Para captar lo que Jesús quiere decir, el oyente debe estar dispuesto a dejarse adoctrinar en los caminos de Dios, que son distintos de los nuestros. Por eso siempre será verdad eso de que «el que tenga oídos para oír, que oiga». Hoy, como en aquellos tiempos de Cristo, mucha gente no abre sus oídos y su corazón a las palabras de Jesús. Hay personas que salen de la Misa como si allí no se hubiera pronunciado el Evangelio porque van solamente, como dicen, «por cumplir». El relato nos presenta tres clases de terreno donde la semilla se pierde. Sólo si cae en tierra fértil llegará a dar fruto. Los cuatro terrenos se hallan en un mismo lugar, donde hay un camino, rocas, márgenes húmedos repletos de zarzas y la tierra fértil. El sembrador siembra al voleo, sin preocuparse de si una parte de la semilla se pierde.
La máxima en la parábola, colocada al final, nos descubre ya hacia dónde irá la explicación de la misma. ¡No depende de cómo se siembre, sino de cómo se escuche el mensaje! Esta parte final «de la tierra fértil» deben ser los oyentes que, «al escuchar el mensaje, lo van guardando en un corazón noble y bueno». Cristo nos enseña que el fruto del reino no es instantáneo, sino que requiere constancia. No se trata tampoco de un fruto estacional, sino que «dan fruto por su constancia». Todos tenemos una parcela de «tierra fértil», de «tierra buena». Vale la pena acercarnos a María santísima que supo escuchar la palabra y ponerla en práctica para que, imitándola, cuidemos nuestra tierra buena y el sembrador pueda hacer con éxito su tarea en nuestros corazones. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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