Jesús no pasa de largo frente a nadie. Leví (Mateo), considerado impuro según la ley judía, es llamado por Jesús. Como no se siente ignorado, Leví acude ligero a la invitación. Inmediatamente se muestra a Jesús en el ambiente del que ha sido llamado. Aparece como invitado de Leví, en una comida, rodeado de simpatizantes con su proyecto, entre quienes había «muchos publicanos y pecadores». Los enemigos de Jesús no le pierden pisada a ninguna de sus actitudes, descalificando a todas las que no estén de acuerdo con la tradición y la ley. Pero el Señor es firme en las respuestas a sus detractores: los silencia sabiamente cuando sentencia sobre el por qué de su predilección por los pecadores para la iniciación de su misión. «Todos somos pecadores» repite con frecuencia el Papa Francisco. Jesús encuentra en Leví, un auténtico valor que es necesario para comenzar lo que él desea. Su propuesta es distinta a la de la oficialidad. Para sus acusadores es absurdo pensar que con la escoria de la sociedad, como eran considerados los publicanos, se pueda iniciar algo que tenga valores auténticos.
Jesús llama a Leví como a los cuatro primeros (Mc 1,16-21a). Los que estaban religiosa y socialmente marginados y excluidos de la alianza entran en el Reino de Dios lo mismo que los que proceden del judaísmo. El Señor muestra así el amor de Dios a todos los hombres y el gozo de llamar a seguirle a gente de todos los ambientes: todo individuo, de cualquier religión, creencia o catadura moral, que esté dispuesto a cambiar de vida, es apto para el Reino. La ruptura de Leví con su pasado de está expresada por la oposición entre «estaba sentado y se levantó». Él abandona su estilo de vida para seguir a Jesús como lo abandonamos muchos de nosotros instalados en la comodidad del mundo para seguirle. Que María Santísima nos ayude a ser fieles en nuestra respuesta al llamado del Señor. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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