Lo que Jesús anunció en la sinagoga de Nazaret y que escuchamos hace unos días lo va cumpliendo. Allí dijo, aplicándose la profecía de Isaías, que había venido a anunciar la salvación a los pobres y curar a los ciegos y dar la libertad a los oprimidos. Así, hoy el Evangelio nos muestra el programa de una jornada de Jesús al salir de la sinagoga. Cura a la suegra de Pedro, impone las manos y sana a los enfermos que le traen, libera a los poseídos por el demonio y no se cansa de ir anunciando el reino de Dios. En medio de todo, busca momentos de paz para rezar personalmente en un lugar solitario.
Podemos quedarnos con dos significativos rasgos de esta jornada: Primero, Jesús, en medio de un horario intensivo de trabajo y dedicación misionera, encuentra momentos para orar a solas. Y segundo, no quiere instalarse en un lugar donde le han acogido bien: «También tengo que anunciarles el Reino de Dios a las otras ciudades, pues para eso he sido enviado». Pidamos a María santísima, tan intensa como Jesús en sus jornadas, que nos libre de dos peligros: el activismo exagerado, descuidando la oración, y la tentación de quedarnos en el ambiente en que somos bien recibidos, descuidando la universalidad de nuestra misión. ¡Bendecida noche de miércoles!
Padre Alfredo.
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