La mirada de Jesús, es siempre una mirada de benevolencia, de misericordia, de compasión. El Evangelio de hoy (Lc 6,39-42) es una muestra de ello. Jesús pone un ejemplo y pregunta a sus discípulos: «¿Puede acaso un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un hoyo?... ¿Por qué ves la paja en el ojo de tu hermano y no la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo te atreves a decirle a tu hermano: ‘Déjame quitarte la paja que llevas en el ojo’, si no adviertes la viga que llevas en el tuyo?»
Con esto Jesús nos quiere decir que debemos tener la mirada como la de él. Una mirada clara que sepa, como él ver con misericordia pero que al mismo tiempo se dé cuenta de su pequeñez y se exija más a sí mismo antes de exigir a los demás. ¡Cuánto más agradable sería la vida a nuestro alrededor si fuéramos más exigentes con nosotros que con los demás; si nos aplicáramos todos los buenos consejos que prodigamos a los demás; si tuviéramos el mismo afán en mejorarnos a nosotros mismos, que el que tenemos en mejorar a los demás!
Al profundizar en esta enseñanza de Nuestro Señor, me viene a la mente algo que Confucio, el reconocido pensador chino que solía dar este consejo a sus discípulos: «Cuando veas a un hombre bueno, proponte imitarlo; y cuando veas a otro malo, antes de condenarlo mírate a ti mismo». Siempre están las semillas del Verbo en muchos pensadores que, sin ser católicos, como Confucio, nos dejan algo para pensar. Bajo el cuidado de María Santísima, que supo ver la vida con los ojos de Jesús, pidamos también eso para nosotros. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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