Uno de los frutos mejores de la Palabra de Dios que escuchamos —por ejemplo en Misa— es que se convierta en luz dentro de nosotros y también en luz hacia fuera. Para eso la escuchamos: para que, evangelizados nosotros mismos, evangelicemos a los demás. Lo que recibimos es para edificación de los demás, no para guardárnoslo. ¡Qué efecto evangelizador tiene el que un político, o un deportista, o un artista conocido no tengan ningún reparo en confesar su fe o su adhesión a los valores más profundos!
El Vaticano II llamó a la Iglesia «Lumen Gentium», es decir, luz de las naciones. Lo deberíamos ser en realidad, comunicando la luz y la alegría y la fuerza que recibimos de Dios, de modo que no queden ocultas por nuestra desaplicación o nuestro miedo. Jesús, que se llamó a sí mismo Luz del mundo, también nos dijo a sus seguidores: «Ustedes son la luz del mundo». Que la Virgen nos asista para que, como Iglesia misionera, seamos luz para este mundo que se debate, muchas veces en medio de la oscuridad. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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