nos sentimos impotentes, mientras no lo somos. Como el profeta Amós nos recuerda, somos como una brizna de hierba, es cierto, pero nuestro corazón es capaz de infinito. Somos, como dice la beata María Inés, «la nada pecadora». Es cierto, pero podemos preguntarnos al recitar los salmos «¿por qué?», y sentir dentro de nosotros un vínculo misterioso, a veces doloroso, con Aquel que creó el mundo, el sol, la luna, las estrellas. «La misericordia del Señor —como dice el salmista— llega hasta el cielo, su fidelidad hasta las nubes» (Sal. 36, 6). 

De todas las criaturas —que, a su manera, son más humildes y obedientes al Creador que nosotros— los seres humanos somos los únicos que reconocemos , y a veces sentimos, que esta omnipotencia de Dios, esta incomprensible magnitud, es solamente amor y amor misericordioso, tierno, compasivo, como el de una madre por sus hijos, pequeños y frágiles. Somos los únicos en darnos cuenta de que toda la creación gime y sufre como si tuviera dolores de parto. Y nos damos cuenta, como dice el salmista, que «los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles, sobre los que esperan en su misericordia» (Sal. 33, 18). 

El siglo XX que hemos dejado a nuestras espaldas, fue en muchos aspectos una centuria terrible; y el siglo XXI, que con el atentado terrorista del 11 de septiembre de 2001 contra el World Trade Center de Nueva York se inició con un golpe de timbal de augurios nada buenos, no promete hasta el momento ser mejor. El siglo XX conoció dos brutales sistemas totalitarios, dos guerras mundiales —de las cuales solo la segunda causó entre cincuenta y setenta millones de muertos—, genocidios y asesinatos en masa de millones y millones de personas, campos de concentración y muchos horrores más. El siglo XXI ha comenzado marcado por la amenaza de un terrorismo despiadado, injusticias que claman al cielo, niños víctimas de abusos y condenados al hambre y la inanición, millones y millones de desplazados y refugiados, crecientes persecuciones de cristianos; a ello se suman devastadoras catástrofes naturales en forma de terremotos, erupciones volcánicas, tsunamis, inundaciones, sequías, etc. Todo ello y muchos hechos más son «signos de los tiempos».  

A la vista de esta situación, a muchos de nuestros contemporáneos —incluso familiares y amigos cercanos— les resulta difícil hablar de un Dios omnipotente y al mismo tiempo justo y misericordioso porque han perdido la esperanza. ¿Dónde estaba y dónde está cuando todo esto ocurría y ocurre? ¿Por qué lo permite, por qué no interviene? Todo este sufrimiento injusto, preguntan algunos, ¿no representa el argumento más serio en contra de un Dios omnipotente y misericordioso? 

De hecho, el sufrimiento de los inocentes se convirtió durante la Modernidad en la roca del ateísmo (Georg Büchner); la única disculpa para Dios, llegó a afirmarse, es que no existe (Stendhal). Dada la verdaderamente diabólica irrupción del mal, en ocasiones se prolonga la pregunta de este modo: ¿no habría que negar a Dios para mayor gloria de Dios (Odo Marquard)? 

El sufrimiento en el mundo es probablemente el argumento de mayor peso del ateísmo moderno que nos rodea y que impregna muchos ambientes de desesperanza. A él se añaden otras cuestiones que han tenido su repercusión. Han ocasionado que en la actualidad, para muchos, según piensan, Dios no exista; al menos, numerosas personas viven como si Dios no existiera. La mayoría de ellas parecen incluso poder vivir muy bien sin él, al menos no peor que la mayoría de los cristianos. Esto ha transformado la índole de la pregunta por Dios. Pues si Dios no existe o se ha tornado irrelevante para muchos, entonces protestar contra él no tiene ya sentido. Las preguntas: «¿Por qué todo este sufrimiento?» y «¿Por qué tengo que sufrir yo?», llevan más bien a enmudecer, hacen que la gente se quede sin palabras.  

De ahí que no solo cristianos creyentes, sino también muchas personas reflexivas y despiertas con otras convicciones reconozcan que el mensaje de la muerte de Dios, muy al contrario de lo que esperaba Nietzsche, no conlleva la liberación del ser humano. Allí donde la fe en el Dios misericordioso se volatiliza, allí quedan un vacío y un frío atroces. Sin Dios estamos por completo —y además sin salida— a merced de los destinos y azares del mundo y de las tribulaciones de la historia. Sin Dios no hay ya instancia alguna a la que apelar, no existe ya esperanza alguna en un sentido último y una justicia definitiva. ¡Qué sabios eran los salmistas, al reconocer, aún en medio de las guerras, de las divisiones, de los atropellos y abusos, de las catástrofes naturales, del vacío y del pecado, la infinita misericordia de Dios! Al leer y recitar muchos de los salmos, podemos percibir que la dignidad absoluta del ser humano únicamente es posible si existe Dios y si este es el Dios de la Misericordia y de la gracia.

San Juan Pablo II nos legó la profecía de que este es el tiempo de la misericordia. Él fue quien dedicó a la Divina Misericordia el segundo domingo de Pascua, y murió en la víspera de ese domingo.  

El Papa Francisco, en su Bula Misericordiae Vultus, en el número 12 expresaba: «La Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios... En nuestro tiempo, en el que la Iglesia está comprometida en la nueva evangelización, el tema de la misericordia exige ser propuesto una vez más con nuevo entusiasmo y con una renovada acción pastoral. Es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre.» Por eso, en esta reflexión que nos incumbe, le suplicamos con el salmista: «Vuélvete, Señor, rescata mi vida, sálvame por tu misericordia» (Sal. 6, 5). 

Cuando vemos el uso de la palabra «misericordia» en los salmos, debemos estar claros, para no confundir los sentimientos y entender que ser misericordioso no consiste en tener un corazón compasivo sin pasar a la práctica, tampoco en realizar alguna obra de misericordia de vez en cuando sin enfrentarnos a las causas concretas del sufrimiento y de las injusticias; si lo hiciésemos así, estaríamos en una actitud paternalista y sobreprotectora que, los autores de los salmos, no confunden. Dice el salmista: «A ti, Señor, la misericordia. Porque tú retribuyes a cada uno según sus acciones» (Sal. 66, 20). 

Para ser misericordiosos, es necesario primero, interiorizar el sufrimiento ajeno, es decir, dejar entrar en mis entrañas y en mi corazón el sufrimiento del otro y la esperanza que tiene de salir de él para hacerlo mío. Es algo que me duele a mí. En segundo lugar ese sentimiento ya hecho mío, provoca en mí una reacción que me lleva a ser activo y comprometido, me lleva a actuaciones concretas orientadas a aliviar y quitar ese sufrimiento. Soy uno con los otros, su dolor es el mío, su sufrimiento es el mío, sus esperanzas son las mías y suplico al Señor no solo pensando en mí, sino sabiéndome parte de una humanidad que —utilizando una de las palabras que el Papa Francisco inventó— se sabe «misericordeada» por Dios y le dice con el salmista lleno de esperanza: «¡Manifiéstanos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación!» (Sal. 85, 8). 

Vivir la misericordia es lo primero y principal de todo bautizado A lo largo de la vida tendremos que hacer muchas cosas, muchas oraciones y celebraciones, muchas fiestas por nuestra fe... pero la misericordia debe ser el eje transversal de la vida de todo bautizado: debemos dejarnos amar por Dios, sentir su misericordia en todos los momentos de nuestra existencia como hijos de Dios y la misericordia hacia los demás ha de configurar nuestra manera de vivir, de mirar a las personas y al mundo desde nuestro vivir según la vocación específica que hayamos adoptado. Nuestra manera de vivir la vida en el seguimiento de Cristo, al estilo de Madre Inés, si formamos parte de la Familia Inesiana, por ejemplo, ha de pasar por practicar la misericordia o no seremos Inesianos. Digamos con el salmista: «¡Qué bueno es el Señor! Su misericordia permanece para siempre, y su fidelidad por todas las generaciones.» (Sal. 100, 5). 

María santísima recapitula en el magníficat la entera historia de la salvación describiéndola como una historia de la compasión divina. «Su misericordia —la de Dios— con sus fieles, continúa de generación en generación» (Lc 1,50). Ella «goza del favor de Dios» (Lc 1,30). Esto quiere decir: por sí misma no es nada en absoluto, todo lo que es se lo debe a la infinita misericordia del Señor. Ella no es más que la «sierva del Señor» (Lc 1,38). La gloria no le pertenece a ella, sino en exclusiva a Dios, para quien nada hay imposible (cf. Lc 1,37s). De ahí que María cante: «Proclama mi alma grandeza del Señor, mi espíritu festeja a Dios mi salvador... Porque el Poderoso ha hecho proezas, su nombre es santo». Ella es por completo recipiente y nada más que humilde instrumento de compasión divina. 

Al final del cuarto Evangelio, María, que figura al comienzo de la historia neotestamentaria de la salvación, asume una importante posición en su punto culminante. Pues Jesús, desde la cruz, confía a Juan a María como madre y, a la inversa, confía a María a su discípulo Juan como hijo (cf. Jn 19,26s). Esta escena está llena de profundo significado. Juan es el discípulo al que ama Jesús (cf. Jn 19,26); en este Evangelio es tenido por arquetipo del discípulo. Esto significa que Jesús, en Juan, le confía a María todos los discípulos como hijos y, a la inversa, a todos ellos les confía a María como madre. Estas palabras de Jesús pueden ser entendidas como su testamento, como su última voluntad; con ello dice algo que es vinculante y decisivo para el futuro de la Iglesia: Hay que recurrir a María, Madre de Misericordia que nos dirá siempre:  «Hagan lo que Él les diga» (Jn 2,5). 

Vamos rezando con el salmo 136:   

ETERNA ES SU MISERICORDIA 

Dad gracias al Señor porque es bueno: porque es eterna su misericordia.  

Dad gracias al Dios de los dioses: porque es eterna su misericordia.  

Dad gracias al Señor de los señores: porque es eterna su misericordia.  

Sólo él hizo grandes maravillas: porque es eterna su misericordia.  

Él hizo sabiamente los cielos: porque es eterna su misericordia.  

Él afianzó sobre las aguas la tierra: porque es eterna su misericordia.  

Él hizo lumbreras gigantes: porque es eterna su misericordia.  

El sol que gobierna el día: porque es eterna su misericordia.  

La luna que gobierna la noche: porque es eterna su misericordia. 

Dad gracias al Dios del cielo: Porque es eterna su misericordia. 

Para terminar este encuentro, dejémonos cuestionar por estas preguntas: 


• Hasta ahora ¿qué tan importante ha sido la vivencia de la misericordia en mi vida? 

• ¿Soy misericordioso en la práctica o me quedo con un corazón compasivo? 

• Según los textos bíblicos de los salmos y según los comentarios expuestos, ¿cuál o qué es el núcleo de mi vida en el seguimiento de Cristo? 

Padre Alfredo.