Hoy es un día para quedarnos en la contemplación de la Pasión y muerte del Señor. Pero es preciso que esta contemplación de la pasión y muerte del Señor, la hagamos guiados por la palabra del evangelio de san Juan que la liturgia de hoy nos pone relatándonos la Pasión (Jn 18,1-19,42). El evangelio de san Juan nos ha guiado en los tres últimos domingos de cuaresma. Los tres evangelios que hemos leído en estos últimos domingos: el diálogo con la samaritana, la curación del ciego de nacimiento y por último la resurrección de Lázaro, nos han presentado la respuesta a las preguntas fundamentales de la fe: ¿quién es Jesucristo? ¿qué es Jesucristo para nosotros? ¿qué significa creer en Jesucristo? Hemos escuchado repetidamente la afirmación del Señor: «Yo soy...». Un «Yo soy» que no se refería a una afirmación teórica, sino que era siempre una relación con nosotros. Era un «Yo soy... para ustedes».
Juan, el evangelista, nos acerca de manera impresionante a Cristo en su Pasión, a ese Cristo que vino para revelarnos el rostro del Padre. Para que pudiéramos ser sus hijos. Y el rostro de Dios que nos revela Jesucristo, en este relato de la Pasión, es el rostro del amor. Dios es amor. Y su suprema revelación, el Señor Jesús la realiza desde la cruz, como la más acabada manifestación del Dios que quiere dar vida, del Dios que ama. Pero del Dios que da vida, dándose él, del Dios que ama, amando Él. A través del signo de la presencia de María junto a la cruz, como Madre que da vida, como Madre de los discípulos de Jesús, Madre de la Iglesia que nace, san Juan nos invita a contemplar, con ella, el misterio de la cruz, desde la que Jesús nos brinda todo su amor. Con ella, permanezcamos en contemplación. ¡Bendecido Viernes Santo!
Padre Alfredo.
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