El hombre y los ritos son para Dios, pero jamás una ley, un rito, un tiempo de descanso, una tradición que libera del trabajo, pueden equipararse a la dignidad, discreción, libertad del ser humano. Cuando las cosas materiales o rituales mandan, el hombre se hace esclavo. Cuando quien manda es el hombre, a él corresponde dignificarlas, con la mirada puesta en Dios. Nosotros todos somos «hijos de Dios y obedientes» y «señores del sábado e instituciones» a gloria de Dios. Que pena que lo que había sido establecido para asegurar el mantenimiento y el crecimiento de la vida en contacto con Dios, fuente de la Vida, se fue convirtiendo en un absoluto para el pensamiento de los hombres que obstaculizaba y oscurecía el fin del que se había originado. Los fariseos, en esta escena, consideraban que la observancia del reposo sabático debía ser colocada por encima de la satisfacción del hambre y, por ello, criticaban a los discípulos que, desgranando las espigas de los campos que atravesaban, realizaban una acción «que no está permitida en día sábado», porque recoger espigas era una de las treinta y nueve cosas que estaban prohibidas hacer en sábado.
Jesús en su respuesta recurrió con sencillez, al ejemplo de David, que puso por encima del respeto a la sacralidad de los panes de la proposición —reservados con exclusividad para los sacerdotes—, la necesidad de dar respuesta a las carencias que él y sus compañeros experimentaban en el ámbito de la alimentación. También a nosotros, la acción de los discípulos y la respuesta de Jesús, nuevo David, nos debe de llevar a situar toda práctica religiosa en el marco de la defensa de la vida, primera obligación para con Dios que toda práctica religiosa debe atender si quiere recibir el sello de la legitimidad divina. Con María, vivamos toda ley anteponiendo a ella la vida del hombre. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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