La actitud de este centurión es de humilde respeto: no se atreve a ir él personalmente a ver a Jesús, ni le invita a venir a su casa, porque ya sabe que los judíos no pueden entrar en casa de un pagano. Pero tiene confianza en la fuerza curativa de Jesús, que él relaciona con las claves de mando y obediencia de la vida militar. Jesús alaba la fe de este extranjero. Después de tantos rechazos entre los suyos, es reconfortante encontrar una fe así: «les digo que ni en Israel he encontrado tanta fe».
La actitud de aquel centurión y la alabanza de Jesús son una lección para que revisemos nuestros archivos mentales, en los que a veces a una persona, por no ser «de los nuestros», la hacemos a un lado o no le damos la importancia que se merece. Ante esto hay que preguntarnos: ¿Sabemos reconocer los valores que tienen «los otros», los que no son de nuestra cultura, de nuestra raza, de nuestra lengua o de nuestra religión? ¿Sabemos dialogar con ellos, ayudarles en lo que podemos? ¿Nos alegramos de que el bien no sea una cuestión exclusiva nuestra? Por otra parte, podemos identificarnos con el criado enfermo para que también podamos ver que si nos humillamos ante nuestro Señor y Salvador, Él viene y se acerca a curarnos. Así, dejemos a Jesús penetrar nuestro espíritu, en nuestra casa, para curar y fortalecer nuestra fe y para llevarnos, de la mano de su Madre santísima, hacia la vida eterna. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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