Ser sordo y mudo es el colmo de la incomunicación. El sordo y tartamudo vive prácticamente en otro mundo. Es un mundo de silencio permanente que nada puede romper. Precisamente porque está totalmente aislado, porque no se puede comunicar con los demás, el sordomudo se sitúa al margen de la comunidad humana. Devolviéndole la palabra, Jesús le permite a aquel hombre integrarse de nuevo en su familia, en su pueblo. Pero los efectos de la curación son mayores. El sordomudo no sólo puede escuchar y hablar. Dedica su hablar a proclamar la maravilla que Dios, a través de Jesús, ha hecho con él. Veamos ahora cómo la curación Jesús la hace de una manera sencilla, primero parece perforarle los oídos —le metió los dedos—. Luego, le toca la lengua con su saliva. Para interpretar este último gesto, hay que tener en cuenta que, en la cultura judía, se pensaba que la saliva era aliento condensado; la aplicación de la saliva significa, pues, la transmisión del aliento / Espíritu. Así, a la comprensión del mensaje de Jesús —oídos— debe corresponder su proclamación profética, inspirada por el Espíritu —lengua—. El hombre es curado para escuchar y proclamar la Buena Nueva.
Finalmente quisiera decir que este episodio de hoy nos recuerda de modo especial el sacramento del Bautismo, porque uno de los signos complementarios con que se expresa el efecto espiritual de este sacramento es precisamente el rito del «effetá», en el que el ministro toca con el dedo los oídos y la boca del bautizado y dice: «El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda, a su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre». Y es que todo discípulo–misionero de Cristo ha de tener abiertos los oídos para escuchar y los labios para hablar. Para escuchar tanto a Dios como a los demás, sin hacerse el sordo ni a la Palabra salvadora ni a la comunicación con el prójimo. Para hablar tanto a Dios como a los demás, sin callar en la oración ni en el diálogo con los hermanos ni en el testimonio de nuestra fe. A la luz de esto pensemos un momento si también nosotros somos sordos cuando deberíamos oír. Y mudos cuando tendríamos que dirigir nuestra palabra, a Dios o al prójimo. Pidamos a Cristo Jesús, por intercesión de María Santísima que una vez más haga con nosotros el milagro del sordomudo. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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