En esta escena, aparece una acusación de los letrados que vienen desde Jerusalén —los de la capital sentían que sabían mucho más— que decían: «tiene dentro a Belcebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios». ¡Qué absurdo! Pero Jesús tarda apenas un momento en ridiculizar. ¿Cómo puede nadie luchar contra si mismo? ¿cómo puede ser uno endemoniado y a la vez exorcista, expulsador de demonios? Lo que está en juego es la lucha entre el espíritu del mal y el del bien. La victoria de Jesús, arrojando al demonio de los posesos, debe ser interpretada como la señal de que ya ha llegado el que va a triunfar del mal, el Mesías, el que es más fuerte que el malo. Pero sus enemigos no están dispuestos a reconocerlo. Por eso merecen el durísimo ataque de Jesús: lo que hacen es una blasfemia contra el Espíritu. No se les puede perdonar. Pecar contra el Espíritu significa negar lo que es evidente, negar la luz, taparse los ojos para no ver. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Por eso, mientras les dure esta actitud obstinada y esta ceguera voluntaria, como a muchos incrédulos de nuestros tiempos ellos mismos se excluyen del perdón y del Reino.
Nosotros no somos, de ninguna manera, de los que niegan a Jesús, o le tildan de loco o de fanático o de aliado del demonio. Al contrario, no sólo creemos en él, sino que le seguimos y vamos celebrando sus sacramentos y meditando su Palabra que ilumina nuestras vidas. Nosotros sabemos que ha llegado el Reino y que Jesús es el más fuerte y nos ayuda en nuestra lucha contra el mal. Pero también podríamos preguntarnos si alguna vez nos obstinamos en no ver todo lo que tendríamos que ver, en el evangelio o en los signos de los tiempos que vivimos. No será por maldad o por ceguera voluntaria, pero sí puede ser por pereza o por un deseo casi instintivo de no comprometernos demasiado si llegamos a ver todo lo que Cristo nos está diciendo y pidiendo. Hay que ponernos en marcha siempre y pedir a María Santísima que nos ayude a fortalecer nuestra fe en su Hijo Jesús para serle siempre fieles. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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