La primera de las dos parábolas de hoy nos habla de una semilla que después de ser sembrada, se desarrolla por sí misma, sin que el sembrador sepa cómo, sin que esté encima de ella. La otra parábola compara el Reino de Dios con una semillita de mostaza que, a pesar de su pequeñez, se convierte en un arbusto grande. A ambas parábolas las une una misma realidad: El Reino, la fuerza de Dios, que está más allá tanto de las habilidades del evangelizador como de la debilidad de los evangelizados. Es el mismo Dios quien se hace presente, superando la acción humana y la insignificancia de la semilla. El Reino, aunque se apoye en el ser humano, no recibe su fuerza de este mismo, sino de Dios.
Son, definitivamente, dos parábolas para acrecentar el optimismo en nosotros que nos sabemos amados y llamados por Dios. Para que el Reino de Dios se manifieste en nosotros lo que tenemos que hacer es dejarle crecer, no poner obstáculos a la gracia de Dios. Nuestra vida interior en un principio es como una pequeña semilla, posteriormente, dentro de nuestro corazón, crece tanto que llena todo el corazón. Es como el amor que da verdadera felicidad que va creciendo poco a poco y se hace más fuerte hasta que se mantiene en pie por sí solo gracias a los cuidados de quien ha sembrado la semilla. Por eso, dejémonos cuidar por el Señor como se dejó María y los santos. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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