Jesús no revela el nombre del traidor ni lo señala; Jesús no rompe con el que va a traicionarlo, aunque lo señala como «aquél para quien yo voy a mojar el trozo de pan y a quien se lo voy a dar». Jesús no ha venido a juzgar, sino a salvar. Ofrecer a un comensal un trozo de alimento era señal de deferencia. Jesús, con este gesto, invita a Judas a rectificar y ser de los suyos, a comer su carne y sangre y unirse a él, pero Judas, encerrado en su pecado, no entiende nada. Jesús responde al odio con amor, poniendo su vida en manos de su enemigo. Toca a Judas hacer su última opción.
Hay que ver que nosotros también podemos traicionar a Jesús, si abusamos de promesas que no vienen refrendadas por nuestra vida; si en medio de nuestros intereses, no tenemos tiempo para «perderlo» gratuitamente con él. Lo podemos traicionar cuando le hacemos decir cosas que son sólo proyección de nuestros deseos o mezquindades o cuando volvemos la espalda a los «rostros difíciles» en los que él se nos manifiesta y de muchas maneras más. Pidamos, por intercesión de María, que este Martes Santo su mirada nos ayude a descubrir nuestras sombras. ¡Bendecido martes santo!
Padre Alfredo.
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