Jesús sale al encuentro del dolor humano, caracterizado por el drama fúnebre y el llanto de esa mujer, viuda, madre del difunto. San Lucas gusta mucho de mostrarnos, en pasajes como éste y en parábolas, la compasión o misericordia de Jesús ante la marginación total. Jesús, portador de la vida, tiene un contacto con la muerte «tocó el ataúd» e hizo posible la resurrección. Es el poder máximo de la vida sobre la muerte: por eso actualiza dichos antiguos (Dt 32,39; Tob 13,2; Sab 16,13); y, a la luz de la Pascua, prefigura, anticipa, su resurrección. La noticia de este clamor popular sobre la identidad de Jesús fue tan grande que se divulgó «por toda Judea y por las regiones circunvecinas» (7,17).
Esta escena nos muestra, pues, la misericordia y compasión de Dios por el que sufre, pero nos interpela también en el sentido de que debemos actuar con los demás como lo hizo Cristo. Cuando nos encontramos con personas que sufren —porque están solitarias, enfermas o de alguna manera muertas, y que no han tenido éxito en la vida— ¿cuál es nuestra reacción? La caridad, compasión, cercanía, amistad, buena voluntad, deben unirnos a todos velando unos por otros. Pidamos al mismo Cristo, por intercesión de su Madre santísima que interceda por nosotros para que imitemos su actitud ante un hecho concreto y hagamos siempre lo que podamos por los demás para dar vida, como Cristo, y vida en abundancia. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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