El mensaje, si se ve detenidamente, se centra en el amor del Padre, que respeta plenamente la libertad de los hijos, pero conserva siempre la esperanza de que los hijos vuelvan a la casa paterna, y compartan su vida en la plenitud del amor. Porque en realidad, aunque uno, el menor, es el que físicamente se ausentó, el mayor se ha hecho ausente en su corazón, pues estando en casa de su padre no se siente con la confianza que debería tener. Si leemos detenidamente el relato nos damos cuenta de que el padre sale al encuentro de los dos. Corre a abrazar al que se había ido desperdiciando todo lo que había heredado y sale a buscar al que está encaprichado en su pensar egoísta.
Todos sabemos que lo más profundo del amor paternal de Dios es su misericordia. Él ama a sus hijos no tanto por sus méritos, sino porque es Padre y por eso, en esta parábola, va al encuentro de los dos. Él no quiere más que amar a sus hijos sin límites dando a cada uno el tiempo que es necesario para que experimenten su amor paternal. El hijo pródigo se ha arrepentido y por eso no necesita decirle nada, en cambio, con el hijo que está físicamente a su lado intercambia unas palabras para abrir su corazón. El padre quiere que los dos se sientan en casa. Cada uno de nosotros sabe su condición actual, cada uno puede identificarse con alguno de los dos hijos, pero lo mejor sería identificarnos con el padre y mostrar misericordia para con los pecadores de dentro y fuera de la Iglesia. Que María santísima interceda por nosotros y nos sumerjamos en la misericordia e nuestro Padre Dios para contagiarnos de ella. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario