Es de admirar, ante todo, la fe y la amabilidad de estos amigos que echaron una mano al enfermo y le llevaron ante Jesús, sin desanimarse ante la dificultad de la empresa que, como dije, no era nada fácil. A esta fe responde la acogida de Jesús y su prontitud en curar al enfermo y también en perdonarle. El Señor le da al enfermo una doble salud: la corporal y la espiritual. Así aparece, por su misericordia, como el que cura el mal en su manifestación exterior y también en su raíz interior. A eso ha venido el Mesías: a perdonar. Cristo ataca el mal en sus propias raíces. La reacción de los presentes fue variada, como siempre. Unos quedaron atónitos y dieron gloria a Dios y otros no: así empezaban las contradicciones. Es la primera vez, en el evangelio de Marcos, que los letrados se oponen a Jesús. Se escandalizan de que alguien diga que puede perdonar los pecados, si no es Dios. Y como no pueden aceptar la divinidad de Jesús, en cierto modo es lógica su oposición. Así sigue habiendo gente que, hasta el día de hoy, no deja de molestar a los hombres y mujeres de fe, cuestionando lo que no vale la pena cuestionar.
¿Qué podemos sacar de todo esto? El mensaje que propone Jesús se escenifica en la curación del paralítico, que es figura de la humanidad «pecadora» que acude a «la casa de Israel» buscando su salvación en Jesús porque se sabe amado por él. El paralítico y sus portadores, que seguramente eran cuatro, representan dos aspectos de esa humanidad: los cuatro portadores hacen alusión a los cuatro puntos cardinales, —indicador de universalidad— representan su anhelo de salvación; el paralítico, incapaz de valerse por sí mismo, su situación prácticamente de muerte. La comunidad judía le impide al enfermo el acceso a Jesús, no deja paso, la casa está llena hasta la puerta. Pero el anhelo de salvación de los paganos es tan grande que los portadores no se arredran, rompen el cerco judío y meten al enfermo por el techo. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de sentirnos nosotros también amados por Dios y no cansarnos de buscarle. De saber que en su amor él no sólo nos perdona y nos comunica su vida y su Espíritu, sino que nos quiere en camino para hacer que a todos llegue su amor salvador, como a nosotros ha llegado. Que Dios nos conceda vivir, no orgullosamente, sino con la sencillez de quien se reconoce pecador y no dueño, sino siervo puesto a favor del Evangelio de Cristo. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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