Los textos de la misa de esta celebración, presentan un conjunto catequético no solamente acerca del sacerdocio ministerial; sino también relativo al sacerdocio general de los fieles. En la antífona de entrada, la asamblea aclama: «Jesucristo nos ha convertido en un reino, y hecho sacerdotes de Dios, su Padre». En esta misa crismal no se dice el Credo. Tras la renovación de las promesas sacerdotales se llevan en procesión los óleos al altar; allí, el obispo los puede preparar, si no lo están ya. En último lugar se lleva el Santo Crisma, portado por un diácono o un sacerdote. Tras ellos se acercan al altar los portadores del pan, el vino y el agua para la eucaristía. Después del Sanctus se bendicen el óleo de los enfermos; y tras la oración, después de la comunión, se bendice el óleo de los catecúmenos y se consagra el Santo Crisma.
Yo creo que a la mayoría de los que leen esta reflexión diaria —y que me dijeron que son más de diecisiete— no les ha tocado vivir esta celebración, pues como asiste todo el presbiterio, la asistencia de los fieles se reserva muchas veces a quienes son enviados de las parroquias a recoger los santos óleos para llevarlos a las comunidades parroquiales. Allí, sí, en las parroquias, se hace una misa especial para recibirlos. Por eso, este día me parece una buena oportunidad para usar Internet y seguir alguna de las misas crismales para saborear todo su sentido eclesial. Por lo pronto, encomendemos a María Santísima a todos los sacerdotes que, en esta misa, renovamos nuestras promesas sacerdotales. ¡Bendecido miércoles santo!
Padre Alfredo.
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