jueves, 30 de septiembre de 2021

«El anuncio de la Buena Nueva»... Un pequeño pensamiento para hoy


En la tarea de llevar la Buen Nueva, el campo de acción para Jesús, desde el inicio, es muy amplio, aunque va empezando por los más cercanos hasta enviar, antes de subir a la derecha del Padre, a sus discípulos, a predicar a todas las naciones. El campo misionero se extiende hasta los últimos rincones de la tierra y la tarea de llevar la Buena Nueva es de todo bautizado. Hoy, en el Evangelio (Lc 10,1-12) Jesús nos recuerda que como en aquellos tiempos, que «la cosecha es mucha y los trabajadores pocos». Me viene a la mente una reflexión que en su momento hacía el Papa —emérito ahora— Benedicto XVI cuando decía que pusiéramos atención a este pasaje y viéramos que Jesús no propone una campaña publicitaria, como se usa hoy en día para promover las cosas, sino que invita, en primer lugar, a recurrir al Padre, «al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos», destacando así la necesidad de orar para que haya más y más evangelizadores.

Así, de entrada y ante esa falta de trabajadores —que por lo visto no es sólo una deficiencia de nuestra época» Jesús llega a la única solución: la oración. Es para él evidente que la llamada a ser sus discípulos–misioneros es una gracia, un don de Dios. Más tarde dirá san Pablo: «Es por la gracia de Dios que soy lo que soy» (1 Cor 15,10). Habrá que analizar hoy si en nuestra oración diaria rogamos al Señor que envíe trabajadores y si en esa oración pedimos también que a nosotros nos fortalezca para que desde nuestra condición de discípulos–misioneros, seamos esos trabajadores eficaces y eficientes, recordando que un misionero anuncia el Reino de Dios, más que con palabras, ante todo, por su modo de vivir. 

«¡Pónganse en camino!» nos dice Jesús como les dijo a aquellos setenta y dos. La invitación tenemos que sentirla ahora para nosotros, para tantos cristianos, sucesores de aquellos discípulos, que intentamos colaborar en la evangelización de la sociedad, como misioneros, generación tras generación. Todo discípulo se debe sentir misionero. De forma distinta a los doce y sus sucesores, es verdad, pero con una entrega generosa a la misión que nos encomiende la comunidad. Los que nos sentimos llamados a colaborar con Dios en la salvación del mundo, haremos bien en revisar las consignas que nos da Jesús: rezar sabiendo que vamos «como corderos en medio de lobos» sin llevar demasiado equipaje, que nos estorbaría. Hay que tomar en cuenta que el encargo que nos hace el Señor es tan urgente, que no podemos perder el tiempo por el camino, en cosas superfluas. Lo importante es que vayamos anunciando: «está cerca de ustedes el Reino de Dios", y comunicando paz a las personas sin hundirnos si nos rechazan... ¡Hay mucho que hacer! Pidamos a María Santísima que nos acompañe en esta encomienda. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

miércoles, 29 de septiembre de 2021

«Los arcángeles»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy la Iglesia celebra la fiesta de los arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. El Evangelio de hoy nos remite al pasaje en el que Nuestro señor Jesucristo le dice a Natanael —Bartolomé—: «Yo les aseguro que verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre». En este pasaje Jesús manifiesta a sus Apóstoles y a todos, la presencia de sus ángeles y la relación que con Él tienen. Los arcángeles, de una manera especial, nos ayudan en la lucha contra las seducciones del diablo, nos llevan las buenas nuevas de la salvación y nos toman de la mano para no que no tomemos el camino equivocado en la vida, cooperando así al plan de salvación de Dios. Gabriel, Miguel y Rafael aparecen en la Biblia como presentes en las vicisitudes terrenas y llevando a los hombres —como nos dice san Gregorio el Grande— las comunicaciones, mediante su presencia y sus mismas acciones, que cambian decisivamente nuestras vidas. Se llaman, precisamente, «arcángeles», es decir, príncipes de los ángeles, porque son enviados para las más grandes misiones.

El arcángel Gabriel fue enviado para anunciar a María Santísima la concepción virginal del Hijo de Dios, que es el principio de nuestra redención (cf. Lc 1). EL arcángel Miguel lucha contra los ángeles rebeldes y los expulsa del cielo (cf. Ap 12) anunciándonos, así, el misterio de la justicia divina, que también se ejerció en sus ángeles cuando se rebelaron, y nos da la seguridad de su victoria y la nuestra sobre el mal. El arcángel Rafael acompaña a Tobías, lo defiende y lo aconseja y cura finalmente a su padre Tobit (cf. Tob). Por esta vía, nos anuncia la presencia de los ángeles junto a cada uno de nosotros: el ángel que llamamos de la Guarda y que celebraremos el próximo 2 de octubre. Vemos entonces que por eso el pasaje del Evangelio dice que los ángeles «suben y bajan», porque dan gloria a la Trinidad Santísima, y nos sirven también a nosotros. Y, en consecuencia, veamos qué devoción les convenimos y cuánta gratitud le debemos también al Padre que los envía para nuestro bien.

Les invito, para terminar nuestra reflexión, hacer conmigo una oración a los arcángeles en este día especial: «San Miguel Arcángel, tú eres el Príncipe de las milicias celestiales, el vencedor del dragón infernal, has recibido de Dios la fuerza y el poder para aniquilar por medio de la humildad el orgullo de los poderes de las tinieblas. Te imploramos, suscita en nosotros la auténtica humildad del corazón, la fidelidad inquebrantable, para cumplir siempre la voluntad de Dios, la fortaleza en el sufrimiento y las necesidades, ayúdanos a subsistir delante del tribunal de Dios. San Gabriel Arcángel, tú eres el ángel de la Encarnación, el mensajero fiel de Dios, abre nuestros oídos para captar los más pequeños signos y llamamientos del corazón amante de nuestro Señor; Permanece siempre delante de nuestros ojos, te imploramos, para que comprendamos correctamente la Palabra de Dios y la sigamos y obedezcamos y para cumplir aquello que Dios quiere de nosotros. Haznos vigilantes en la espera del Señor para que no nos encuentre dormidos cuando llegue. San Rafael Arcángel, tú eres el mensajero del amor de Dios. Te imploramos, hiere nuestro corazón con un amor ardiente por Dios y no dejes que ésta herida se cierre jamás para que permanezcamos sobre el camino del amor en la vida diaria y venzamos todos los obstáculos por la fuerza de este amor. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 28 de septiembre de 2021

NOVENA A NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO...


PRIMER DÍA: (28 DE SEPTIEMBRE).

Por la Señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos, líbranos Señor, Dios Nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.


Acto de contrición


¡Señor mío, Jesucristo!

Dios y Hombre verdadero,

Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita,

y porque os amo sobre todas las cosas,

me pesa de todo corazón de haberos ofendido;

también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno.

Ayudado de vuestra divina gracia

propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta.

Amén.


Oración inicial


¡Oh Madre y clementísima Virgen del Rosario! Tú que plantaste en la Iglesia, por medio de tu privilegiado hijo Domingo, el místico árbol del Santo Rosario, haz que abracemos todos tu santa devoción y gocemos su verdadero espíritu; de suerte que aquellas místicas rosas sean en nuestros labios y corazón, por los pecadores medicina y por los justos aumento de gracia.


Primer día


"Dios te salve". ¡Cuánto mi alma se alegra, amantísima Virgen, con los dulces recuerdos que en mí despierta esta salutación! Se llena de gozo mi corazón al decir el "Ave María", para acompañar el gozo que llenó tu espíritu al escuchar de boca del Ángel, alegrándome de la elección que de ti hizo el omnipotente para darnos el Señor. Amén.


Súplica a la Virgen


Madre, una gracia te pido, que me sanes en cuerpo y alma. Sé que debo despojarme de mi orgullo y de todos mis pecados, que lejos estaba de ti, que un negro velo cubría mi alma. Hoy te descubro y quiero vivir. Detén tu mano y pósala en mi corazón. Amén.


Se dicen las intenciones de la novena y se rezan tres padrenuestros, avemarías y glorias.


Consagración a la Virgen


¡Oh Madre, quiero consagrarme a ti!

Virgen María, hoy consagro mi vida a ti.

Siento necesidad constante de tu presencia en mi vida

para que me protejas, me guíes y me consueles.

Sé que en ti mi alma encontrará reposo

y la angustia en mí no entrará.

Mi derrota se convertirá en victoria,

mi fatiga en ti fortaleza es. Amén.


Oración final


¡Oh Santísima Virgen, Madre de Dios, dulce refugio y consuelo piadoso de todos los afligidos! Por aquella confianza y autoridad de Madre con que puedes presentar nuestros ruegos al que es árbitro soberano de nuestro bien, intercede una y otra en favor nuestro. Consíguenos el reformar con el Santo Rosario nuestras vidas, estudiando en tan dulce libro la fiel imitación de tu Hijo Jesús, hasta que podamos adorarlo y amarlo por todos los siglos de los siglos. Amén.


Se sugiere también rezar el Santo Rosario o al menos una decena, correspondiente al día.


En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.



SEGUNDO DÍA: (29 DE SEPTIEMBRE).

Por la Señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos, líbranos Señor, Dios Nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.


Acto de contrición


¡Señor mío, Jesucristo!

Dios y Hombre verdadero,

Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita,

y porque os amo sobre todas las cosas,

me pesa de todo corazón de haberos ofendido;

también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno.

Ayudado de vuestra divina gracia

propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta.

Amén.


Oración inicial


¡Oh Madre y clementísima Virgen del Rosario! Tú que plantaste en la Iglesia, por medio de tu privilegiado hijo Domingo, el místico árbol del Santo Rosario, haz que abracemos todos tu santa devoción y gocemos su verdadero espíritu; de suerte que aquellas místicas rosas sean en nuestros labios y corazón, por los pecadores medicina y por los justos aumento de gracia.


Segundo día


¡"María" nombre santo! Dígnate, amabilísima Madre, sellar con tu nombre el memorial de las súplicas nuestras, dándonos el consuelo de que lo atienda benignamente tu Hijo Jesús, para que alcancemos aburrimiento grande a todas las vanidades del mundo, firme afición a la virtud, y ansias continuas de nuestra eterna salvación. Amén.


Súplica a la Virgen


Madre, una gracia te pido, que me sanes en cuerpo y alma. Sé que debo despojarme de mi orgullo y de todos mis pecados, que lejos estaba de ti, que un negro velo cubría mi alma. Hoy te descubro y quiero vivir. Detén tu mano y pósala en mi corazón. Amén.


Se dicen las intenciones de la novena y se rezan tres padrenuestros, avemarías y glorias.


Consagración a la Virgen


¡Oh Madre, quiero consagrarme a ti!

Virgen María, hoy consagro mi vida a ti.

Siento necesidad constante de tu presencia en mi vida

para que me protejas, me guíes y me consueles.

Sé que en ti mi alma encontrará reposo

y la angustia en mí no entrará.

Mi derrota se convertirá en victoria,

mi fatiga en ti fortaleza es. Amén.


Oración final


¡Oh Santísima Virgen, Madre de Dios, dulce refugio y consuelo piadoso de todos los afligidos! Por aquella confianza y autoridad de Madre con que puedes presentar nuestros ruegos al que es árbitro soberano de nuestro bien, intercede una y otra en favor nuestro. Consíguenos el reformar con el Santo Rosario nuestras vidas, estudiando en tan dulce libro la fiel imitación de tu Hijo Jesús, hasta que podamos adorarlo y amarlo por todos los siglos de los siglos. Amén.


Se sugiere también rezar el Santo Rosario o al menos una decena, correspondiente al día.


En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.



TERCER DÍA: (SEPTIEMBRE 30).

Por la Señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos, líbranos Señor, Dios Nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.


Acto de contrición


¡Señor mío, Jesucristo!

Dios y Hombre verdadero,

Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita,

y porque os amo sobre todas las cosas,

me pesa de todo corazón de haberos ofendido;

también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno.

Ayudado de vuestra divina gracia

propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta.

Amén.


Oración inicial


¡Oh Madre y clementísima Virgen del Rosario! Tú que plantaste en la Iglesia, por medio de tu privilegiado hijo Domingo, el místico árbol del Santo Rosario, haz que abracemos todos tu santa devoción y gocemos su verdadero espíritu; de suerte que aquellas místicas rosas sean en nuestros labios y corazón, por los pecadores medicina y por los justos aumento de gracia.


Tercer día


"Llena eres de gracia". ¡Dulce Madre! Dios te salve, María, sagrario riquísimo en que descansó corporalmente la plenitud de la Divinidad: a tus pies se presenta desnuda mi pobre alma, pidiendo la gracia y amor de Dios, con el que fuiste enriquecida, haciéndote llena de virtud, llena de santidad, y llena de gracia. Amén.


Súplica a la Virgen


Madre, una gracia te pido, que me sanes en cuerpo y alma. Sé que debo despojarme de mi orgullo y de todos mis pecados, que lejos estaba de ti, que un negro velo cubría mi alma. Hoy te descubro y quiero vivir. Detén tu mano y pósala en mi corazón. Amén.


Se dicen las intenciones de la novena y se rezan tres padrenuestros, avemarías y glorias.


Consagración a la Virgen


¡Oh Madre, quiero consagrarme a ti!

Virgen María, hoy consagro mi vida a ti.

Siento necesidad constante de tu presencia en mi vida

para que me protejas, me guíes y me consueles.

Sé que en ti mi alma encontrará reposo

y la angustia en mí no entrará.

Mi derrota se convertirá en victoria,

mi fatiga en ti fortaleza es. Amén.


Oración final


¡Oh Santísima Virgen, Madre de Dios, dulce refugio y consuelo piadoso de todos los afligidos! Por aquella confianza y autoridad de Madre con que puedes presentar nuestros ruegos al que es árbitro soberano de nuestro bien, intercede una y otra en favor nuestro. Consíguenos el reformar con el Santo Rosario nuestras vidas, estudiando en tan dulce libro la fiel imitación de tu Hijo Jesús, hasta que podamos adorarlo y amarlo por todos los siglos de los siglos. Amén.


Se sugiere también rezar el Santo Rosario o al menos una decena, correspondiente al día.


En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.



CUARTO DÍA: (1 DE OCTUBRE).

Por la Señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos, líbranos Señor, Dios Nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.


Acto de contrición


¡Señor mío, Jesucristo!

Dios y Hombre verdadero,

Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita,

y porque os amo sobre todas las cosas,

me pesa de todo corazón de haberos ofendido;

también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno.

Ayudado de vuestra divina gracia

propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta.

Amén.


Oración inicial


¡Oh Madre y clementísima Virgen del Rosario! Tú que plantaste en la Iglesia, por medio de tu privilegiado hijo Domingo, el místico árbol del Santo Rosario, haz que abracemos todos tu santa devoción y gocemos su verdadero espíritu; de suerte que aquellas místicas rosas sean en nuestros labios y corazón, por los pecadores medicina y por los justos aumento de gracia.


Cuarto día


"El Señor es contigo". ¡Oh Santísima Virgen! Aquel inmenso Señor, que por su esencia se halla con todas las cosas, está en ti y contigo por modo muy superior. Madre mía venga por ti a nosotros. Pero ¿cómo ha de venir a un corazón de tan poca limpieza, aquel Señor, que para hacernos habitación suya, quiso con tal prodigio, que no se perdiese, siendo Madre tu virginidad? ¡Oh! muera en nosotros toda impureza para que habite en nuestra alma el Señor. Amén.


Súplica a la Virgen


Madre, una gracia te pido, que me sanes en cuerpo y alma. Sé que debo despojarme de mi orgullo y de todos mis pecados, que lejos estaba de ti, que un negro velo cubría mi alma. Hoy te descubro y quiero vivir. Detén tu mano y pósala en mi corazón. Amén.


Se dicen las intenciones de la novena y se rezan tres padrenuestros, avemarías y glorias.


Consagración a la Virgen


¡Oh Madre, quiero consagrarme a ti!

Virgen María, hoy consagro mi vida a ti.

Siento necesidad constante de tu presencia en mi vida

para que me protejas, me guíes y me consueles.

Sé que en ti mi alma encontrará reposo

y la angustia en mí no entrará

Mi derrota se convertirá en victoria,

mi fatiga en ti fortaleza es. Amén.


Oración final


¡Oh Santísima Virgen, Madre de Dios, dulce refugio y consuelo piadoso de todos los afligidos! Por aquella confianza y autoridad de Madre con que puedes presentar nuestros ruegos al que es árbitro soberano de nuestro bien, intercede una y otra en favor nuestro. Consíguenos el reformar con el Santo Rosario nuestras vidas, estudiando en tan dulce libro la fiel imitación de tu Hijo Jesús, hasta que podamos adorarlo y amarlo por todos los siglos de los siglos. Amén.


Se sugiere también rezar el Santo Rosario o al menos una decena, correspondiente al día.


En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.



QUINTO DÍA: (OCTUBRE 2).

Por la Señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos, líbranos Señor, Dios Nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.


Acto de contrición


¡Señor mío, Jesucristo!

Dios y Hombre verdadero,

Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita,

y porque os amo sobre todas las cosas,

me pesa de todo corazón de haberos ofendido;

también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno.

Ayudado de vuestra divina gracia

propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta.

Amén.


Oración inicial


¡Oh Madre y clementísima Virgen del Rosario! Tú que plantaste en la Iglesia, por medio de tu privilegiado hijo Domingo, el místico árbol del Santo Rosario, haz que abracemos todos tu santa devoción y gocemos su verdadero espíritu; de suerte que aquellas místicas rosas sean en nuestros labios y corazón, por los pecadores medicina y por los justos aumento de gracia.


Quinto día


"Bendita tú eres entre todas las mujeres". Tú eres la gloria de Jerusalén: tú la alegría de Israel: tú el honor del pueblo santo de Dios. Obtenga por tu intercesión nuestro espíritu la más viva fe, para considerar y adorar con tu santo Rosario las misericordias que en ti y por ti hizo el Hijo de Dios. Amén.


Súplica a la Virgen


Madre, una gracia te pido, que me sanes en cuerpo y alma. Sé que debo despojarme de mi orgullo y de todos mis pecados, que lejos estaba de ti, que un negro velo cubría mi alma. Hoy te descubro y quiero vivir. Detén tu mano y pósala en mi corazón. Amén.


Se dicen las intenciones de la novena y se rezan tres padrenuestros, avemarías y glorias.


Consagración a la Virgen


¡Oh Madre, quiero consagrarme a ti!

Virgen María, hoy consagro mi vida a ti.

Siento necesidad constante de tu presencia en mi vida

para que me protejas, me guíes y me consueles.

Sé que en ti mi alma encontrará reposo

y la angustia en mí no entrará.

Mi derrota se convertirá en victoria,

mi fatiga en ti fortaleza es. Amén.


Oración final


¡Oh Santísima Virgen, Madre de Dios, dulce refugio y consuelo piadoso de todos los afligidos! Por aquella confianza y autoridad de Madre con que puedes presentar nuestros ruegos al que es árbitro soberano de nuestro bien, intercede una y otra en favor nuestro. Consíguenos el reformar con el Santo Rosario nuestras vidas, estudiando en tan dulce libro la fiel imitación de tu Hijo Jesús, hasta que podamos adorarlo y amarlo por todos los siglos de los siglos. Amén.


Se sugiere también rezar el Santo Rosario o al menos una decena, correspondiente al día.


En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.



SEXTO DÍA: (OCTUBRE 3).

Por la Señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos, líbranos Señor, Dios Nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.


Acto de contrición


¡Señor mío, Jesucristo!

Dios y Hombre verdadero,

Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita,

y porque os amo sobre todas las cosas,

me pesa de todo corazón de haberos ofendido;

también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno.

Ayudado de vuestra divina gracia

propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta.

Amén.


Oración inicial


¡Oh Madre y clementísima Virgen del Rosario! Tú que plantaste en la Iglesia, por medio de tu privilegiado hijo Domingo, el místico árbol del Santo Rosario, haz que abracemos todos tu santa devoción y gocemos su verdadero espíritu; de suerte que aquellas místicas rosas sean en nuestros labios y corazón, por los pecadores medicina y por los justos aumento de gracia.


Sexto día


"Bendito es el fruto de tu vientre Jesús". Lloro, oh Madre mía, que haya yo hecho tantos pecados, sabiendo que ellos hicieron morir en cruz a tu Hijo. Sea el fruto de mi oración, que no termine nunca de llorarlos, hasta poder bendecir eternamente aquel purísimo fruto de tu vientre. Amén.


Súplica a la Virgen


Madre, una gracia te pido, que me sanes en cuerpo y alma. Sé que debo despojarme de mi orgullo y de todos mis pecados, que lejos estaba de ti, que un negro velo cubría mi alma. Hoy te descubro y quiero vivir. Detén tu mano y pósala en mi corazón. Amén.


Se dicen las intenciones de la novena y se rezan tres padrenuestros, avemarías y glorias.


Consagración a la Virgen


¡Oh Madre, quiero consagrarme a ti!

Virgen María, hoy consagro mi vida a ti.

Siento necesidad constante de tu presencia en mi vida

para que me protejas, me guíes y me consueles.

Sé que en ti mi alma encontrará reposo

y la angustia en mí no entrará.

Mi derrota se convertirá en victoria,

mi fatiga en ti fortaleza es. Amén.


Oración final


¡Oh Santísima Virgen, Madre de Dios, dulce refugio y consuelo piadoso de todos los afligidos! Por aquella confianza y autoridad de Madre con que puedes presentar nuestros ruegos al que es árbitro soberano de nuestro bien, intercede una y otra en favor nuestro. Consíguenos el reformar con el Santo Rosario nuestras vidas, estudiando en tan dulce libro la fiel imitación de tu Hijo Jesús, hasta que podamos adorarlo y amarlo por todos los siglos de los siglos. Amén.


Se sugiere también rezar el Santo Rosario o al menos una decena, correspondiente al día.


En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.



SÉPTIMO DÍA: (0CTUBRE 4).

Por la Señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos, líbranos Señor, Dios Nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.


Acto de contrición


¡Señor mío, Jesucristo!

Dios y Hombre verdadero,

Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita,

y porque os amo sobre todas las cosas,

me pesa de todo corazón de haberos ofendido;

también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno.

Ayudado de vuestra divina gracia

propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta.

Amén.


Oración inicial


¡Oh Madre y clementísima Virgen del Rosario! Tú que plantaste en la Iglesia, por medio de tu privilegiado hijo Domingo, el místico árbol del Santo Rosario, haz que abracemos todos tu santa devoción y gocemos su verdadero espíritu; de suerte que aquellas místicas rosas sean en nuestros labios y corazón, por los pecadores medicina y por los justos aumento de gracia.


Séptimo día


"Santa María, Madre de Dios". No permitas se pierda mi alma comprada con el inestimable precio de la sangre de Jesús. Dame un corazón digno de ti, para que amando el recogimiento, sean mis delicias obsequiártelo con el santo Rosario, adorando con él a tu Hijo, por lo mucho que hizo para nuestra redención, y por lo que te ensalzó, haciéndote Madre suya. Amén.


Súplica a la Virgen


Madre, una gracia te pido, que me sanes en cuerpo y alma. Sé que debo despojarme de mi orgullo y de todos mis pecados, que lejos estaba de ti, que un negro velo cubría mi alma. Hoy te descubro y quiero vivir. Detén tu mano y pósala en mi corazón. Amén.


Se dicen las intenciones de la novena y se rezan tres padrenuestros, avemarías y glorias.


Consagración a la Virgen


¡Oh Madre, quiero consagrarme a ti!

Virgen María, hoy consagro mi vida a ti.

Siento necesidad constante de tu presencia en mi vida

para que me protejas, me guíes y me consueles.

Sé que en ti mi alma encontrará reposo

y la angustia en mí no entrará.

Mi derrota se convertirá en victoria,

mi fatiga en ti fortaleza es. Amén.


Oración final


¡Oh Santísima Virgen, Madre de Dios, dulce refugio y consuelo piadoso de todos los afligidos! Por aquella confianza y autoridad de Madre con que puedes presentar nuestros ruegos al que es árbitro soberano de nuestro bien, intercede una y otra en favor nuestro. Consíguenos el reformar con el Santo Rosario nuestras vidas, estudiando en tan dulce libro la fiel imitación de tu Hijo Jesús, hasta que podamos adorarlo y amarlo por todos los siglos de los siglos. Amén.


Se sugiere también rezar el Santo Rosario o al menos una decena, correspondiente al día.


En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.



OCTAVO DÍA: (OCTUBRE 5).

Por la Señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos, líbranos Señor, Dios Nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.


Acto de contrición


¡Señor mío, Jesucristo!

Dios y Hombre verdadero,

Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita,

y porque os amo sobre todas las cosas,

me pesa de todo corazón de haberos ofendido;

también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno.

Ayudado de vuestra divina gracia

propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta.

Amén.


Oración inicial


¡Oh Madre y clementísima Virgen del Rosario! Tú que plantaste en la Iglesia, por medio de tu privilegiado hijo Domingo, el místico árbol del Santo Rosario, haz que abracemos todos tu santa devoción y gocemos su verdadero espíritu; de suerte que aquellas místicas rosas sean en nuestros labios y corazón, por los pecadores medicina y por los justos aumento de gracia.


Octavo día


"Ruega por nosotros pecadores". ¡Madre de piedad! A ti solo dijo aquel Rey soberano de la gloria: Tú eres mi Madre. Alcánzame humildad y plena confianza, dispuesto de este modo, con el auxilio de Dios, a recibir los favores de la Divina misericordia, por los méritos de tu Hijo y Redentor nuestro. Amén.


Súplica a la Virgen


Madre, una gracia te pido, que me sanes en cuerpo y alma. Sé que debo despojarme de mi orgullo y de todos mis pecados, que lejos estaba de ti, que un negro velo cubría mi alma. Hoy te descubro y quiero vivir. Detén tu mano y pósala en mi corazón. Amén.


Se dicen las intenciones de la novena y se rezan tres padrenuestros, avemarías y glorias.


Consagración a la Virgen


¡Oh Madre, quiero consagrarme a ti!

Virgen María, hoy consagro mi vida a ti.

Siento necesidad constante de tu presencia en mi vida

para que me protejas, me guíes y me consueles.

Sé que en ti mi alma encontrará reposo

y la angustia en mí no entrará.

Mi derrota se convertirá en victoria,

mi fatiga en ti fortaleza es. Amén.


Oración final


¡Oh Santísima Virgen, Madre de Dios, dulce refugio y consuelo piadoso de todos los afligidos! Por aquella confianza y autoridad de Madre con que puedes presentar nuestros ruegos al que es árbitro soberano de nuestro bien, intercede una y otra en favor nuestro. Consíguenos el reformar con el Santo Rosario nuestras vidas, estudiando en tan dulce libro la fiel imitación de tu Hijo Jesús, hasta que podamos adorarlo y amarlo por todos los siglos de los siglos. Amén.


Se sugiere también rezar el Santo Rosario o al menos una decena, correspondiente al día.


En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.



NOVENO DÍA: (OCTUBRE 6).

Por la Señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos, líbranos Señor, Dios Nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.


Acto de contrición


¡Señor mío, Jesucristo!

Dios y Hombre verdadero,

Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita,

y porque os amo sobre todas las cosas,

me pesa de todo corazón de haberos ofendido;

también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno.

Ayudado de vuestra divina gracia

propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta.

Amén.


Oración inicial


¡Oh Madre y clementísima Virgen del Rosario! Tú que plantaste en la Iglesia, por medio de tu privilegiado hijo Domingo, el místico árbol del Santo Rosario, haz que abracemos todos tu santa devoción y gocemos su verdadero espíritu; de suerte que aquellas místicas rosas sean en nuestros labios y corazón, por los pecadores medicina y por los justos aumento de gracia.


Noveno día


"Ahora, y en la hora de nuestra muerte", estamos siempre expuestos a perder la gracia de Dios. Haz que no se aparte de mi memoria al último momento de la vida, que habrá de ser decisivo de mi eterna suerte. ¡Oh Madre de piedad! concédeme el consuelo de morir bajo tu protección y en el amor de mi Jesús. Amén.


Súplica a la Virgen


Madre, una gracia te pido, que me sanes en cuerpo y alma. Sé que debo despojarme de mi orgullo y de todos mis pecados, que lejos estaba de ti, que un negro velo cubría mi alma. Hoy te descubro y quiero vivir. Detén tu mano y pósala en mi corazón. Amén.


Se dicen las intenciones de la novena y se rezan tres padrenuestros, avemarías y glorias.


Consagración a la Virgen


¡Oh Madre, quiero consagrarme a ti!

Virgen María, hoy consagro mi vida a ti.

Siento necesidad constante de tu presencia en mi vida

para que me protejas, me guíes y me consueles.

Sé que en ti mi alma encontrará reposo

y la angustia en mí no entrará.

Mi derrota se convertirá en victoria,

mi fatiga en ti fortaleza es. Amén.


Oración final


¡Oh Santísima Virgen, Madre de Dios, dulce refugio y consuelo piadoso de todos los afligidos! Por aquella confianza y autoridad de Madre con que puedes presentar nuestros ruegos al que es árbitro soberano de nuestro bien, intercede una y otra en favor nuestro. Consíguenos el reformar con el Santo Rosario nuestras vidas, estudiando en tan dulce libro la fiel imitación de tu Hijo Jesús, hasta que podamos adorarlo y amarlo por todos los siglos de los siglos. Amén.


Se sugiere también rezar el Santo Rosario o al menos una decena, correspondiente al día.


En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

«La firme determinación de ir a Jerusalén»... Un pequeño pensamiento para hoy


Con el episodio evangélico de hoy (Lc 9,51-56) empieza toda una larga sección, propia de San Lucas, a la que llaman los estudiosos de la Biblia «el viaje a Jerusalén». En Lc 9,51 se nos dice que «Jesús tomó la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén», y este largo viaje durará diez capítulos del evangelio, hasta Lc 18,14. Ha llegado para Jesús la hora «de salir de este mundo». Ha terminado su predicación en Galilea, y todo va a ser desde ahora «subida» a Jerusalén, o sea, hacia los grandes acontecimientos de su pasión, muerte y resurrección. De paso no perderá el tiempo, sino que va a ir adoctrinando a sus discípulos sobre cómo tiene que ser su seguimiento.

Para ir de Galilea a Jerusalén, la ruta más directa es la que pasa por Samaría y este relato refleja la ancestral hostilidad existente entre galileos y samaritanos. Los peregrinos que iban a Jerusalén para las grandes fiestas de Israel, evitaban el paso por Samaría, utilizaban el camino de la costa o el valle del río Jordán. Para Jesús, que tiende la mano a todos, ésta es una buena oportunidad para anunciar a los samaritanos su Evangelio. Por eso envía mensajeros para que preparen su paso por esta tierra, pero ellos no lo consiguen, porque los samaritanos los rechazan, debido al destino del viaje, la rival Jerusalén. Obviamente, los samaritanos desconocían la razón real del viaje de Jesús a Jerusalén, la cruz.

El Evangelista nos cuenta que Santiago y Juan se llenaron de rabia por este rechazo y querían desquitarse, y preguntaron a Jesús si los exterminaban haciendo bajar fuego sobre ellos. Jesús los reprendió, y después se fueron a otro pueblo. Jesús sabe que las rivalidades históricas de su pueblo no se remedian generando más odio y muerte. Con esta escena del Evangelio, nos queda claro que Jesús no vino a destruir sino a redimir. La actitud de Jesús con sus discípulos es un llamado para que todo discípulo–misionero suyo deponga el odio, el resentimiento y la venganza, y sea un constructor de espacios de dialogo y concertación que permitan construir la paz entre todos. Esa tarea nos toca realizarla a nosotros desde nuestros pequeños círculos familiares hasta el gran marco de la sociedad. Pidamos a María Santísima que nos ayude y nos aliente para ser constructores de paz. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 27 de septiembre de 2021

San José en el Evangelio...


Recordando que estamos en el Año de san José, quiero traer ahora a colación los pasajes del Evangelio en donde se habla de él. 

Sobre san José solo nos hablan dos Evangelistas: Mateo y Lucas. De ellos podemos saber pocas cosas del santo Patriarca, en concreto:

San Mateo:

Desposado con María (1,18).
Un «hombre justo» (1,19).
Tuvo cuatro sueños (1,20; 2,13.19.22).
Testigo de la adoración de Magos (2,1-12).
Fue a Egipto como extranjero y regresó para establecerse en Nazaret (2,13-18).
Fue un humilde carpintero (13,55)

San Lucas:

Estaba desposado con María (1,27).
Dispuesto a hacer la voluntad de Dios manifestada en su ley (2, 22.27.39).
Vio nacer al Mesías en un pesebre (2, 7).
Presenció la adoración de los pastores (2,8-20).
Con María lo buscaron angustiados y lo encontraron en el templo (2, 41-50).

La figura de san José puede captarse fácilmente a partir de ambas perspectivas (la de san Mateo y san Lucas) leídas de manera conjunta, pues enriquecen nuestro entendimiento sobre el padre nutricio de Jesús.

No dejemos de encomendarnos a San José no solamente en el año dedicado a él, sino siempre.

Padre Alfredo.

«En discusión»... Un pequeño pensamiento para hoy


Los discípulos, mientras permanecieron con el Maestro, nunca abandonaron sus pretensiones de poder. Constantemente se enfrascaron en discusiones acerca de quién debería ocupar el primer lugar, quién ocuparía un trono junto al rey o quién sería el más importante en el futuro. El Evangelio de hoy nos sitúa en una discusión entre los discípulos de Cristo en la que debatían sobre quién era el más grande de ellos. Jesús se da cuenta de la situación y toma a un niño para ponerlo en medio de ellos y enseñarles que el más pequeño entre ellos será el más grande. Jesús quiere que los suyos comprendan que lo grande no es reinar, sino servir. Para Jesús el servir es cosa grande e importantísima en el dinamismo del Reino, porque servir a los hombres, es servir a Dios... y es imitar a Jesús. El destino personal de Jesús ha estado en contradicción total con lo que los hombres sueñan habitualmente. ¡De ahí su grandeza! 

La sencilla enseñanza de Jesús, pone de manifiesto que las aspiraciones de un discípulo no deben imitar las aspiraciones de los discípulos de los fariseos. Éstos sólo buscaban el reconocimiento y la popularidad manipulando a la gente para ganar posición social. El discípulo–misionero de Jesús no debe ser así, sino que, siguiendo el ejemplo del niño, se pondrá en el último lugar para servir y animar a los hermanos. Sólo la actitud de servicio le dará una nueva dimensión al ser humano. De igual modo, como vemos en la parte final de la reflexión, los discípulos creían poseer la autoridad de Jesús en exclusiva, pero Jesús los contradice. Siempre que se luche contra el mal, se haga el bien y se siga los caminos de Jesús, cualquier persona tiene el poder y la autoridad que Dios le otorga a todos los seres humanos de buena voluntad. El don de Dios no es para privilegiados, sino que está disponible para la humanidad en la medida que sea bien empleado.

El hecho de sentirnos hijos pequeños de Dios y de no creernos dueños del monopolio de enseñar y hacer obras en nombre de Jesús, nos facilita tener el corazón abierto hacia todos y crecer en la paz, la alegría y el agradecimiento en una actitud de servicio siempre en sencillez. Estas enseñanzas le han valido, por ejemplo, a santa Teresita de Lisieux, a quien celebraremos en unos días, el título de «Doctora de la Iglesia». En su libro «Historia de una alma», ella admira el bello jardín de flores que es la Iglesia, y está contenta de saberse una pequeña flor. Al lado de los grandes santos —rosas y azucenas— están las pequeñas flores —como las margaritas o las violetas— destinadas a dar placer a los ojos de Dios, cuando Él dirige su mirada a la tierra. Este, y otros ejemplos de la vida de los santos, nos hacen ver que es preciso liberarse de la tiranía de las ansias de poder, para vivir en la verdad de nuestro ser. Sólo así se puede disfrutar la alegría y sencillez de los niños para acoger gozosamente la voluntad de Dios, y así ser «importantes» en el Reino de los Cielos dejando que los demás sean también anuncio y presencia del Reino. Que María Santísima con su sencillez de vid venga en nuestro auxilio. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 26 de septiembre de 2021

«Tres puntos importantes que Cristo comparte»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio de hoy (Mc 9,38-43.45.47-48) contiene tres temas bastante poco unidos entre sí. Da la impresión de una libre conversación de Jesús con los suyos Comparto mi reflexión tres partes cuya reflexión presento en cada uno de los tres párrafos acostumbrados. La primera parte está centrada en una situación en la que uno, que no es del grupo de los doce, expulsaba demonios en nombre de Jesús. Eso hace que los discípulos se enojen y por medio de Juan se lo hagan ver a Jesús. Él los reprende porque vislumbra un cierto egoísmo en el grupo y esto no es sano. Habrá cada vez más y más gente que actuará en nombre de Jesús, la Iglesia no podía haberse quedado reducida al grupito de los más íntimos de Jesús.  El Señor les hace ver que todo aquel que no se presente expresamente como enemigo debe ser tenido por simpatizante, porque para demostrar simpatía no son necesarias solemnes adhesiones doctrinales, bastan los pequeños gestos de la vida ordinaria. Hoy somos muchos los que actuamos en nombre de Jesús. 

La segunda parte es corta, habla de la recompensa que el Señor dará a quien asista o cobije al prójimo. Jesús nos asegura que no quedará sin recompensa nada de lo que hagamos en bien de los demás, ni que sea sencillamente darles un vaso de agua; resuena ya lo que dirá al final: "me disteis de beber" (cf. Mt 25,35-46). En medio de la pandemia que vivimos en toda la humanidad hay mucho que hacer al respecto. Toda ayuda y todo servicio prestado por amor a Cristo, bien que sea al más humilde y pequeño de los hermanos, va a tener galardón cual si lo prestáramos a Cristo mismo.

La tercera parte tiene una palabras duras en contra del que escandaliza a los niños, o sea, a los débiles, a los pequeños, a los descartados; ¡cuántos modos hay de escandalizar hoy, con nuestro mal ejemplo en la vida familiar o social, o por los medios de comunicación -ahora por Internet-!; Esta es una de las veces que Jesús se pone más serio: "más le valdría que le encajasen una rueda de molino en el cuello y le echasen al mar". También en esta tercera parte es sorprendente la radicalidad que pide en su seguimiento: "cortarnos la mano, o el pie, o el ojo" si nos estorban en nuestro camino al Reino. Con esto nos quiere enseñar que se ha de renunciar a algo para conseguir lo principal. Acojamos la Palabra de Dios y reflexionemos en estas tres cosas en un ratito de silencio. Pidamos a la Santísima Virgen que nos ayude. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 25 de septiembre de 2021

«La cruz»... Un pequeño pensamiento para hoy


En el Evangelio de hoy (Lc 9,43-45) Jesús hace nuevamente el anuncio sobre su muerte, pero esta vez hay una diferencia, no añade su resurrección porque quiere recalcar el sentido de la cruz. Aquí se vuelve a llamar «Hijo del Hombre», apuntando a su mesianismo final, como Señor y Juez del universo. Los discípulos, como en ocasiones anteriores, «no entendían este lenguaje: les resultaba tan oscuro que no captaban el sentido». Y, además, «les daba miedo preguntarle sobre el asunto». En otras ocasiones, los evangelistas nos describen los motivos de esta dificultad: los seguidores de Jesús tenían en su cabeza un mesianismo político, con ventajas materiales para ellos mismos, y discutían sobre quién iba a ocupar los puestos de honor a la derecha y la izquierda de Jesús. La cruz no entraba en sus planes y por eso se quedan como en babia.

Hoy, al igual que a los apóstoles en aquellas ocasiones, a muchos les cuesta ver al Jesús entregado a la muerte para salvar a la humanidad. Muchos quisieran sólo el consuelo y el premio, no el sacrificio y la renuncia. Muchos preferirían que no hubiera dicho aquello de que «el que me quiera seguir, tome su cruz cada día». Pero ser seguidores de Jesús —lo sabemos muy bien— pide radicalidad, no creer en un Jesús que se hace a la propia medida según la conveniencia. Ser colaboradores suyos en la salvación de este mundo también exige su mismo camino, que pasa a través de la cruz y la entrega. Como tuvieron ocasión de experimentar aquellos mismos apóstoles que ahora no le entienden, pero que luego, después de la Pascua y de Pentecostés, estarán dispuestos a sufrir lo que sea, hasta la muerte, para dar testimonio de Jesús.

Hay que ver que con este segundo anuncio de la pasión, Jesús revela a sus amigos lo que iba a suceder, para prevenirlos contra el desaliento y la duda. Jesús veía, en estos momentos, que la «última hora», la de la verdad y cruz, estaba muy cercana. Pero no lo tomaba como un destino fatal, sino como lo normal en la historia de los profetas. Desde la certeza irrenunciable en la fidelidad a Dios-Padre, el Señor les expresaba también su profunda confianza en que lo rescataría de la muerte, aunque en este texto, como dije al inicio, no habla Cristo de su resurrección. Todo discípulo–misionero de Cristo ha de entender que el camino de Jesús hacia la cruz, y la entrega en el mismo momento de cruz, es el camino de la Iglesia. «Estoy crucificado con Cristo» dirá San Pablo (Gal 20,20). Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber ser fieles al amor a Dios y al amor a nuestro prójimo, aceptando todas las consecuencias que nos traiga el amar como nosotros hemos sido amados por Cristo desde la cruz. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 24 de septiembre de 2021

«¿quién es Jesús para nosotros?»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio de hoy (Lc 9,18-22) abre la escena que nos presenta con Jesús y sus discípulos en oración. Nuevamente nos encontramos a Cristo con sus más íntimos seguidores en un clima de cercanía con él, en ración con el Padre y bajo la acción del Espíritu Santo. El pasaje acontece inmediatamente después de la curiosidad de Herodes por saber quién es Jesús. Y es ahora Jesús quien pregunta a los suyos: «¿Quién dice la gente que soy yo?». La respuesta es la misma de ayer: Juan, Elías o algún otro de los profetas que ha resucitado. Pero en seguida Jesús les interpela directamente: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?". La respuesta viene de labios de Pedro, el más decidido del grupo: «El Mesías de Dios».

Reflexionando en el pasaje vemos que la pregunta se nos repite periódicamente a nosotros, y no es superflua: ¿quién es Jesús para nosotros? Claro que como discípulos–misioneros suyos sabemos quién es Jesús. No sólo creemos en él como el Hijo de Dios y Salvador de la humanidad, sino que le queremos seguir con fidelidad en la vida de cada día. Pero ciertamente tenemos que refrescar con frecuencia esta convicción, pensando si de veras nuestra vida está orientada hacia él, si le aceptamos, no sólo en lo que tiene de maestro y médico milagroso, sino también como el Mesías que va a la cruz, que es lo que él añade a la confesión de Pedro. Esto último es lo que más les costaba a los apóstoles comprender y aceptar en su seguimiento de Jesús, porque el mesianismo que ellos tenían en la cabeza era más bien triunfalista y sociopolítico. Pero, ¿quién es Jesús para ti ahora, en esta etapa concreta de la vida que estás viviendo en medio de este tiempo inesperado de una pandemia que se prolonga más y más?

Jesús es el Mesías, como reconoce San Pedro, pero sabemos que este mesianismo no se muestra plenamente más que en la cruz y en la resurrección. Es la piedra de toque. Un discípulo–misionero del señor no se entenderá sin la vivencia de la cruz y de la resurrección. Acompañar a Jesús en el triunfo a todos nos agrada, pero seguirlo hasta la muerte requiere coraje, y resulta más fácil salir con evasivas que ligarse a un compromiso que pone en riesgo la propia vida. Seguir al Mesías, y un Mesías crucificado, es lo que nos autentifica como cristianos, como sus discípulos–misioneros; lo que nos da fuerza para aceptar el dolor; lo que nos capacita para dar una palabra de esperanza ante el sin sentido de la injusticia; lo que nos llena de alegría y paz el sabernos amados por Dios. El que confiesa a Jesús como el salvador de su vida y de la historia, ese es un discípulo–misionero del Mesías. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir nuestra fe en Cristo como un esfuerzo constante que nos lleve a hacer de nuestro mundo un signo verdadero del Reino del amor, de la justicia y de la paz que Dios nos ha ofrecido en Cristo Jesús, Señor nuestro. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 23 de septiembre de 2021

«Curiosidad»... Un pequeño pensamiento para hoy


En el tiempo de Cristo y en su entorno judío, se hablaba de él por los prodigios que hacía, se contaban seguramente muchas cosas sobre él, se ponían en sus labios palabras que sin duda eran inverosímiles, se le atribuían hechos que eran impresionantes y seguramente, como suele suceder, se exageraban algunas cosas y se inventaban otras. El Evangelio de hoy (Lc 9,7-9) que tiene solamente dos versículos, nos habla de ello y nos dice que a Herodes le picaba la curiosidad respecto al tema. Escuchaba que decían que aquel hombre era Juan que había resucitado pero no se convencía con eso. Decía: «A Juan yo lo mandé decapitar. ¿Quién será, pues, éste del que oigo semejantes cosas?

La actitud de Herodes era, obviamente, superficial. Quería tener a Jesús con él para mostrarlo como un espectáculo fuera de lo común, porque Herodes, como muchos del mundo, gustan de lo sensacionalista, de lo que haga ruido por ser raro, de lo que sea curioso. En el mundo de hoy, por parte de algunos, también existe ese tipo de curiosidad por Jesús. Si lo vieran por la calle, algunos le pedirían un autógrafo, como a un artista, pero no se interesarían por su mensaje. Otros quizá buscan en él lo maravilloso y milagrero, cosa que no gustaba nada a Jesús. Para otros, Jesús ni existe. Otros le consideran un «superstar», o un gran hombre, o un admirable maestro en medio de la corriente del New Age. Otros se oponen radicalmente a su mensaje, como pasó entonces y ha seguido sucediendo durante dos mil años. Abunda la literatura sobre Jesús, que siempre ha sido una figura apasionante. Una literatura que en muchos casos es morbosa y comercial y que a algunos, les da la misma curiosidad herodiana.

Nosotros no lo seguimos por esa clase de curiosidad, sino por la fe, que de alguna manera es una curiosidad buena, un anhelo de conocerle para amarle y hacerle amar. Sólo quien se acerca a Jesús con fe y sencillez de corazón logra entender poco a poco su identidad como enviado de Dios y capta su misión salvadora. Nosotros somos de éstos. Pero ¿ayudamos también a otros a enterarse de toda la riqueza de Jesús? Son muchas las personas, jóvenes y mayores, que también en nuestra generación «desean ver a Jesús», aunque a veces, en su curiosidad, no se den cuenta a quién están buscando en verdad. Nosotros deberíamos dar testimonio, con nuestra vida y nuestra palabra oportuna, de que Jesús es la respuesta plena de Dios a todas nuestras búsquedas. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de ser fieles a la fe que hemos depositado en Jesús, su Hijo y Señor nuestro. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

miércoles, 22 de septiembre de 2021

«Apostólicos y contemplativos»... Un pequeño pensamiento para hoy


Toda la vida del discípulo–misionero de Cristo ha de ser una vida evangelizadora y, a la luz del Evangelio de hoy, podemos encontrar en concreto que debemos ser en todo momento, apostólicos y contemplativos, como decía la beata María Inés Teresa. El Evangelio de este día (Lc 9,1-6) toca el punto, pues nos habla de la invitación que Jesús hace a estar con él —reunió a los Doce— y a ser enviados —les dio poder y autoridad—, es decir, a contemplarle y a misionar. Pero, ¿qué se necesita para vivir en plenitud estos dos aspectos de la tarea que se nos encomienda, como a los Doce? Por lo visto y de acuerdo a esta enseñanza de Cristo, nada material, simple y sencillamente la disposición para estar con él, para ser de los suyos y ser enviados actuando en su nombre. Así, Lo que hoy nos muestra san Lucas es como un ensayo de «nueva evangelización» a cargo de los seguidores de Cristo: Anunciar la Buena Noticia de Cristo. Vivir para el Señor y con el Señor

Para realizar el encargo que tenemos como discípulos–misioneros, Jesús encomienda a los Doce y en ellos a todos nosotros, un estilo de actuación que se vive en austeridad, sin demasiadas provisiones para el camino. Él avisa, a quien quiera estar con él y ser enviado en su nombre, que, además, en algunos lugares el mensaje se acogerá bien y en otros, no. Se puede decir que durante más de dos mil años se está cumpliendo la última afirmación del Evangelio de hoy: «Ellos se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando la Buena Noticia y curando en todas partes». ¡Cuánto bien corporal y social ha hecho la comunidad cristiana formada por los discípulos–misioneros de Cristo, además del bien espiritual, sacramental y evangelizador!

Hoy, Jesús continúa enviando a la comunidad cristiana para que viva junto a él y anuncie el Reino. La comunidad debe tomar esta invitación a estar con él y a anunciar la Buena Nueva con hechos concretos, como algo de lo cual depende su vida, pero debe, a la vez, recurrir a los medios adecuados. La evangelización no se puede realizar con perfiles de campaña publicitaria, como hace el mundo con muchos de sus productos. Quienes hablan del Dios providente, del padre bueno y cariñoso que nos ama, no deberán ir cargados de provisiones. El auténtico evangelizador lleva el mensaje del Señor «incorporado», con sencillez, en su vida. Por eso los discípulos–misioneros de hoy: laicos, sacerdotes, religiosos, lo que debemos tener siempre delante de los ojos, como lo fundamental, es que estamos trabajando por el Reino de Dios, no por nuestro propio Reino, y que este Reino se construye con el testimonio de la austeridad y de la sencillez de vida. Que María Santísima, que supo contemplar al Señor y actuar siempre en su nombre, nos ayude a vivir así. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 21 de septiembre de 2021

«Lo miró con misericordia y lo eligió»... Un pequeño pensamiento para hoy


San Mateo es uno de los apóstoles llamados por Jesús cuya vocación constituye una de las llamadas más interesantes del Evangelio. Hoy celebramos su fiesta que nos ofrece un ejemplo muy hermoso de lo que supone seguir a Jesucristo y de lo que significa, en definitiva, toda vocación cristiana. El relato evangélico (Mt 9,9-13), escrito por el propio protagonista, narra su vocación, episodio al que siguió una comida en la que tuvo lugar una importante y significativa intervención de Jesús que solamente recogió el evangelista San Lucas y que el propio Mateo no menciona (cf. Lc 5,27-39). Mateo se identifica con su propio nombre, mientras que los restantes evangelistas, al referir el mismo episodio, lo llaman Leví, un segundo nombre probablemente menos conocido, como para disimular la condición de publicano del nuevo apóstol. Sin embargo él no tuvo inconveniente en reconocer que fue llamado por Jesús a pesar del oficio que ejercía y que lo hacía odioso y despreciado por la gente como colaborador de los romanos que ocupaban el país. 

San Mateo no solo no ocultó su pasado sino que, al reconocerse especialmente llamado, nos ayuda a comprender que la vocación cristiana y particularmente la del apóstol, es, ante todo, un acto de misericordia y de amor por parte de Cristo. El Papa Francisco lleva en su escudo una expresión de San Beda el venerable que hace referencia a esta llamada de San Mateo: «Miserando atque eligendo». Que algunos traducen como «Lo miró con misericordia y lo eligió». Y es que el Papa cuenta que fue en la fiesta de San Mateo en que él descubrió el llamado al sacerdocio. Cuenta el Santo Padre: «Aquel 21 de septiembre de 1953 era el día del estudiante en Argentina, que coincide con el día de la primavera, que se celebra con una gran fiesta. Antes de ir a la fiesta pasé por la parroquia a la que asistía, y encontré a un sacerdote al que no conocía y sentí la necesidad de confesarme, y esta fue para mí una experiencia de encuentro, he encontrado alguien que me esperaba. No sé qué pasó, no me acuerdo, no sé por qué ese sacerdote estaba allí o por qué he sentido esta necesidad de confesarme, pero la verdad es que alguien me esperaba, me estaba esperando desde hacía tiempo y después de la confesión sentí que algo había cambiado. Yo no era él mismo, había sentido una voz, una llamada. Me convencí que debía convertirme en sacerdote, y esta experiencia en la fe es importante».

Cada vocación es un regalo de la misericordia de Dios que nos elige, como eligió a Mateo y a tantos otros. La vocación de San Mateo nos invita a pensar en nosotros mismos, llamados igualmente a trabajar en el campo del Reino de Dios aquí y ahora. Este es un buen día para tomar conciencia, una vez más, de que somos convocados para realizar una misión que en cierto modo nos desborda pero que viene encomendada por Dios. La llamada es un don ciertamente inmerecido, pero también una gracia comprometedora al descubrir que el Señor nos ha llamado como hizo con el apóstol San Mateo, para que trabajemos en su heredad, colaboremos en su obra y sigamos construyendo su Iglesia aquí y ahora. No nos faltará su ayuda ni el aliento del Espíritu, como tampoco la intercesión de la Santísima Virgen María, a la que invocamos constantemente como la primera que fue llamada. A ella confiamos también el fruto espiritual de nuestro ser y quehacer conforme a la vocación específica que vivimos. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 20 de septiembre de 2021

«Luz que brilla»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio de este lunes (Lc 8,16-18) se abre con una cuestión de lógica. Pensemos por ejemplo que cuando se va la luz y lo que tenemos a mano es una vela, vamos a buscar prenderla y ponerla en el lugar en que alumbre más el espacio, no en donde de poca luz. Esto es algo muy lógico que podemos aplicar a nuestra vida de dar testimonio de la luz de Cristo al mundo. Las estadísticas dicen que los católicos en el mundo somos 1,345 millones y el mundo tiene 7.8 billones de habitantes... ¿Somos muchos los católicos o somos poquitos? Sea como sea, cada uno de nosotros viene a ser como una vela que ha de iluminar con la luz de Cristo el espacio que nos rodea... ¿Qué estamos haciendo con nuestra luz? ¿Qué alumbramos? Dicen que a San Francisco Xavier se le cansaban los brazos de tantos bautismos que hacía, que San Juan María Vianney confesaba 18 horas al día, que San José Moscati como médico consultaba a horas y deshoras y que Santa Teresita del Niño Jesús ardía de ganas de ser misionera del mundo entero... ¿Qué pasa con la vela que yo tengo? ¿tengo una verdadera solicitud por hacer que la luz rinda al máximo su resplandor y claridad?

Uno de los mejores frutos de la lectura, escucha, estudio y reflexión de Palabra de Dios que escuchamos es que se convierta en luz dentro de nosotros y también en luz hacia fuera. Para eso la dejamos entrar a nuestro corazón: para que, evangelizados nosotros, evangelicemos a los demás. Lo que recibimos es para edificación de los demás, no para guardárnoslo. Es curioso, pero muchos católicos tienen una cierta tendencia a privatizar la fe, mientras que Jesús nos invita a dar testimonio ante los demás. ¡Qué efecto evangelizador tiene el que un político, o un deportista, o un artista conocido no tengan ningún reparo en confesar su fe cristiana o su adhesión a los valores más profundos! No hace falta escribir libros o emprender obras muy ostentosas. ¡Cuánta luz difunde a su alrededor aquella madre sacrificada, aquel amigo que sabe animar y también decir una palabra que orienta, aquel hijo que está cuidando de su madre enferma, aquella anciana que muestra paciencia y ayuda con su interés y sus consejos a los más jóvenes, aquel voluntario que sacrifica sus vacaciones para ayudar a los más pobres! No encienden una hoguera espectacular. Pero sí un candil, que sirve de luz piloto y hace la vida más soportable a los demás.

Después de hablar de la luz, Cristo, en este relato, hace una aplicación práctica cuando cuestiona si se entiende bien la cosa, y dice que «al que tiene se le dará más; pero al que no tiene se le quitará aun aquello que cree tener» y con esas palabras cierra su discurso de hoy. ¡Qué terrible pasarse la vida cuidando que velita que está tapada por una vasija o debajo de la mesa de apague! De nada sirve eso porque la vela no alumbrará la vida de nadie. Quién vive seguro en sus cosas pensando que con comer y vestir tiene resuelta su vida, ahí mismo se queda atrapado y poco a poco se va ahogando en su propio egoísmo. Es como el que teniendo dinero en el banco se fía de los intereses y se dedica a gastar; si no hace ingresos, poco a poco el dinero se agota y pierde lo que tenía. Por el contrario, una persona que vive de los valores del espíritu, que goza compartiendo su tiempo y su dinero con los hombres, su vida se carga de densidad, sus fuerzas se renuevan y todo parece renacer cada día. Es cuestión de jugar a la banca del amor, como decía la beata María Inés Teresa, dando te enriqueces; cuanto más te entregas más te posees. Es la paradoja del Evangelio: morir para nacer; servir para reinar; dar para recibir... Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, la gracia de ser, como Jesucristo, luz que ilumine el camino de quienes, viviendo en las tinieblas del pecado y del error, necesitan de quien les ayude a encontrar el camino de la salvación, del amor y de la paz. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 19 de septiembre de 2021

«Cuestión de fe»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio de hoy (Mc 9,29-36) nos sitúa con Jesús, no en medio de las multitudes, como muchas veces sucede, sino con el grupo de sus discípulos, a quienes va instruyendo por el camino. Jesús tiene mucho interés en que los más cercanos a él, los que luego van a ir a predicarla Buena Nueva, tengan conceptos claros sobre las enseñanzas que va dejando en el caminar de cada día. Pero parece ser que los discípulos apenas y entienden un poquito más que las muchedumbres y además se despistan fácilmente al no comprender totalmente las enseñanzas de su Maestro. La escena de este encuentro presenta dos partes: una primera en la que los discípulos manifiestan no entender a Jesús, y otra en la que Jesús les indica que, quien quiera ser el primero, tiene que hacerse el último. Así, nos topamos con una cuestión de fe; o, mejor dicho, con lo difícil que puede llegar a ser convertirse en un hombre de fe, en un creyente, en un auténtico discípulo–misionero de Cristo.

Mientras Jesús les habla de los acontecimientos que tienen que suceder para que su tarea como Mesías llegue a su plenitud, sobre todo que tiene que sufrir y padecer en su pasión, los discípulos comienzan a preocuparse por el lugar que puedan ocupar en el futuro Reino como ministros o consejeros del Mesías. Nuestro Señor aprovecha esta discusión para poner de manifiesto las condiciones de ingreso en el Reino. A esos despistados discípulos que iban averiguando por el camino, les debe quedar en claro que no solo habrá de pasar por el sufrimiento el Mesías para entrar en el Reino, sino que también ellos, a su vez, deberán presentarse en él como siervos, como pequeños, y como pobres, por eso viene enseguida la escena del niño —que no se sabe de dónde salió— ya que los niños estaban considerados en aquella época como seres insignificantes.

A todos nos sirve la lección de Jesús en este relato, incluso la escena plástica de llamar a un niño y ponerlo en medio de ellos para decirles que el que acoge a un niño acoge al mismo Jesús. A la luz de este Evangelio hemos de ver cómo Jesús nos invita a ser generosos, altruistas, dispuestos a hacer favores sin pasar factura. O sea, a seguir el ejemplo de Jesús, que «no ha venido a ser servido sino a servir», que ayuda a todos y no pide nada, y que al final entrega su propia vida por la vida de los demás. Si los cristianos no realizamos el estilo de Cristo, ¿de quién somos discípulos–misioneros entonces? Si la Iglesia como comunidad animada por el Espíritu de Jesús no instaura ese estilo inconfundible del Señor hecho siervo, ¿no haría increíble el Evangelio ya que proclamaría lo que no cumple y predicaría lo que no práctica? Que no tengamos que callar cuando se nos pregunte de qué hablábamos por el camino. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 18 de septiembre de 2021

«La parábola del sembrador»... Un pequeño pensamiento para hoy


La parábola del sembrador que hoy nos narra San Lucas (Lc 8,4-15) es una de las más conocidas de la Escritura. Es una parábola que va dirigida a la multitud y es una invitación a preparar el terreno donde se siembra la semilla. Todo depende de la clase de terreno, es decir, de la disposición de los oyentes. Por eso termina con una máxima: «¡El que tenga oídos para oír, que oiga!». La parábola nos habla primero de tres clases de terreno donde la semilla se pierde. Luego nos dice que sólo si cae en tierra fértil llegará a dar fruto. Los cuatro terrenos se hallan en un mismo lugar, donde hay un camino, rocas, márgenes húmedos repletos de zarzas, la tierra fértil. El sembrador siembra al voleo, así, una parte de la semilla se pierde y otra se logra.

El mismo Cristo da la explicación de la parábola que, por supuesto, ha de ser leída para comprender esto. Los del «camino» (Lc 8,12) son los que escuchan, pero no asimilan nada, porque están imbuidos de otras ideologías contrarias al designio de Dios. «El diablo» personifica la ideología del poder en todas sus facetas y concreciones. «Los del pedregal» (Lc 8,13) son los que aceptan el mensaje con alegría, pero que no asumen a fondo ningún compromiso. Solamente han asimilado del mensaje aquello que se avenía con su ideología y expectaciones. Cuando llega la prueba, en tiempos difíciles, desertan. La parte que cayó «entre las zarzas» (Lc 8,14) son los oyentes que no han hecho la ruptura. Siguen aferrados a las riquezas, a los placeres de la vida, a las exigencias de la sociedad de consumo, atenazados por las preocupaciones de la vida. «La parte de la tierra fértil» son los oyentes que, «al escuchar el mensaje, lo van guardando en un corazón noble y bueno» (Lc 8,15). El fruto del reino no es instantáneo, sino que requiere constancia. Ni se trata de un fruto estacional, sino que «van dando fruto con su firmeza». Es toda una vida al servicio de los demás. Todos tenemos una parcela de «tierra fértil, tierra buena» donde la Palabra puede dar fruto.

Siguiendo con la explicación alegórica de la parábola nos podríamos preguntar: ¿qué clase de terreno somos?, mejor dicho, ¿cómo estamos asumiendo en nuestra vida la Palabra de Dios?, y ¿cuál es nuestro compromiso con el mensaje del Reino que Jesús nos anunció? ¿Somos camino trillado por todo tipo de tentaciones, corazón que pisotea a nobles sentimientos de amor, justicia, paz, solidaridad, oblación por los demás? ¿Somos vida complicada y amarga, indiferente, egoísta, que no retiene sentimientos de piedad, compasión, altruismo? ¿Somos una persona enredada en la maleza y espinas que no logra despegarse de los intereses mezquinos que encadenan? ¿Cuánto tenemos en el alma de tierra fecunda, con hambre de Dios, sed de justicia, espíritu de servicio, de entrega a la misión evangélica a la que hemos sido llamados? ¡Cuántas preguntas! Pero es que la parábola nos deja mucho para meditar. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de ser tierra fértil, tierra buena, de tal forma que la salvación llegue cada día a más y más personas; y así, produciendo todos abundantes frutos de salvación hagamos de nuestro mundo un reflejo de la paz, de la alegría y del amor que se nos ha prometido en la vida eterna. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 17 de septiembre de 2021

«Las mujeres que seguían a Jesús»... Un pequeño pensamiento para hoy


El pequeño texto evangélico de hoy (Lc 8,1-3) nos muestra el realismo, la sencillez y el contexto en que se movía Nuestro Señor Jesucristo entre los suyos. Cristo actúa como quien es, verdadero Dios y verdadero hombre con todo lo que ello implica en su divinidad y en lo histórico, lo sensible, lo afectivo, lo social y lo económico. En esta condición él actúa como maestro-jefe-líder-profeta, para lo cual tiene que contar con la disponibilidad de sus apóstoles y sus discípulos, itinerarios de viajes, puntos de acogida, reconocimiento de las gentes, subsidios para adquirir el pan mínimo necesario, etc. Y a Jesús, según vemos en este relato, no sólo lo acompañaban los doce, sino también algunas mujeres, que ciertamente estaban entre sus discípulos. Por eso, a la luz de estas cuantas palabras evangélicas, todos, tanto hombres como mujeres, debemos tomar en serio la misión que el Señor nos ha confiado como discípulos–misioneros. Los apóstoles y aquellas mujeres, junto con otros discípulos, estuvieron con él en todo momento, compartieron su vida, fueron los testigos presenciales de lo que dijo y realizó durante su vida pública hasta su muerte. Ellos representan al discípulo–misionero de todos los tiempos. Como ellos, también nosotros estamos llamados a estar con Él, a mantener el interés por conocerlo cada vez más internamente para más amarlo y seguirlo.

La participación de las mujeres como discípulas–misioneras, es una realidad muy valiosa en la Iglesia y, como vemos, así ha sido desde los tiempos de Cristo. Con todo eso, hay mucho que hacer a favor de la mujer en la Iglesia y en la sociedad para ser continuadores de lo que Cristo quiere, puesto que en el Evangelio, por la cultura judía de aquellos tiempos, se habla poco, de hecho San Lucas es el único de los evangelistas que nos comparte este detalle. El Papa Francisco dice: «Aún no hemos entendido en profundidad cuales son las cosas que nos puede dar el genio femenino de la mujer en la sociedad. Tal vez haya que ver las cosas con otros ojos para que se complemente el pensamiento de los hombres. Es un camino que es necesario recorrer con más creatividad y más audacia» (Audiencia de S.S. Francisco, 15 de abril de 2015). Bendito Dios hoy vemos que muchas veces son las mujeres las que más colaboran en la evangelización y en la catequesis y gracias a Dios pueden acceder a diversos ministerios en la Iglesia como lectoras, acólitas y catequistas.

Jesús derriba todos los muros de separación entre los seres humanos: en su comunidad ya no hay distinción entre judío o gentil, esclavo o libre, hombre o mujer, porque todos son uno en Cristo Jesús (Gal 3, 28). Todos, sin distinción, estamos llamados a estar con el Señor. Lo importante es estar con Él. Por eso las mujeres eran auténticas discípulas, modelos del seguimiento de Jesús. Ellas se mantendrán firmes junto a Él en la pasión, mientras los demás discípulos dejándolo solo lo abandonen. Estarán con María junto a la cruz, llevarán a enterrar el cuerpo del Señor, volverán de madrugada a la tumba para embalsamarlo y serán las primeras testigos de la resurrección. Después las veremos en compañía de María y de los apóstoles en la espera orante de Pentecostés. Con los doce y con María, la Madre de Jesús, muchas otras mujeres constituyeron la primera comunidad cristiana, la primera Iglesia, que será modelo y referente obligado para la comunidad eclesial en todos los tiempos. Ellas supieron ser dóciles a su fe hasta dejarse transformar completamente por el Espíritu Santo. Pidámosle a la Santísima Virgen, la mujer más excelsa, que ella interceda por nosotros para que tanto los hombres como las mujeres de hoy experimentemos una gran necesidad del Señor y seamos discípulos–misioneros que propaguen tu mensaje de verdad y de caridad. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 16 de septiembre de 2021

«Porque has amado mucho»... Un pequeño pensamiento para hoy


La escena del Evangelio de hoy (Lc 7,36-50) nos muestra de entrada el contraste entre un fariseo, llamado Simón, que ha invitado a Jesús a comer, y una mujer pecadora que nadie sabe cómo ha logrado entrar en la fiesta y colma a Jesús de signos de afecto. A través de lo sucedido y que el evangelista narra con detalle, Jesús busca transmitir un mensaje básico en su predicación: la importancia del amor y del perdón. El argumento parece fluctuar en dos direcciones. Tanto se puede decir que a esta mujer pecadora se le perdona porque ha amado —«sus pecados están perdonados, porque tiene mucho amor»—, como que ha amado porque se le ha perdonado —«amará más aquél a quien se le perdonó más»—. Probablemente esa mujer ya había experimentado el perdón de Jesús en otro momento, y por ello le manifestaba su gratitud de esa manera tan efusiva.

En la casa de este fariseo, se le presenta a Jesús, con lo que sucede, una ocasión propicia para mostrar el modo de actuar de Dios. Simón menosprecia a Jesús porque lo considera incapaz de rechazar a la mujer impura que le acaricia los pies. Jesús, descubriendo sus pensamientos le propone una parábola que describe la generosidad de un hombre que perdona a sus deudores. El que le debía más es quién debe manifestar mayor agradecimiento. Con esto pone en evidencia el engreimiento en que había caído Simón. Jesús lo llama a la conversión, al cambio de mentalidad. Le señala cómo lo más importante no es la rígida disciplina religiosa, sino el amor y el agradecimiento. Por esto, Jesús anuncia el perdón de Dios a la mujer. Ella no había escogido el camino de la autojustificación, sino el camino de la humildad y el reconocimiento del propio pecado.

Es muy importante detenerse en la parábola, porque a partir de esta se ilumina la acción de Jesús: amará más al Señor aquél a quien le ha sido perdonada la mayor de las deudas. De este modo queda evidenciada la actitud del fariseo y de la mujer de mala vida. San Lucas nos viene a mostrar cómo Jesús ha venido a ofrecer el perdón de Dios a todos los insolventes de la tierra. La actitud típica farisaica es no aceptar el perdón; piensa que sus cuentas están claras, se siente plenamente en paz y, por lo tanto, se le resbalan las palabras de Jesús que aluden al don de Dios que borra los pecados. Este Evangelio es muy importante porque nos lleva a comprender cómo la mirada de Jesús penetra las actitudes profundas. No se queda en las apariencias, sino que mira el corazón. Así es el Dios de los cristianos, y así en buena lógica deberíamos ser también los discípulos–misioneros de Cristo. Ante un mundo donde se le da tanta importancia a la imagen, a las apariencias, a la cubierta, a la superficie, los discípulos¬–misioneros de Cristo estamos llamados a ser hombres y mujeres del corazón, de la interioridad, del ser. Que María Santísima nos ayude. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

miércoles, 15 de septiembre de 2021

«Nuestra Señora de los Dolores»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy en la Iglesia Católica celebramos la memoria de «Nuestra Señora de los Dolores». Esta celebración se tiene en el calendario en este día porque en casi todas las naciones el 14 de septiembre —no en México y algunos otros lugares— se celebra «La exaltación de la santa Cruz» y al día siguiente se contempla a María al pie de la Cruz como nos narra el Evangelio de hoy (Jn 19,25-27). La devoción a Nuestra señora de los dolores viene desde muy antiguo. Ya en el siglo VIII los escritores eclesiásticos hablaban de la «Compasión de la Virgen» en referencia a la participación de la Madre de Dios en los dolores del Crucificado. Pronto empezaron a surgir las devociones a los 7 dolores de María y se compusieron himnos con los que los fieles manifestaban su solidaridad con la Virgen dolorosa hasta llegar a esta celebración.

El pueblo cristiano —apoyado en su fe y en la expresión de su religiosidad popular desde muy antiguo— contempla con mucho cariño, devoción y gran veneración a la Virgen María como Madre de los Dolores; como Virgen y Madre de Dios, como mujer cercana al dolor y al sufrimiento humano; como aquella gran mujer a quien acudir confiadamente y con la seguridad de su veloz y generosa ayuda en los sufrimientos, dolores y dificultades de la vida; y como aquella a quién se puede mirar como modelo para enfrentar, sin perder la paz, la alegría y la confianza en Dios, las dificultades del diario andar y las cruces que el Señor permite en nuestras vidas. Sabemos que María se asoció estrechamente con su Hijo en su pasión y muerte en la Cruz, en sus dolores, soledad y sufrimientos. Por ello hablamos de María como aquella que unió sus dolores y sufrimientos a los de su Hijo Jesucristo para ayudarle en la obra de la Redención y salvación de los hombres. 

El dolor de la Virgen en el Calvario, fue más agudo que ningún otro sufrimiento en el mundo, pues no ha habido una madre que haya tenido un corazón tan entrañable y lleno de ternura y amor como el de María. Ella sufrió voluntariamente para demostrarnos su amor, pues el amor se prueba con el sacrificio. Al celebrar hoy esta memoria en honor a la Virgen de los Dolores, Jesucristo nos invita a ofrecer, por la salvación propia y por la de los demás, todos los dolores, casi siempre pequeños, de nuestra vida. La Virgen nos enseña a no quejarnos fuera de los límites de la normalidad ante los males que nos afectan, pues Ella jamás lo hizo; nos anima a unirlos a la Cruz redentora de su Hijo y a convertir nuestros sufrimientos en un bien para nuestra propia persona, para nuestros seres queridos, para la comunidad parroquial y para la Iglesia. Que María, Nuestra Señora de los Dolores, nos proteja, nos ampare a todos y nos mantenga siempre muy cerca de su Hijo Jesús. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 14 de septiembre de 2021

«Permiso, gracias, perdón»... Tres palabras importantes en un discurso del Papa Francisco


Mi sobrina Irina, felizmente casada con su marido Pablo con quien tiene a su pequeño hijo Juan Pablo, recuerda, en una de sus publicaciones de Facebook, este hermosísimo mensaje del Papa Francisco que ahora yo quiero compartir con ustedes. Son palabras que el Papa Francisco, en su viaje a Polonia en el año 2016, siguiendo con la tradición instaurada en sus días por Juan Pablo II pronunció asomándose a la ventana del arzobispado de Cracovia saludando a los fieles reunidos en la plaza, entre los que se encontraban numerosas parejas de recién casados. Como muchos de ellos lo hablaban o entendían el Santo Padre les  habló en castellano en aquella ocasión.

«Yo, cuando encuentro a uno que se casa… les digo: “¡Estos son los que tienen coraje!” Porque no es fácil formar una familia. No es fácil comprometer la vida para siempre. Hay que tener coraje. Y los felicito, porque ustedes tienen coraje”, dijo.

“A veces me preguntan cómo hacer para que la familia vaya siempre adelante y supere las dificultades. Yo les sugiero que practiquen siempre …tres palabras que expresan tres actitudes…que los pueden ayudar a vivir la vida de matrimonio, porque en la vida de matrimonio hay dificultades: el matrimonio es algo tan lindo tan hermoso, que tenemos que cuidarlo, porque es para siempre. Y las tres palabras son “permiso, gracias, perdón”. Permiso. Permiso: siempre preguntar al cónyuge (la mujer al marido, el marido a la mujer) “¿qué te parece?¿te parece que hagamos esto? Nunca atropellar. Permiso.

La segunda palabra: ser agradecidos. Cuántas veces el marido le tiene que decir a la mujer “gracias”.  Y cuántas veces la esposa le tiene que decir al marido “gracias”. Agradecerse mutuamente. Porque el sacramento del matrimonio se lo confieren los esposos, el uno al otro. Y esta relación sacramental se mantiene con este sentimiento de gratitud. “Gracias”.

Y la tercera palabra es “perdón”, que es una palabra muy difícil de pronunciar. En el matrimonio, siempre –o el marido o la mujer- siempre tiene alguna equivocación. Saber reconocerla y pedir disculpas, pedir perdón, hace mucho bien. Hay jóvenes familias, recién casados, muchos de ustedes están recién casados, otros están por casarse. Recuerden estas tres palabras, que ayudarán tanto a la vida matrimonial: permiso, gracias, perdón.  Repitámoslas juntos: permiso, gracias, perdón. ¡Más fuerte, todos!”

Bueno, todo esto es muy lindo, es muy lindo decirlo en la vida matrimonial. Pero siempre hay en la vida matrimonial problemas o discusiones. Es habitual y sucede que el esposo o la esposa discutan, alcen la voz, se peleen.  Y a veces vuelen los platos.  Pero no se asusten cuando sucede esto. Les doy un consejo: nunca terminen el día sin hacer la paz.

¿Y saben por qué? Porque la guerra fría al día siguiente es muy peligrosa. ¿Y cómo tengo que hacer, padre, para hacer la paz?, puede preguntar alguno de ustedes. No hacen falta discursos. Basta un gesto. Y se acabó. Está hecha la paz.Cuando hay amor, un gesto arregla todo.

Los invito antes de recibir la bendición a rezar por todas las familias aquí presentes: por los recién casados, por los que están casados desde hace tiempo y por los que se van a casar.

Recemos juntos un avemaría, cada uno en su lengua”.

Después de rezar todos juntos el Ave María, el Papa pidió a las parejas, esta vez en italiano, que rezasen por él.»

Discurso del Santo Padre, en Papa Francisco el 29 de julio de 2016.