martes, 25 de enero de 2022

«La conversión del apóstol san Pablo»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy celebramos la conversión del apóstol san Pablo. Un hombre que desde que fue tocado por Jesús, cuando lo derrumbó en su camino a Damasco, de lo cual nos habla la primera lectura de la misa de hoy (Hch 9,1-22), no hizo otra cosa que vivir para Cristo. En el camino de Damasco sucedió para él lo que Jesús pide en el Evangelio de hoy (Mc 16,15-18): Saulo se convirtió porque, gracias a la luz divina, «creyó en el Evangelio». En esto consiste su conversión y la nuestra: en creer en Jesús muerto y resucitado y en abrirse a la iluminación de su gracia divina.

Dice san Bernardo hablando de esta fiesta: «Con razón, hermanos queridos, la conversión del “maestro de las naciones” (1Tm 2,7) es una fiesta que todos los pueblos celebran hoy con alegría. En efecto son numerosos los retoños que surgieron de esta raíz; una vez convertido, Pablo se hizo instrumento de la conversión para el mundo entero. En otro tiempo, cuando todavía vivía en la carne pero no según la carne (cf. Rm 8,5s), convirtió a muchos por su predicación; todavía hoy, mientras vive en Dios una vida más feliz, no deja de trabajar en la conversión de los hombres por su ejemplo, su oración y su doctrina». Y es que el testimonio de san Pablo sigue moviendo muchos corazones a convertirse a Cristo, a dejarse alcanzar por él y cambiar de vida. Entre tantas conversiones del santoral, la de Pablo es ejemplar, paradigmática. Más se palpa en ella la acción divina que el esfuerzo humano; además, enseña las insospechadas consecuencias que trae consigo una mudanza radical, un cambio total de vida.

La Conversión de san Pablo es un gran acontecimiento y por eso se celebra cerrando la semana de oración por la unidad de los cristianos. San Pablo pasa de perseguidor a convertido, es decir, a servidor y defensor de la causa de Cristo. Se entregará tanto a él que dirá que ya no es él quien vive, sino que es Cristo quien vive en él (Gal 2,20) y reconocerá que Cristo le amó y se entregó por él. Con Santa María, reconozcamos que el Altísimo también se ha fijado en nosotros y nos ha escogido para participar de la misión de su Hijo divino. Digámosle a María: Reina de los apóstoles, ¡ruega por nosotros!; haznos valientes para dar testimonio de nuestra fe cristiana en el mundo que nos toca vivir. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

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