No me parece casualidad que el Evangelio de este domingo (Lc 14,25-33) nos habla de la elección de tomar la cruz de Cristo y seguirle, y, lógicamente, al hablar de elección, hay que hablar de renuncia. En los tiempos que vivimos, es casi ir contra corriente hablar de cruz, de renuncia, de sacrificio, de abnegación, de abyección y todo lo que a eso suene. El amor al estilo mundano no entiende de esto porque es un amor visto desde el egoísmo y así no puede pensarse en la elección y el seguimiento. Yo soy muy feliz de servir a mi comunidad parroquial —aunque ciertamente preferiría no ser el párroco para estar más libre para la tarea apostólica, libre de lo administrativo— compartiendo todos los días el gozo de la fe como discípulos–misioneros de Cristo construyendo el Reino en camino hacia la Vida Eterna.
La decisión de seguir a Jesús no puede ser solo momentánea; el seguimiento debe ser algo cotidiano, y no solo por momentos. Aun cuando muchas veces esto signifique que tendremos problemas. Seguir a Jesús es llevar su cruz, no literalmente, sino llevar la cruz en alto como símbolo de que Jesús llegó a ella para mostrarnos allí todo su amor dando la vida por nuestra salvación. Llevar la cruz es mostrar que con Cristo hacemos comunidad de seguidores viviendo como él y buscando establecer sus criterios de amor. Por mi parte me encomiendo a sus oraciones para con alegría siga llevando la cruz que me toca y que abrazo confiado en el señor y bajo la mirada de María Santísima. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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