lunes, 3 de enero de 2022

«Creer en Cristo»... Un pequeño pensamiento para hoy

Ayer tuve cuatro misas, todas ellas con el aforo reducido que se nos ha marcado del 50%. Unas con el lleno total y otras, sobre todo la de las 9 de la mañana, con muy poca gente. Atribuyo eso a que hace frío, aunque no es que esa misa se llene habitualmente. Para mucha gente el domingo es el día de levantarse tarde descansando un poco del ajetreo de la semana y si a eso le añadimos que para muchos los sábados son de desvelos por fiestas y demás, lógicamente el domingo entrarán en funciones más tarde. Pero bueno, empiezo escribiendo esto porque quiero hablar de Cristo, que ayer mismo, al celebrar la fiesta de la Epifanía, se manifestó a todas las naciones y a Cristo lo encontramos como comunidad de creyentes en la celebración de la Eucaristía. Que nos hayan bajado el aforo al 50% trae consecuencias para algunos que, pudiendo ir presencialmente, prefieren resguardarse y verla en Internet o en el televisor o simplemente pensar que en pandemia no obliga.

Cristo es el centro de nuestras vidas y hemos de creerle a Él. Eso nos lo recuerda el apóstol san Juan hoy en la primera de sus cartas (1 Jn 3,22-4-6). El apóstol y evangelista nos dice: «Éste es su mandamiento —el mandamiento de Dios—: que creamos en la persona de Jesucristo, su Hijo y nos amemos los unos a los otros, conforme al precepto que nos dio». Hoy, en particular, hay una tentación grave en algunos cristianos. Se trata de buscar un amor fraterno más auténtico y más universal, pero sin referencia necesaria a Dios, olvidando que la salvación del hombre depende de una sola palabra: el amor, pero un amor que hunde sus raíces en la vida misma de Dios y en que debemos hacer lo que Dios quiere. Debemos creer en la persona de Cristo y en lo que él nos enseña, en lo que él nos manda.

Creer en Jesucristo como pide san Juan, es creer que el Padre ama a todos los hombres a través de su propio Hijo y querer participar en esa mediación del amor. Creer en Jesucristo es admitir igualmente que Jesús es la mejor réplica humana al amor del Padre y querer imitarle en su renuncia total a sí mismo y en su filiación obediente a su Padre. Cada Misa que celebramos, sitúa al cristiano en relación simultánea con Dios y con todos los hombres; nos reúne para dar gracias a Dios y después volverse hacia los hombres: la simultaneidad de ambas misiones es su misterio por excelencia. Por eso debemos, como católicos, hacer un espacio para celebrar la Eucaristía preferentemente de manera presencial y, si no es posible, recurrir a los medios telemáticos. Sigamos viviendo la alegría de la Navidad creyéndole a Cristo, el Hijo de María que se ha hecho hombre y ha acampado entre nosotros. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

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