Si el dueño necesita obreros para trabajar en su viña significa que el Reino es algo que se construye en cooperación con Dios, no algo que Dios realiza por sí solo. Este trabajo es remunerado pero esta remuneración depende de la generosidad del propietario. Podríamos decir que la entrada al Reino, que en la parábola es sugerida por el ejemplo de un pago, no depende únicamente de las obras de la persona, sino de la gracia de Dios. Ante esto puede surgir una serie de preguntas: ¿Fue injusto el dueño? ¿Tendría que haberles pagado menos a los últimos? ¿Quiénes serían los referentes fuera del texto? ¿Es el propietario un referente para Dios? ¿Son los obreros un referente para Israel? ¿O para la Iglesia? ¿O para todos los seres humanos? ¿A quiénes designarían los primeros y los últimos? ¿Cómo podría leerse esta parábola hoy?
Para responder a todo esto hay que ir al corazón misericordioso de nuestro Padre Dios, que, como afirma en otra parte la Escritura: «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tim 2,4). De esta manera, la parábola se convierte en un mensaje de esperanza para todos los que luchan por dejarse alcanzar por el Señor y su misericordia. En el Reino de Dios, todos encontraremos un trabajo que sustentará nuestra necesidad de salvación. La paga es la misma, sí... el cielo, el contemplar a Dios cara a cara, la eternidad. Que María nos aliente a no quedarnos ociosos y a levantar el ánimo. Sea de mañana, al mediodía o ya en la tarde, el Buen Dios nos espera para darnos el premio por el trabajo. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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