Los discípulos han aprendido, con la convivencia con Jesús que se nos ha presentado en las primeras líneas del Evangelio de san Marcos, que la predicación no debe ser sólo de palabra sino de vida, con las obras; por eso van de dos en dos, dando testimonio de comunidad, y dando testimonio de sobriedad y pobreza manifestada en la simplicidad de sus vestidos y en la ausencia de equipaje. Esta doble realidad —palabra y vida— va a caracterizar no solo a estos primeros envidos, sino a la primera comunidad cristiana, que a tiempo y a destiempo vivía predicando el Reino de Dios manifestado en la persona de Jesús. Y esta realidad es la que debe caracterizar también a los discípulos–misioneros de aquí y ahora: predicar con la misma vida. Este relato me hace recordar el envío a misiones, pero ciertamente no todos pueden ir de misiones a los pueblos perdidos en las selvas o las montañas. Pero todos podemos vivir el día a día como si estuviéramos de misiones. La misión no es solamente estar en un pueblo perdido en la selva del África, sino que es la evangelización de todos los hombres para Dios. Podemos ser misioneros en medio del trabajo, en medio de los amigos, en la escuela, en la calle, de compras... y sobre todo ahora, con la contingencia sanitaria, en el propio hogar con la familia nuclear. Lo único que se necesita es vivir fielmente los compromisos de cristiano, y así dar testimonio de la verdad, porque las palabras mueven, pero el ejemplo arrastra.
El Papa Francisco, con sus palabras y su testimonio de vida, nos hace ver que nuestras comunidades de creyentes deben desapegarse de tantos equipajes que se han inventado para anunciar el Reino de Dios y que deben permanecer en estado de misión. Hoy más que nunca surge la necesidad de ser sobrios y coherentes en la proclamación cristiana y más en medio de un mundo que vive tantos problemas, como este de la pandemia que parece no terminar pronto. Debemos imitar a aquellos hombres y mujeres que con su sencillez y sobriedad en todo lugar eran transmisores del accionar liberador de Dios en la vida individual y colectiva. Necesitamos una Iglesia de puertas abiertas, nos recuerda el Papa, una Iglesia que sea capaz de vivir íntegramente el Evangelio enseñado por Jesús, pero sobre todo con capacidad de sanar a los individuos del egoísmo que mata, con capacidad de expulsar los demonios que generan la corrupción, el empobrecimiento y la muerte, en definitiva, el pecado. Pidamos a la Santísima Virgen María que ella interceda para que, con nuestro ser y quehacer, mostremos al mundo que el Reino de Dios no es teoría, sino vida y vida concreta en acción. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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