Hoy los evangelizadores nos quejamos de repente de no tener tiempo de hacer tal o cual cosa y creemos que esto es una característica de nuestro siglo XX, pero no, Jesús vivió todo esto, esta sobrecarga, esta carrera contra el tiempo, cuando no se llega a todo lo que hay que hacer, cuando uno se siente hundido por el trabajo y las preocupaciones... ¡No lo dejaban ni comer! Para colmo, sus mismos familiares no comprenden a Jesús y dicen que «se ha vuelto loco», porque no se toma tiempo ni para comer. Pero para Jesús seguir el dictamen de la familia significaba abandonar la Causa del Reino. Y no siempre la familia es la que mejor comprende el proyecto de vivir la fe. ¡Cuánta gente sufre persecución de los suyos debido a la incomprensión de sus apostolados!
Ciertamente ni Jesús ni todo evangelizador que siga sus pasos tiene fácil las cosas. Las gentes le aplauden por interés. Los apóstoles le siguen pero no le comprenden en profundidad. Los enemigos le acechan continuamente y le interpretan todo mal. Ahora, su clan familiar —primos, allegados, vecinos— tampoco le entienden. Se cumple lo que dice Juan en el prólogo de su evangelio: «Vino a los suyos y los suyos no le recibieron». Algunos le aplaudieron mientras duró lo de multiplicar los panes. Pero luego se sumaron al coro de los que gritaban «crucifícale». Entre toda esa gente, no cabe duda que estuviera también su madre, María, la que, según san Lucas, «guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» y a la que ya desde el principio pudo alabar su prima Isabel: «dichosa tú, porque has creído». Que ella nos ayude para que nos entreguemos como Jesús y busquemos ser como él. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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