Un corazón puro es un corazón capaz de mirar más allá de las fallas y descubrir el potencial de grandeza en la vida. «Del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, la inmoralidad sexual, los robos, los falsos testimonios y las calumnias» (Mt 15,19). Vivimos en un mundo en el que se cometen pecados graves y cada vez, por las tendencias de la moda y las diversas ideologías, lo anormal tiene a quererse aceptar como normal. Una persona con un corazón puro no está libre de las tentaciones porque vivimos en un mundo de tentación. ¡El adversario se encuentra entre nosotros! Sin embargo, un corazón puro no se relaciona con el entorno en que nos encontramos sino con la forma en que interpretamos ese entorno. Una persona con un corazón puro puede sentir pena, disgusto y rechazo, mientras que una persona mundana despertaría interés por un entorno moralmente dañado.
Tener un corazón puro es tener un solo propósito, esto es, tener como única meta hacer la voluntad de Dios para Su gloria (Cf. 1 Co. 10,31). Se tiene un corazón así para el reino de los cielos. Constantemente debemos preguntarnos: ¿Qué hay en mi corazón? ¿Qué o quién ocupa el primer lugar en mi corazón? Probablemente nos damos cuenta de que nuestro corazón puede ser muy complicado. Quizás ni seamos capaces de saber cuándo no somos de corazón puro. Entonces, ¿qué debemos hacer? En lugar de tratar de diagnosticar la condición de nuestro corazón, debemos acercarnos cada vez más a Dios y abrirnos a Él. Necesitamos que el Señor resplandezca sobre nosotros y nos hable sobre cualquier cosa en nuestro corazón que compita con Él por nuestro afecto. Digamos con el salmista y claro, acompañados de María, la Mujer del corazón más puro: «Crea en mí, Señor, un corazón puro». ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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