domingo, 16 de enero de 2022

«En las bodas de Caná»... Un pequeño pensamiento para hoy


El evangelio de san Juan nos pone como primer milagro de Jesús el realizado en las Bodas de Caná (Jn 2,1-11). Un texto que mucha gente —aunque no vayan a misa los domingos— conoce, porque se lee en muchas de las celebraciones de matrimonio en la Iglesia. Jesús comienza su vida pública en el interior de una fiesta familiar, en el seno de un hogar, pues en aquellos tiempos no había salones de fiesta. Las bodas se celebraban en los patios comunitarios y más si era en un pequeño poblado, pues así todos estaban invitados a estas fiestas que duraban alrededor de siete días. A la luz de este acontecimiento lo primero que podemos ver para nuestra reflexión, es que precisamente en el seno de nuestros hogares es donde Cristo continuamente se sigue introduciendo, Él sigue siendo parte de nuestras familias, de nuestros festejos, de nuestros momentos alegres y también de nuestros momentos tristes. Le gusta meterse en los asuntos de familia.

El relato nos dice que a dicha boda asistió «la madre de Jesús» —Juan no menciona nunca el nombre de María— y que él, con sus discípulos también fue invitado. O sea que María también quiere estar siempre en las cosas de familia, y es más, es ella quien notó algo que en una boda de aquellos tiempos —como en la mayoría de las de hoy— era imprescindible... ¡faltaba el vino!... se estaba acabando. En la fiesta de bodas se entremezclaban los cantos, el baile, la comida y también el vino, que no era propiamente una bebida de placer como lo es ahora, sino un alimento, propio de aquellos tiempos. La gente en las casas bebía agua y vino para las comidas, como se sigue haciendo en algunos hogares de nuestros días. Las bodas eran, como es lógico, días de alegría y de júbilo. De pronto, a mitad de la fiesta, se acaba el vino. ¡Qué tragedia para aquellos jóvenes esposos! Esto sí que iba a ser un «trago amargo». María se dio cuenta de aquello, recurrió a Jesús y éste realizó así su primer milagro.

Así transcurre la presencia de Cristo y de María en la vida de las familias que les dejan entrar. Ninguno de los dos hace mucho ruido, pero están al tanto de todo. Donde está María allí está Jesús y donde está Jesús no puede faltar su madre que intercede por nosotros, como intercedió por aquellos novios, ante Jesús. María sabía que lo que Jesús quería de regalo para aquellos novios, era que fueran felices desde el inicio de su matrimonio y por eso con sencillez le hace ver a Jesús la carencia de aquello que en la fiesta de aquellos dos era esencial, aunque él en principio dijera que su hora no había llegado... pero llegó por la súplica de su madre. Por eso nosotros recurrimos a María, le pedimos que nos enseñe a querer en todo momento lo que Jesús quiere, a desear siempre lo que Jesús desea, y a hacer en todo, la voluntad de su Hijo Jesucristo, según la recomendación que dio: «Hagan lo que él les diga» y lo dejemos entrar con ella a nuestras vidas. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

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