Un día más de esos en los que casi llegada la media noche me puedo sentar frente a la computadora para escribir mi reflexión. Este domingo se celebra la fiesta de la Divina Misericordia. Quiero compartir, en primer lugar, unas palabras que el Santo Padre, el Papa Francisco, nos dijo a los Misioneros de la Misericordia el 10 de abril de 2018 y que conservo en texto escrito. El Papa nos dijo en aquella ocasión: «La misericordia toma de la mano e infunde la certeza de que el amor con el que Dios ama derrota toda forma de soledad y abandono. Los Misioneros de la Misericordia están llamados a ser intérpretes y testigos de esta experiencia, que se inserta en una comunidad que acoge a todos y siempre sin distinción, que sostiene a todos en las necesidades y las dificultades, que vive la comunión como fuente de vida».
Así he experimentado mi comunidad parroquial «misericordiada» esta Semana Santa y esta Octava de Pascua que hoy culmina. ¡Qué gusto me ha dado vivir el Triduo Pascual en un ambiente de puertas abiertas en donde hemos dado cabida a todos como Iglesia! Y es que la Misericordia nos habla de un Dios que tiene entrañas, un Dios que empatiza, un Dios que tiene corazón y que ese corazón es el centro de gravedad de su amor infinito para con todos. La fe en un Dios que es todo misericordioso hace que desaparezcan los miedos a adentrarse en la vida eclesial y abre las puertas a la idea de la reconciliación universal. Porque la Misericordia, con sus obras, nos hace experimentar y sentir para luego poder exclamar como santo Tomás en el Evangelio de hoy (20,19-31): «¡Señor mío y Dios mío!»
En el relato del Evangelio, a los ocho días de haber resucitado, Jesús por propia iniciativa se va hasta donde está Tomás «—que no había creído hasta entonces en su resurrección—, se le pone de frente y habla con él. Jesús retoma las mismas palabras que Tomás dijo aquella vez que se cerró ante el testimonio de los discípulos, cuando no conseguía ver el camino hacia la fe, la paz y la alegría pascual. El gesto de Jesús hace salir a Tomás de su aislamiento, de manera que, junto con él, toda la comunidad sea una en el gozo pascual. Jesús no quiere que nadie quede excluido de la paz y del gozo pascual. Que María santísima nos ayude a que, con esta alegría de la Pascua, hagamos de cada una de nuestras comunidades, un espacio de puertas abiertas. ¡Bendecido domingo de la Misericordia!
Padre Alfredo.
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