El Papa Francisco, hace algunos años, en concreto el lunes, 28 de mayo de 2018 indicó en la homilía de la Misa de aquel día, que la alegría «es la respiración, el modo de expresarse del cristiano» y nos ha dejado un documento maravilloso en el que habla de la alegría del Evangelio y que fue fechado el 24 de noviembre de 2013, en la solemnidad de Cristo Rey. A sus 85 años, el Papa aparece siempre lleno de esa alegría que nos debe caracterizar a todos y además contagia de su alegría y es esa alegría que sabe sacar del Evangelio diario que lee y medita con devoción. La transmisión del Evangelio es invitación a los hombres a entrar en la alegría de la comunión con Cristo: «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría» (Evangelii gaudium, n. 1).
Todos estamos necesitados de ver caras alegres a nuestro alrededor y todos podemos ser esas caras alegres que irradien el gozo del Evangelio a los demás. Yo creo que por eso, como expresa el Evangelio de hoy (Mc 1,21-28), la gente decía que Jesús enseñaba con autoridad, porque enseñaba con alegría lo que vivía con alegría. La alegría, al estilo de Cristo, está vinculada al descubrimiento del sentido de la propia vida en relación con el amor recibido de Dios, así como Jesús vivía sumergido en el amor de su Padre. A la luz de ese amor gratuito e indeficiente cada quien descubre su vocación eterna, el sentido y significado de su vida y en consecuencia, la alegría. Esta alegría puede ser compatible con la enfermedad, con las carencias, con los problemas y adversidades de la vida. Esta alegría no distrae de las ocupaciones ni desvía de los problemas, sino que convierte y dirige la mente hacia Dios, en cuyo amor uno encuentra sentido de vida y salvación. Esa es la alegría que hoy, recitando el salmo responsorial, podemos pedir por intercesión de María, que se acreciente en nuestros corazones. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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