La comparación de los dos grupos de niños que nos presenta san Lucas es expresiva: ni con una música alegre ni con otra triste consiguen unos que los otros colaboren. Cuando no se quiere a una persona, cuando no se quiere aceptar o no se le quiere escuchar, se encuentran con facilidad miles de excusas para no hacer caso de lo que propone. ¡Qué peligro! Eso mismo nos puede pasar a nosotros. Hay personas siempre criticonas, con mecanismos de defensa contra todo. Como decía Jesús de los fariseos, ni entran ni dejan entrar. En el fondo, lo que pasa es que resulta incómodo el testimonio de alguien y por eso se le persigue o se le ridiculiza. Es muy antiguo eso de no creer y de no aceptar lo que Cristo o su Iglesia proponen.
Eso puede pasar en nuestra vida de cada día, en esa sutil y complicada relación interpersonal que se lleva a cabo en toda vida comunitaria: si nos invitan a una fiesta, está mal, y si nos quieren participar de un duelo, peor. Podemos llegar a ser caprichosos en extremo en nuestras reacciones de cerrazón y sordera voluntaria, a veces por un instinto continuado de contradicción a lo que dicen los demás. Ya dijo Jesús que sólo «los sencillos» entienden estas cosas, los de corazón simple y humilde, los que no están llenos de sí mismos. Que María nos ayude a ser receptivos. ¡Bendecido miércoles, ombligo de la semana!
Padre Alfredo.
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