El Señor de los milagros, el Señor de la cercanía a los pobres, el Señor que nos pide ser como niños, se sienta sobre un sencillo borrico y entra en la ciudad santa, en nuestra parroquia, en nuestras casas. Jesús viene y nosotros agitamos nuestros ramos... Este es uno de los domingos del año que más gente viene a la parroquia. No me extraña, porque muchos saben que nos adentramos en la semana más vibrante del año, en la que está todo por vivirse nuevamente con un aire de esperanza. Si no lo aclamamos nosotros hoy, lo harán las piedras…
Sabemos que la Semana Santa será de una tensión en aumento. En esta semana Jesús desplegará toda la fuerza de su mensaje, realizará gestos que no olvidaremos jamás, e instituirá la Eucaristía, la fuente y el destino de nuestra vida. Pero nuestra esperanza estallará en mil pedazos el viernes, como un frasco de perfume. La misma liturgia de hoy nos lo adelanta abruptamente con la lectura de la pasión. Jesús cenará con sus apóstoles por última vez el jueves, y entregará su vida el viernes en la cruz. Aunque probablemente muchas personas acudirán al vía crucis y caminarán junto a Jesús, ya no serán tantas como hoy, domingo de ramos. En la adoración de la cruz del mismo viernes, seremos aun muchos menos porque siempre pasa así. El sábado, viviremos un silencio de expectación. Es justo allí donde culmina la lectura de la pasión que leemos en la Misa de hoy bajo el cobijo de María a quien le pedimos nos conceda acompañar a su Hijo Jesús. ¡Bendecido domingo de ramos!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario