Después de este extenso párrafo paso a comentar algo del Evangelio de hoy (Lc 8,1-3) que nos deja ver la presencia de la mujer entre los seguidores de Cristo que se convirtieron en discípulos–misioneros. San Lucas es el único de los evangelistas que menciona los nombres de las mujeres que acompañaban a Jesús a lo largo de sus viajes. Este hecho, de la presencia de mujeres en el grupo de quienes seguían a Jesús, se da en un contexto en el que los rabinos de la época excluían a las mujeres del círculo de sus discípulos. No olvidemos que según la organización del Judaísmo de aquel tiempo, las mujeres apenas formaban parte de la comunidad: podían participar al culto de la sinagoga, pero no estaban obligadas a ello. La liturgia empezaba cuando, por lo menos, diez hombres estaban presentes, mientras que a las mujeres no se les tomaba en cuenta. La tradición nos relata que las primeras apariciones del resucitado fueron hechas a las mujeres (Lucas 24, 10) y precisamente a las que Lucas anota aquí en el Evangelio de este día. Habiendo acompañado a Jesús desde el comienzo de su ministerio público, todo como los Doce, eran iguales a los hombres para el anuncio de la «Buena Nueva».
Estas mujeres, que aparecen en el Evangelio de hoy, son un buen símbolo de las incontables mujeres que, a lo largo de los siglos, han dado en la Iglesia testimonio de una fe recia y generosa: religiosas, laicas, misioneras, catequistas, madres de familia, enfermeras, maestras... Que ayudaron a Jesús en vida y que colaboran eficazmente en la misión de la Iglesia, cada una desde su situación, entregando su tiempo, su trabajo y también su ayuda económica. Es bueno que, a la luz de estas palabras del Evangelio de este día, recordemos que todos, hombre y mujeres, tenemos en común, la fe y la misión evangelizadora. Recordemos que Jesús dijo: «¿quién es mi madre y mis hermanos? El que escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica». Y en eso las mujeres han sido, ya desde el principio, empezando por la Virgen María: —«hágase en mi según tu palabra»— las que más ejemplo nos han dado a toda la comunidad. No serán obispos ni párrocos, como tampoco las que acompañaban a Jesús fueron elegidas y enviadas como apóstoles, pero las mujeres cristianas, religiosas o laicas, siguen realizando una misión hermosísima y meritoria en la vida de la comunidad. Que María santísima nos ayude a valorar siempre con gratitud y admiración esa presencia femenina de la mujer en la Iglesia. ¡Bendecido viernes y que viva México y que vivan las mujeres en la Iglesia!
Padre Alfredo.
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