Por una parte, poniendo el pasaje en el contexto de los evangelios de estos días pasados, vemos que la actuación de Jesús ha estado llena de éxitos, porque él ha curado a los enfermos, liberado del maligno a los posesos, y además ha predicado como ninguno: aparece como el profeta y el liberador del mal y del dolor. Nada extraño lo que leemos hoy: «Todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo». Pero a la vez, no podemos olvidar que Jesús se ve rodeado de rencillas y controversias por parte de sus enemigos, los fariseos y los letrados, que más tarde acabarán con él. De momento Jesús quiere —aunque no lo consigue— que los favorecidos por sus curaciones no las pregonen demasiado, para evitar malas interpretaciones de su identidad mesiánica, pero la gente, como hemos visto en algunos casos, no se puede callar de lo maravillado que quedan.
Hoy Jesús sigue teniendo muchos seguidores. Basta ver las multitudes que se aglomeran en torno al Papa Francisco en el Vaticano o en sus viajes a diversas naciones. Pero, al igual que en aquel entonces, Jesús es perseguido y calumniado por gente que no quiere ver la acción de Dios. Él sigue hablándonos, comunicándonos su Buena Noticia, siempre viva y nueva, que ilumina nuestro camino. Se nos da él mismo como alimento para nuestra lucha contra el mal. Es maestro y médico y alimento para cada uno de nosotros, pero muchos no lo quieren ver así porque sus caminos son los de la mundanidad, los de la búsqueda del tener, el poder y el placer, que se extienden cada día más y mas. Que María nos sostenga para que seamos siempre del grupo que sigue al Señor y nos hagamos cada vez más discípulos–misioneros con él. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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