No basta leer el Evangelio de hoy. Deberíamos conmovernos ante estas palabras de Jesús. Conmovernos ante sus palabras y gestos, porque no sólo amó a los enemigos, sino que incluso dio la vida por ellos. Es lo más sublime del amor. Así se comporta también el Padre celestial que es siempre bueno y cariñoso. El amor que depende del amor de los otros será siempre precario, frágil, infecundo y mucho del amor que se vive, es así en el mundo, un amor de conveniencia, un amor en que se espera del otro antes de pensar en dar. Eso no es todavía verdadero amor. El auténtico amor es capaz de amar aunque el prójimo sea un enemigo. El amor de verdad tiene la raíz en el fondo primero de toda existencia, que es Dios que se nos da y nos invita a darnos. El amor pertenece al reino de Dios porque «Dios es amor» (1 Jn 4,8). Amar a nuestros enemigos significa amar a aquellos que no nos aman, a quienes no les caemos bien, no hablan tal como nosotros lo hacemos, e incluso no nos quieren. Esto hace referencia a gente tanto dentro y como fuera de nuestro círculo de familiares y amigos. El mandato de Jesús incluye amar a aquellos que no buscan nuestro bien, es decir, gente que desea que el mal recaiga sobre nuestras vidas, e incluso gente que busca cada oportunidad para ponernos la zancadilla.
El amor es la marca característica de ser cristiano y ese amor se debe reflejar en todo sentido. Jesucristo dijo que la característica para reconocer a un discípulo–misionero suyo era que se amen unos a otros. También los apóstoles sostuvieron que aquel que ama a su hermano es realmente un creyente verdadero. (Jn 13,34.35; 1 Jn 4,20). El estilo de amar que nos propone Cristo no es algo abstracto como un mero sentimiento sino que se refleja de las tres maneras en las cuales Él nos mostró que debemos amar a nuestros enemigos. En primer lugar se nos dice «Bendigan a los que los maldicen» o en otras palabras «Amen con sus palabras». El bendecir a otro está asociado a desear la bendición de Dios sobre la persona y el maldecir a otro está asociado a desear que el juicio de Dios caída sobre la otra persona. Por tanto cuando nosotros amamos con nuestra palabra les deseamos el bien aún a nuestros enemigos aunque ellos nos deseen el mal a nosotros. Los apóstoles nos dan el ejemplo que nos llama a bendecir a quienes nos maldicen. (Rm 12,14; 1 Pe 2,23). Que María Madre del Amor Hermoso nos ayude a amar a la manera de Cristo que es la forma en la que el Padre Dios nos ama. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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