Es que el hombre es pobre por naturaleza y debe vivir como tal, usando las cosas sin convertirlas en ídolos que lo mantengan en la esclavitud. Todo ser humano debería de orientar su vida a la afirmación de la pobreza, sobre cuya base puede construir una sociedad pacífica en la que luzcan el desprendimiento y el compartir. Luego, como consecuencia de este desprendimiento, viene la vivencia de las demás bienaventuranzas, que, junto con esta primera, han de marcar el corazón de quien quiera ser un fiel seguidor de Cristo.
Cada uno de nosotros debemos situarnos hoy frente al Señor Jesús y abrir nuestro corazón a esta palabra que nos dirige, hacerla resonar muchas veces en nuestro corazón. Para preguntarnos, en quién o en qué hemos puesto nuestra confianza para este mundo y para toda la eternidad; para interrogarnos acerca de si hemos asumido en nuestra vida un estilo realmente evangélico o estamos solamente barnizados de cristianismo y nuestro corazón está apegado a los bienes de este mundo. Que María santísima nos ayude a hacer vida las bienaventuranzas. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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