Bien vivido, el sábado era y sigue siendo un día sacramental de auténtica gracia para los judíos. Pero lo que critica Jesús en escenas como la de hoy, es la interpretación exagerada del descanso sabático: ¿cómo puede ser contrario a la voluntad de Dios el tomar en la mano unas espigas, restregarlas y comer sus granos, cuando se siente hambre? El argumento que él aduce es el ejemplo de David y sus hombres, a quienes el sacerdote del santuario les dio a comer «panes sagrados», aunque en principio no eran para ser comidos así (1 Sam 21). Pero seguramente lo que les debió saber muy mal a los fariseos es la última afirmación del discurso: «el Hijo del Hombre es señor del sábado».
La Iglesia, al contemplar que la resurrección de Jesús ocurrió en domingo, consideró que era mucho más importante guardar el domingo en lugar del sábado, por eso para nosotros los católicos guardar el domingo como día de culto a Dios, día de descanso en su honor, día de la naturaleza, día de paz y vida de familia, día de liberación interior, es muy importante. Lo que está pensado para bien de todos los católicos, como el domingo, lo podemos llegar a convertir, por nuestra casuística e intransigencia, en unas normas que quitan la alegría del espíritu. El domingo es un día que tiene que ser todo él, sus veinticuatro horas, un día de alegría por la victoria de Cristo y por nuestra propia liberación. Con la Eucaristía comunitaria en medio, pero con el espíritu liberado y gozoso: un espíritu pascual. Por eso pidamos a María que interceda por nosotros para que no nos falte la Misa dominical y honremos así ese día dichoso. ¡Bendecido sábado... y no falten mañana a Misa!
Padre Alfredo.
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